La casa de los mafiosos
Todo México los sigue con avidez.
Es un absoluto éxito mostrar a los habitantes de la llamada Casa de los Mafiosos con su más descaradas y cínicas ambiciones, pasiones desbordadas, alianzas y traiciones, éxitos y tragedias, además de esos abundantes momentos de humor (involuntario).
Contra lo que muchos esperaban, esta segunda temporada (2024-30) está mostrando ser incluso mejor que la primera (2018-24).
Una de las mejoras ha sido el descaro de los personajes, ahora por completo desatados en su cinismo y corruptelas.
El productor anterior era mucho más conservador (esto es, hipócrita), buscando imprimir un barniz de discreción ante las uñas largas (incluyendo las suyas), muchas veces tapando la cámara con un pañuelito blanco.
Ahora es como competencia: desde las casas y los hoteles de lujo en viajes europeos y asiáticos hasta los automóviles, relojes y ropa, los millones y lo que compran se presumen porque los habitantes de la casa se saben impunes.
Solo de vez en cuando aflora la voz sosa y plana de la actual jefa que, ante el más reciente escándalo, dice esa trillada línea que todos ya conocen: “vamos a investigar pero hasta el momento no hay pruebas”.
Mucho ayudó, claro, que el anterior productor iniciara un plan, fielmente ejecutado por su sucesora, para cancelar todas las cámaras y acceso a la información que tenían los espectadores.
El instituto de transparencia de la casa se cerró de manera fulminante y desde entonces sus habitantes no dejan de celebrar que sus trapacerías están literalmente en lo oscurito.
De la misma forma, se despidió a quienes daban fe y legalidad al concurso. Los nuevos entraron con acordeón en mano (uno de los tantos momentos de hilaridad involuntaria).
La impunidad reina.
Es uno de los códigos más estrictos de convivencia de la casa: aquí todos nos protegemos, apoyamos y tapamos.
Nada de expulsiones y sacar a alguien a la calle, ¿Atraparon a uno con los calzones llenos de confeti y la cuenta bancaria a reventar de millones? Se dice que es un exitoso ganadero.
¿Qué al hijo del productor anterior lo captaron en suntuoso hotel en Tokio? Era con desayuno incluido y todo el mundo tiene derecho a vacacionar.
A negar la fiesta para que esta siga imparable.
Porque ya se sabe que los espectadores siguen lo que ocurre con avidez, pero también que su memoria es extremadamente corta.
¿Qué estalló un tanque de gas afuera de la casa y mató e hirió a algunos que pasaban por ahí? A repintar la pared quemada y dejar que el asunto pase al olvido, como siempre sucede.
El escándalo mayúsculo de ayer es la anécdota de hoy y será un recuerdo vago y sin importancia mañana.
Pero aparte la voluntad de buena parte del auditorio está comprada, sus votos entusiastas amarrados, el agradecimiento garantizado.
Si en algún momento entra la duda porque afuera de la casa escasean las medicinas, se está desplomando la infraestructura (los profundos baches que una habitante de la casa dice que no existen) o golpea la inseguridad en forma de extorsión o asalto, siempre están las becas para jóvenes y pensiones para viejos.
La destrucción de la democracia ya es un tema demasiado abstracto que no merece siquiera atención.
¿Que los de la casa roban? No importa, todos lo hacían y al menos estos reparten un poco.
Esos pesos son suficientes para asegurar el éxito de la temporada, con millones votando que continúe.