México mágico y sus encuestas de fantasía
¿Cómo entenderlo? Fácil.
Vivimos en el país donde la percepción vale más que la realidad, donde basta salir todas las mañanas en la tele o soltar un discurso con cara de la chilindrina para ser “popular”.
Donde la gente confunde el aplausómetro con la aprobación ciudadana, y así andamos, mientras en la esquina balacean al vecino y en el hospital del IMSS no hay medicinas, el pueblo bueno y sabio sigue diciendo que “la presidenta lo está haciendo muy bien”.
El problema no es solo político, sino metodológico. Las encuestas en México miden la imagen del gobernante, no su desempeño.
Preguntan si “aprueba o desaprueba” al mandatario, si le parece “buena, mala o regular” su imagen, pero rara vez cruzan esos datos con lo que de verdad importa.
¿cómo evalúa usted al gobierno en materia de seguridad, educación, salud o economía?
Deberíamos tener un modelo de medición en dos dimensiones
A) Imagen del gobernante (la parte emocional, mediática, del personaje).
B) Desempeño del gobierno (los resultados reales, medibles y tangibles).
Solo la suma de ambos capítulos daría una calificación medianamente coherente.
Pero claro, eso implicaría admitir que la popularidad televisiva no siempre equivale a buen gobierno, y ahí es donde se descomponen las encuestas o se congela el cliente, sobre todo aquellas cuyo cliente directo o indirecto es el partido morena, o la secretaría de gobernación, o la administración del gobierno de la CDMX, o de los estados, etc., etc.
En países más avanzados no se andan con cuentos. En Alemania, por ejemplo, el Politbarometer de la ZDF distingue claramente entre “confianza en el líder” y “satisfacción con el gobierno”.
En Reino Unido, el Ipsos MORI Political Monitor mide mensualmente tanto la imagen del primer ministro como la percepción del desempeño gubernamental en rubros específicos.
En Canadá, Angus Reid Institute separa las dos escalas para evitar confusiones entre carisma y capacidad.
En México, en cambio, seguimos mezclando peras con balazos.
Si el gobernante baila, canta, regala abrazos o inaugura un tren que no llega o un aeropuerto vacío, automáticamente sube en las encuestas, la forma pesa más que el fondo.
Y claro, así cualquiera es popular: basta con tener más “rating” que resultados.
Por eso, quizá ya es hora de rediseñar las encuestas nacionales con honestidad metodológica.
