Un Regalo de Navidad
Mi hijo Judas Javier siempre deseo donar sus órganos cuando llegara el final de su existencia; sin embargo, también fue consciente de que un enfermo infectado por el cáncer estaba imposibilitado para realizar esa sagrada misión: dar vida a través de la muerte.
Quizás por eso, cuando un día leyó en el periódico local de Ciudad Victoria el encabezado: "Primera donación de órganos cadavéricos en Tamaulipas", Judas se indignó.
La nota se refería a Carlitos, un niñoveracruzano que falleció una Noche Buena a causa de un trágico accidente, cuando pedaleaba la bicicleta que su humilde padre, de oficio panadero, que le había comprado de medio uso y con mucho esfuerzo como obsequio navideño.
Tras la tragedia, luego de que el pequeño entró en “muerte asistida”, la familia decidió donar sus órganos para dar vida a sus semejantes.
Fue entonces que Judas decidió escribir y producir un documental sobre aquella triste historia, pues siempre consideró que Carlitos era un niño de “alma buena que poseía un enorme corazón”, así que simplemente tituló aquel vídeo:
Un Regalo de Navidad.
Y en el guion, mi hijo escribió:
"El destino tiene formas tan diversas de envolver las vidas, de cruzar caminos, de mezclar unas con otras las esencias de los hombres para formar algo sublime que bien parecería, un viento frío que viene del norte, deshaciendo sueños, quebrando ilusiones como rompen las olas las piedras del mar".
"Tiene el destino un andar solitario, confuso, como un laberinto disperso y sin rumbo que va entretejiendo la vida al andar; la vida de hombres, de niños y pobres, sin importar cuáles son sus ilusiones. Así es, el destino nunca da explicaciones porque no existen razones para explicar".
"Así va jugando e hilando en la inmensidad; momentos alegres, horas de angustia y zozobra que nadie puede cambiar, así es el destino caprichoso, altanero, tejiendo se pasa las horas; tejiendo dichas y desdichas que el hombre no puede bordar...".
Para Carlitos -relata Judas- la felicidad duró unos cuantos metros, a sus nueve años, a bordo de su bicicleta; rompió el viento a toda velocidad, la vida le duró solo un poco de tiempo y esos metros fueron una eternidad. Carlitos perdió la vida y no hubo quien le explicara que el destino es así, impredecible.
De Tuxpan, Veracruz, llegó la familia de Carlitos en julio del 2000, vinieron de tan lejos a instalarse en las faldas de la Sierra con un sinfín de ilusiones y en el equipaje, todas las esperanzas que dejan los años malos en busca de la felicidad.
Era entonces Carlitos un niño de año y dos meses, el último de cuatro hijos: Fabiola, Gabriela y Jorge. Su padre Aníbal y su madre Genoveva hicieron de un microbús abandonado su hogar, en los límites del frío y la inseguridad.
Las noches eran más negras y el viento helado.
Ese viento helado que viene del norte se colaba por las rendijas de la improvisada vivienda, como pequeñas navajas que se hundían en los huesos; en aquel viejo microbús la familia de Carlitos aprendió que el futuro no se gana fácilmente.
Aún recuerda don Aníbal, el crudo invierno y los ruidos del peligro que los embargaron durante mucho tiempo en aquella apartada orilla de la ciudad, tuvieron que pasar cuatro años para que la voluntad enderezara la balanza y entonces la familia de Carlitos construyó una humilde casa en la calle Porvenir de la colonia La Esperanza.
Carlitos estaba creciendo poco a poco, se había transformado en un niño incomparable, un hombrecito que destacaba por su bondad, por su nobleza, aun cuando la vida le daba mil y una razones para odiar; era Carlitos de esas almas puras que se mantienen inalterables ante la tormenta.
Bondadoso, travieso, amiguero, el corazón de la familia, la alegría, la felicidad.
El tiempo se le iba en la escuela y con sus amigos Lalo, Erick y el Güero jugando tazos, canicas y futbol.
Su padre recuerda ver correr a su hijo y pedirle antes de irse a vender el pan del día unas cuantas piezas con el pretexto de comer, aunque don Aníbal sabía que eran para regalárselos a sus amiguitos.
Y es aquí donde nos preguntamos: ¿Cómo se forma el hombre bueno?, Carlitos sabía responder: "Siendo de una familia que se ama".
Una vez en Tuxpan, Carlitos vio salir a su tío José rumbo al trabajo vestido de traje y corbata, la impresión fue tal en el niño que dijo:
- “Cuando sea grande voy a ser ingeniero en informática y con el dinero que gane -volteo y miró a su papá- te pondré una panadería”.
Antes de Navidad Carlitos confesó tener la intensión de pedirle a Santa un carrito de control remoto, se durmió en el anhelo y una tarde de esas, como todos los días corrió con su papá que regresaba de trabajar, preguntándole:
- "¿Qué me trajiste hoy?”, sin vislumbrar siquiera la sorpresa: Era una bicicleta.
Recientemente, habían pavimentado en la colonia La Esperanza una calle llamada Felicidad, otro artificio del destino, donde Carlitos y sus amigos hacían realidad todos sus deseos.
Montando en su bicicleta a gran velocidad, iba dejando tras de sí todas las penas, mientras el viento frío disfrazado de risas infantiles solo esperaba el momento. Carlitos abrió sus alas y con el aire en el rostro sentía que volaba. No existía absolutamente nada, solo él, su bicicleta y aquellos metros de pavimento.
De pronto llegó aquel viento frío tan determinante y en un súbito accidente Carlitos dejo de pedalear, era el 19 de diciembre.
Lalo fue el que corrió a avisar sus padres, y rápidamente llevaron a Carlitos al Hospital Infantil de Tamaulipas, ahí los médicos especialistas valoraron al niño y lo mantuvieron en observación durante algunas horas, pasado ese tiempo, Carlitos regresó a su casa.
Una vez ahí, Carlitos durmió una siesta y al despertar alarmado le dijo a su padre que veía doble y que le dolía mucho su cabeza. Más preocupados que nunca, la familia regresó al hospital, le hicieron una tomografía y descubrieron que Carlitos tenía una hemorragia intracraneal; el destino había tejido sus hilos durante los cinco días de angustia que vivieron en el hospital.
Determinada la muerte cerebral, los médicos hablaron con la familia para decirles que clínicamente no había nada que hacer.
Un equipo multidisciplinario les explicó las bondades de la donación de órganos, de la oportunidad de dar esperanza y vida a otras personas; de inmediato don Aníbal supo de qué se trataba, siempre fue el deseo de su hijo ayudar a los demás, solo pidió a los médicos unos instantes a solas con su familia.
Tomaron la decisión y Carlitos sería el motivo para que ese 24 de diciembre otras personas recibieran un regalo de vida... Un Regalo de Navidad.
Era una fecha muy especial, mientras tanto rumbo al quirófano los especialistas se prepararon para intervenir con la mente fría y dejando de lado el sentimiento como corresponde a un profesional. Sin embargo, al ver entrar a tan pequeña creatura en una fecha de esperanza y de caridad, todo cambió...
El 24 de diciembre es la fecha en que Dios envió su hijo con un mensaje de amor a la humanidad.
Mientras se extinguían los signos vitales de Carlitos, poco a poco la decisión fría y profesional de los doctores se quebró y de pronto con lágrimas en los ojos, cuando los hilos del destino daban las últimas puntadas, se abrieron las puertas del cielo y aquel viento del norte cobro forma al fin, cobró forma de manos cálidas de manos de bondad y se vio a distancia la sonrisa de Dios que recibió a Carlitos y la soledad del quirófano se transformó.
En silencio, los médicos protegieron los órganos del niño, que fueron trasladados de inmediato a otros hospitales del país, donde ya los estaban esperando como un regalo de Navidad.
Los vecinos de la colonia La Esperanza cooperaron para que este humilde panadero pudiera darle a su hijo una cristiana sepultura, hoy en día en el panteón de La Cruz descansa el cuerpo y el corazón de Carlitos, el único órgano que don Aníbal quiso preservar.
Mi hijo Judas finalmente perdió la batalla contra el cáncer, pero hasta su último aliento, a través de la Asociación "Alas para Volar", promovió en forma incansable la donación de órganos.
Él sostenía que al donar, le das a alguien más la oportunidad de volver a nacer.
Judas se graduó de licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Tamaulipas y falleció a los 21 años, un 29 de enero de 2014.
En las cruentas luchas que enfrentó mi hijo contra la terrible enfermedad, la metástasis lo dejó sin un pulmón y la pérdida de su rodilla derecha. Aun así. Judas cantó, bailó, nadó y visitó con frecuencia a sus amigos.
Nunca perdió las ganas de vivir.
Apoyado en muletas y en su bastón, recorrió las plazas que tanto le gustaban y en las que solía deambular para disfrutar el sabor de la noche.
Caminó gracias a los avances de la medicina, pero sobre todo, al acto de amor de un humilde panadero que lo inspiró aquella vez que dijo sí a la donación de los órganos de su pequeño hijo, quien perdió la vida en un fatal accidente y ganó un par de alas para volar al cielo.