¿Cuidando la investidura?
El Presidente López Obrador se negó a volver a visitar Acapulco para constatar el desastre y los avances en su remediación dejados por el Huracán Otis, la razón que argumentó fue que debía cuidar la “investidura presidencial”.
Ahí no sirven de nada los “otros datos”
Como él lo ha dicho varias veces para golpear a sus adversarios, “el presidente lo sabe todo”, y está consciente de que si se presenta ante los públicos que ha lastimado durante su gestión -que no son pocos- le lloverían improperios de todo tipo.
Cuando le ha convenido a sus intereses de continuismo en el poder, usa los mismos argumentos tradicionales en la política mexicana desde siempre.
Cuidar la investidura, el respeto al derecho ajeno, la no intervención, la Doctrina Estrada, etc., pero el poder lo arrastra como a todos los presidentes, por los terrenos pantanosos de la mentira y la ambición ocultas.
El grupo de países cuya amistad se ha ganado el presidente a base de regalos indebidos (Cuba, Bolivia, Venezuela, y otros), lo llevaron a violar todas sus ofertas clásicas discursivas que antes se mencionaron, para quedar con diversas posiciones beligerantes no resueltas, que eventualmente regresan sin poder eludir su responsabilidad.
En la reciente reunión de los países del foro económico Asia-Pacífico, organismo del que no quiso entregar la presidencia temporal a Perú; por su equivocada intromisión en el conflicto del ex presidente Castillo de aquel país; ocurrió lo que tenía que pasar. Un golpe de realidad y verdad para su egolatría.
Biden le entregó la presidencia de la APEC a Perú
Tal y como le ocurrió a Luis Echeverría; que todos los días se auto erigía en defensor de los “países no alineados”, buscando construirse un paso a la historia mundial como emancipador de la humanidad.
López Obrador se quedó con el problema y debilitó el peso de México en la política regional
Es fácil adivinar que el presidente, fiel ejemplar de la posverdad como es, hará su propia mini cumbre con su club de amigos y ahí despotricaran insistiendo en deconstruir la verdad a partir de sus acostumbradas falacias y maniqueísmos que tanto les gustan, todo para tratar de salvar algo de la calidad de la investidura que tanto dice defender.
López Obrador pertenece a esa nueva clase de políticos populistas, de izquierda o derecha, que viven y aspiran a vivir en sociedades cerradas, a sabiendas de que la humanidad se mueve en la dirección contraria
En su mundo ideal, ellos esperan terminar con la deliberación y el debate para regresar a los más puros tribalismos, inspirando nuevos tótems y mitos basados en sus devaneos intelectuales, que hagan innecesarios el análisis de falsabilidad y la crítica racional como métodos para el progreso de la humanidad en libertad.
No es nuevo el intento, Bergson, Popper y Foucault, lo estudiaron desde la postguerra del siglo pasado.
El sesgo y la manipulación siempre han sido preferidos por los políticos para sacar adelante sus ambiciones, pero no pueden vencer a la parresía, esa obligación de hablar con la verdad, a la que tanto le temen y de la que abominan.
La promoción política de lo falso, ahora llamado “fake”, es el mayor enemigo de la verdad y una patología de la democracia constitucional representativa, cuya única cura es la democracia deliberativa, pero la crítica es colocada del lado de sus adversarios por la nueva clase de políticos que detentan el poder.