El elegido

Revisar, analizar, diagnosticar, reflexionar y decidir sobre las y los candidatos del 2024 es una responsabilidad que no podemos tomar a la ligera...

Mucho se ha discutido si la lucha política-social que se vive en México y en el mundo tiene que ver con la izquierda o la derecha, o si es sobre populismo o democracia. Opiniones hay muchas, sobre todo en un momento en donde la atención se centra más en las conversaciones virales, que en el análisis o en datos duros que nos muestran una realidad que a veces nos cuesta trabajo ver y más reconocer.

La mayoría de las personas construimos hipótesis e interpretamos la información según nuestras vivencias, orígenes, ámbitos en los que nos movemos o personas con las que convivimos. Rezan dos dichos populares: “los toros se ven mejor desde la barrera”, o el que “cada uno habla de como le va en la feria” y por algo es sabiduría popular.

Por eso, ante la polarización constante a la que estamos sometidos por los que manejan más datos y más información a la que no todos tenemos acceso, la manipulación de quienes ostentan el poder tiene mayor éxito.

Conocimos a Andrés Manuel López Obrador desde hace años, como presidente del PRI en Tabasco, en su paso por el PRD y en la toma de pozos petroleros, también como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal (ahora CDMX), como candidato de la izquierda mexicana en dos elecciones, en la conformación de un movimiento cuyo centro de todo era, es y seguirá siendo él, y en la elección de 2018, como candidato de MORENA. A la luz de los datos que ahora le conocemos como titular del Ejecutivo Federal, el círculo rojo y gran parte de la oposición sólo estamos comprobando lo que ya sabíamos:

Tenemos al frente del país a un hombre manipulador, mentiroso, autoritario, corrupto, que utiliza personas, recursos e incluso familia para conseguir sus fines. Sí que era un peligro para México.

No importa cuánto presuman sus colaboradores y seguidores su popularidad; eso no es sinónimo de prestigio, eficiencia, empatía, capacidad y honestidad. Porque populares son narcotraficantes como Pablo Escobar y Joaquín Guzmán “El Chapo”; también dictadores como Hitler, Musolinni, Fidel Castro, Hugo Chávez fueron populares, e incluso hay narcoseries populares que dejan grandes ganancias a Epigmenio Ibarra o Damián Alcazar.

Aclaro que no todo lo popular es malo, sólo no es referencia de cómo debiera calificarse a un gobernante que además sigue manipulando, a su antojo, los recursos que son públicos y que provienen de los contribuyentes que trabajan todos los días para superarse y aspirar a una vida mejor.

Durante los primeros tres años de su mandato, sostuve con una compañera diputada conversaciones en las que intentábamos conocer con mayor claridad cuál era la estrategia política del gobierno. Mi compañera y amiga diputada Liduvina Sandoval -una mujer colimense a quien conozco desde hace muchos años y le reconozco su trabajo territorial-, aseguraba que su estrategia para invisibilizar a la oposición consistía en tener dentro de su movimiento, todas las expresiones que centraran la atención sólo en él y el nuevo régimen.

En la LXIV Legislatura, hubo “voces disidentes” del partido oficial que se interpretaron como “una ruptura”; entre los casos evidentes está Tatiana Clouthier, cuyo voto sobre la militarización no fue en contra, sino abstención; otro más fue cuando ante la propuesta del Fiscal General de la República de desaparecer el tipo penal de feminicidios, y por parte de la oposición presentamos una Ley General contra ese delito -por supuesto perfectible-, las “voces disidentes” internas armaron “una comisión” con todas las fuerzas políticas, que sólo sirvió para que al final se hicieran recomendaciones a los congresos locales, sin posibilidad de discutir ninguna otra opción que no fuera la que MORENA planteara. No pretendo deslegitimar la intención sincera y el conocimiento de muchos actores, sólo expongo que la circunstancia fue aprovechada para que la oposición se anulara.

Esto sin contar, por supuesto, que por diversos motivos, llámese miedo, interés, precaución, falta de carácter o complicidad -voluntaria u obligada-, los silencios opositores también contribuyeran.

López Obrador y su grupo llegaron al poder y usaron -como lo siguen haciendo- no sólo el aparato de gobierno, sino del Estado Mexicano, para arrinconar la oposición partidista, empresarial, e incluso de algunos grupos de la sociedad civil.

La discusión central en la opinión pública está centrada ahora, y con justa razón, en la defensa de la democracia.

La batalla no es menor y tampoco es la única, pero ante las condiciones en las que nos encontramos, sin mayoría en el Congreso de la Unión y con dirigencias partidistas cuestionadas por motivos diversos, la organización resulta aún más complicada -aunque no imposible-. Y sí, el 2024 está a la vuelta de la esquina, por lo que preocupa y ocupa la elección de la o el candidato a la presidencia de la República.

Es en este contexto en el que juegan diversos factores que el obradorato bien sabe usar, y nosotros debemos interpretar con mayor eficacia para la batalla electoral. No podemos cometer los mismos errores que en los últimos procesos electorales:

  1. Construir una coalición de todos los partidos políticos no debe ser el centro de la discusión pública. En caso de hacerse, debemos aprender de la historia; las estadísticas no mienten y no todos los actores políticos y sociales se han tomado el tiempo para analizar correctamente los datos: en la elección presidencial cuentan los votos de todas las entidades federativas. México se integra de muchas y diversas formas de pensar. El centro del país no define la elección. ¿Aprendimos la lección de 2006, donde la diferencia la dieron poco más de 250 mil votos que pueden ser aportados por estados pequeños como Colima, Baja California Sur y Tlaxcala, por mencionar algunos?
  2. La elección del candidato o candidata no debe ser a través de las élites partidistas. Es fundamental legitimar, en un proceso democrático, la participación de todos aquellos que levanten la mano y tengan claro la enorme responsabilidad de un cargo como es la primera magistratura del país. Ni la tómbola, ni la encuesta ni la elección de dirigencias cuestionadas por usar los mismos métodos al interior de sus partidos que usa López Obrador, son métodos democráticos. Si saldremos a las calles para exigir la defensa del INE, los partidos deben ser congruentes en sus vidas internas con lo que demandan, ahí está la diferencia. La simulación de foros, consultas y sondeos no deben normalizarse en la oposición. En el nombre del país y de su “salvación”, muchos se están aprovechando para mantener secuestradas las instituciones partidistas.
  3. Es fundamental que no demos paso a la improvisación. La curva de aprendizaje de “100 por ciento lealtades” de la cuarta transformación le ha costado mucho a los mexicanos. No bastan las ganas, menos las ocurrencias. México es un país con una enorme riqueza. La mercadotecnia se puede crear (López Obrador no fue popular de un día a otro), pero la experiencia, el conocimiento del país y el desempeño en la administración pública son elementos que se construyen a lo largo del tiempo y que hoy, ante el desastre del país que tenemos, serán indispensables, más que necesarios.
  4. Finalmente, advierto: no permitamos que López Obrador siembre entre la oposición a su “elegido”; seamos cuidadosos con lo que observemos. Ante la perversidad y el deseo por mantener a costa de lo que sea el poder, crear candidatos con pies de barro, es peligroso. López Obrador es capaz de todo. Se crea o no, con conocimiento o sin él, con intención o sin ella, sembrar dentro de la oposición perfiles que le convengan -ante sus candidatos cuyas debilidades son evidentes- no le resultaría difícil, sea a través de él mismo o de sus aliados en todos los frentes.

Revisar, analizar, diagnosticar, reflexionar y decidir sobre las y los candidatos del 2024, tanto para la presidencia de la República como para el resto de los cargos que estarán en juego, es una responsabilidad que no podemos tomar a la ligera quienes decimos que México nos importa.

Cierro con esta reflexión:

En 2007, con Manuel Espino -con quien tuve muchas diferencias- y en 2009, con Germán Martínez -con quien compartí alguna vez sueños y proyectos-, señalé el peligro de proponer perfiles que nada tenían que ver con el PAN; la respuesta de ambos, curiosamente siendo tan distintos, fue la misma: primero ganamos y luego corregimos”.

¿El resultado? Ni ganamos, ni corregimos.

Éstas son lecciones que espero hayamos aprendido, porque ser “popular” no significa respetar la legalidad, atender con eficacia los complejos problemas y menos impulsar política pública de bien común.

Nadie tiene la verdad absoluta de lo que plantea, pero lo cierto es que todos tenemos la obligación de poner sobre la mesa, lo que requerimos para la construcción de un mejor país. “¡Qué hable México!”, decía el Maquío y las voces de México son millones. Intentemos escuchar a los más que podamos.

Adriana Dávila Fernández

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad del Altiplano del estado de Tlaxcala. Su trayectoria profesional y política la ha desarrollado en los Poderes Legislativo y Ejecutivo Federales, así como en organizaciones de la Sociedad Civil.