Recorrer Rusia en el Transiberiano o a pie la Patagonia
Les platico:
Si usted -amable lector- se pone zapatos blancos sin ser doctor, es que anda en vacaciones.
Si usted -amable lectora- se cuelga de la cintura unas sábanas de colores que se amarran con doble nudo y se llaman “pareos”, o se pone en la cabeza unas viseras como las de los banqueros de antes o las de los cajeros de ahora en el Hipódromo, es que anda en las mismas.
Y si encima trae unos lentes de mamá mosca, con más razón.
Si va a la playa, la noche es para llegarle al antro, pero si su apariencia se parece a la del Benemérito y no al de un príncipe noruego, va a tener problemas con los “cadeneros” de la entrada que son más fijados que un aduanal de Marina o de la Guardia Nacional.
Si salen a desayunar, comer o cenar, prepárense, porque cada plato que pidan se va a demorar lo mismo o más que el parto de una hipopótama.
Y nada de ponerse remilgosos, porque van a tener que comerse lo que les llegue… si les llega.
Si andan en la playa, más les vale levantarse a las 4 de la madrugada para separar con un libro -que no leen- o cualquier pertenencia suya, algún camastro en la arena con vista al mar, o al gentío entre la arena, el mar y el lugar que les toque.
Su camastro -o de jodido silla- estará a 20 centímetros de la del vecino madrugador como ustedes, y van a tener que soplarse su música y fletarse el "aroma" del bronceador de aceite de coco con el que se frota la barriga el del otro lado.
Y cuidado con el manazo del vecino que se quedó dormido en cualquiera de los dos trances, el auditivo o el sensitivo.
Si piden algo de comer, los meseros de playa sufren una rara forma de confusión convulsionada grado 4, al llevarles ostiones en su concha siendo que ustedes ordenaron camarones o pescado empapelado o una simple milanesa, con papas, claro.
Si andan en cualquier lado y a la hora del Ángelus (12 del mediodía) se topan con un señor que va caminando como en el Titanic a punto de hundirse, es que están de vacaciones, usted y el del bamboleo borracho de mar.
Las amígdalas de Oppenheimer.
Además de las playas, los cines también se llenan en vacaciones.
Y va tanta gente que los únicos lugares disponibles en todas las funciones están bajo las amígdalas de Cillian Murphy / Oppenheimer.
(Para quienes no captaron semejante sutileza: en la fila de a mero adelante.)
Cajón de sastre:
“Entonces, para estas vacaciones, menú a escoger: recorrer Rusia en el Transiberiano o a pie la Patagonia o la playa o ir a verle las anginas a Cillian Murphy / Oppenheimer o reventarnos en modo presencial o virtual las asambleas informativas de los 12 apóstoles que predican por todos lados la Palabra y el Evangelio según los dioses del Cielo o del Olimpo o del Valhalla de sus respectivas coaliciones”, remata la irreverente de mi Gaby y nos deja sin aliento después de haber escrito 62 palabras sin signos de puntuación, emulando -pero dejándola muy lejos- Samuel Beckett -el experimentador por excelencia- que escribió “Cómo es”, un libro de 80 páginas, sin signos de puntuación.
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