¿Qué pensamos los regiomontanos sobre la austeridad de los políticos?
Don Eugenio Garza Sada era austero en su indumentaria, en sus gustos culinarios y en sus pasatiempos, si es que tenía alguno que no fuera trabajar. Su oficina era una extensión de su casa, y viceversa.
Sin embargo, a don Eugenio nunca se le hubiera ocurrido alardear de su austeridad personal como forma excepcional o meritoria para hacer negocios.
No es mejor emprendedor quien ahorra sus recursos, ni es modelo de empresario quien guarda sus utilidades debajo del colchón.
A don Antonio Ortiz Mena, artífice del “Milagro mexicano” que nos hizo crecer —mientras tuvo a su cargo las finanzas nacionales— 7% anual y sin inflación, le decían “el regiomontano”, a veces cariñosamente y a veces con burla soterrada, aunque en realidad hubiese nacido en Chihuahua.
La explicación está de más.
Don Antonio aceptaba a regañadientes que unos le apodaran “el austero” y otros, “el codo”.
Cuando una vez le preguntaron a la esposa de Ortiz Mena qué hacía su marido con los trajes viejos, la señora respondió: “Se los pone”.
Sin embargo, don Antonio no es recordado con admiración sólo por ponerse sus trajes viejos.
Tan austero era en su indumentaria y en sus hábitos Benito Juárez, como lo fueron Miguel Miramón y Tomás Mejía.
De hecho, cuando mataron a los últimos dos generales junto con Maximiliano, la viuda de Mejía era tan pobre que no tenía ni para sepultar el cadáver de su marido, y lo mantuvo sentado varios días, en plan de momia, con sus galones y medallas, en la sala de su casa.
La austeridad personal no puede volverse política pública.
En tal caso, los regiomontanos seríamos históricamente los mejores servidores públicos de la nación. Y sí lo somos de vez en cuando, unos más que otros (sobre todo los linarenses).
Es verdad que tuvimos un tesorero estatal (Víctor Gómez Garza) durante varios sexenios cuya mayor virtud era ser tacaño.
Cuando un líder popular o un alcalde pedían audiencia y salían del brazo de ese tesorero a pasear por los alrededores del Palacio de Cantera, los pediches entendían que eso se llevarían como resultado de la audiencia: una paseada.
Que un funcionario público profese la austeridad como estilo de vida está muy bien, felicidades; pero si alardea su sencillez como ideología excelsa, solo convierte una creencia personal en plan de gobierno.
Y es obvio que los planes de gobierno y la gestión pública no pueden limitarse a que el gobernante muestre que conduce un carro viejo o que vive en un departamento rentado, una creencia es solo eso.
Y no se administran los bienes públicos valiéndose sólo de un par de creencias.
¿Cuál es el problema aquí? Que un servidor público, un diputado federal, un alcalde o un senador canten a los cuatro vientos que son muy austeros y, a la mera hora, no lo sean.
Por ende, no se les acusa por frívolos, sino por incongruentes.
Si dices una cosa, no hagas lo contrario, porque si me mientes en esa cosa, me mentirás en todas las otras.
Así de simple.