El miedo a la generación Z
El jueves y viernes de la semana pasada se celebró en Xi’an un peculiar encuentro de alrededor de 300 periodistas de Asia, África y América Latina, a invitación del gobierno chino.
Se trata del Foro Mundial de Medios de Video, donde comunicadores alineados en ideologías totalitarias lanzaron un “Mecanismo de Cooperación del Sur Global”, que no es otra cosa que articular el modelo chino ahí donde llegan al poder.
Tienen un problema, lo reconocieron de manera textual: la generación Z.
Uno de los asistentes al evento escribió que el reto número uno es, “¿Qué hacer con la generación Z?”.
Ahí se planteó que “nuestras historias no han sido capturadas por la juventud”.
Y eso, para los gobiernos que viven de la propaganda, es motivo de angustia y de pánico.
Los gobiernos autoritarios ya no son atractivos para los jóvenes.
Las nuevas generaciones no ven noticieros del Estado ni creen en consignas, y la figura del “guerrillero heroico” se la pasan por el arco del triunfo.
Crecieron con la red, comparan y se burlan del discurso oficial.
De ahí que, en la reunión de la semana pasada, los periodistas nostálgicos del Muro discutieran la necesidad de “innovar formatos”, “atraer a las nuevas audiencias”, “construir una narrativa fresca”.
Es decir, quieren volver a seducir con nuevas mentiras.
Y China lidera la ofensiva mediática global para recuperar el control del relato.
Durante buena parte del siglo pasado, el comunismo supo venderse como la puerta de entrada al paraíso.
Con ese cuento convencieron a generaciones enteras y mandaron a la muerte a cientos de miles de jóvenes en América Latina, que tomaron las armas contra ejércitos profesionales en nombre de la redención de la clase obrera.
La gran foto que le tomó Korda al Che Guevara, con su boina y la mirada perdida en el horizonte, fue usada como uno de los mayores productos de propaganda de la historia.
Millones creyeron en la utopía marxista, hasta que nos enteramos de los gulags, la represión, los asesinatos de disidentes, el espionaje, el hambre y el miedo.
Hoy, ante una generación que no se traga fácilmente su relato, hacen ajustes tácticos, aunque con el mismo propósito, controlar a través de la mentira.
Los viejos propagandistas se han vuelto “diseñadores de contenido”, ya no escriben manifiestos, sino que producen clips, pódcast y videos que se hacen virales.
Su tarea es vestir el autoritarismo con el lenguaje de la diversidad, la inclusión y la justicia social, pamplinas, nuevamente.
China, que controla con puño de hierro lo que sus ciudadanos pueden o no leer, ver o decir, quiere dirigir esa operación a escala global.
Lo insultante del caso es que el foro para hablar de periodismo se celebró en el país que más periodistas encarcela en el mundo, de ellos no se dijo una sola palabra.
De acuerdo con Reporteros Sin Fronteras, China ocupa, en el mundo, el lugar 178 de 180 en libertad de prensa.
El Comité para la Protección de Periodistas señala que más de 120 comunicadores están presos en ese país.
Hasta ese país llegaron los periodistas invitados y, sin rubor, hablaron de “libertad”, “cooperación mediática” y “pluralidad de voces”.
De acuerdo con lo publicado por asistentes al evento, en el foro se consideró una “urgencia, conectar con la generación Z”.
¿Por qué? Porque no la pueden domesticar.
En China, para escapar del muro digital tendido por el régimen, los jóvenes usan lo que se conoce como Red Privada Virtual (VPN), que logra una conexión encriptada entre el teléfono celular e internet, oculta la ubicación en tiempo real del usuario y sus búsquedas.
De esa manera, los jóvenes chinos que se arriesgan pueden leer lo que el gobierno prohíbe y enterarse de lo que el Partido Comunista calla.
Quien haya ido a China en el último año y conversado con profesionistas no muy mayores, confirmará que el principal anhelo de esos chinos es irse de su país.
Y, en lugar de liberar a la prensa, el régimen busca crear una prensa amiga del poder, con rostro juvenil, para seguir controlando.
En esa estrategia están periodistas y enviados especiales de medios nostálgicos del Muro.
Fueron a China a intercambiar fórmulas de control disfrazadas de colaboración.
No es necesario poner nombres de países o de medios, porque son los mismos que callan ante la censura, justifican el acoso a medios profesionales, se prestan para difamar a críticos y son caja de resonancia del discurso oficial.
Así es que el foro de Xi’an fue, en realidad, una asamblea de propagandistas en busca de nuevos públicos.
Y mientras los comunicadores disfrutaban de los eventos artísticos, banquetes y exhibiciones tecnológicas que el gobierno chino les preparó para su esparcimiento, las cárceles de ese país siguen llenas de periodistas.
Presa sigue Zhang Zhan, la reportera que narró los estragos del covid-19 en Wuhan, condenada a cuatro años por “provocar disturbios”.
Presa sigue Huang Xueqin, periodista del movimiento MeToo, sentenciada a cinco años por “subversión”.
Preso sigue Dong Yuyu, articulista político, condenado a 14 años por supuesto espionaje.
La incongruencia de los propagandistas reunidos en China se explica por la palabra “miedo”.
No tienen miedo a levantamientos armados ni a sanciones de la ONU, le tienen miedo a los jóvenes que no se dejan manipular, a los que no veneran retratos, a los que exigen respuestas y no consignas.
Por eso lanzan esta ofensiva mediática global, necesitan fabricar un nuevo relato que seduzca a la generación Z como antes lo hicieron con la del Che.
Pero el mundo ha cambiado, los jóvenes ya no buscan redentores, sino que buscan la verdad.
