¿Cómo vamos, Mauricio, en San Pedro?
No la hizo solo, por supuesto, pero sí dio los empujones decisivos para esa proeza de ricos con buen gusto (que no abundan).
En San Pedro también viven pobres, gente humilde, aunque están fuera del radar y del ojo crítico, y su condena como pueblo no elegido es vivir en un municipio que suele usarlos como cantera electoral; es decir, como fuente de votos bien pagados sólo en temporada de urnas.
Con todo, Mauricio ha levantado estructuras, decorado con arte conceptual y hasta tribal (en el Túnel de la Loma Larga), y rubricará su obra urbana y artística con dos interconexiones más entre San Pedro y Monterrey para aliviar la parálisis vial cotidiana que se cierne en horas pico sobre Lázaro Cárdenas, y construirá más salidas sampetrinas hacia los demás municipios.
Algo achacoso, con un genio de la patada que mucho lo honra y una enfermedad que mantiene a raya con voluntad y carácter de necio sin remedio — nada más así se fincan los milagros médicos—, Mauricio acabará con el tráfico agobiante, el descontrol muchas veces malintencionado del crecimiento vertical, y será recordado como prototipo de regiomontano sin sombrero y como ser exótico en su propio hábitat.
Sin embargo, cuando se hacen a conciencia y despojadas de grillas, indicadores y evaluaciones, métricas y sondeos, nunca están de más en la auscultación del ejercicio público.
“¿Cómo vamos, Mauricio?” no es un juicio sumario; es una herramienta útil para la gestión pública, de cuyas conclusiones se toman las que convengan.
Bienvenida toda evaluación científica; al cabo, Mauricio ya trascendió a su época y será de los pocos nuevoleoneses recordados al paso de las décadas, si es que el sionista bélico de Netanyahu no se lleva de encuentro a la humanidad entera, lanzando bombas nucleares como medida de prevención para que los persas no se hagan a su vez de amenazantes bombas nucleares.