El vino también es regio
Hoy, la escena ha cambiado tanto que podrías pensar que estamos en Ensenada... o en Burdeos.
En una ciudad que históricamente ha tenido alma cervecera y corazón carnívoro, el vino ha ido ganando terreno, copa a copa.
Y no por moda —bueno, un poco sí— sino por gusto, por curiosidad, por la necesidad de saborear distinto.
Las cenas maridaje están de moda.
Los clubes de vino crecen.
Los restaurantes ya no solo tienen carta de tintos, blancos y rosados: ahora habemos sommeliers que explicamos, sugerimos y te retamos a probar uvas que nadie conocía hace unos años (¿graciano? ¿albariño?).
Pero este boom no es solo importado.
También hay orgullo nacional y local. Hoy encuentras etiquetas mexicanas en cada esquina: del Valle de Guadalupe, de Querétaro, de Coahuila y, claro, de Baja.
Incluso hay quienes se atreven con proyectos en Nuevo León —pequeños, sí, pero llenos de pasión.
¿Qué pasó en Monterrey?
Que el comensal regio se sofisticó.
Que la carne asada ahora convive con un Malbec, que la reunión entre amigos ya no es solo de cerveza, y que abrir una botella entre semana ya no es símbolo de lujo, sino de disfrute.
Y eso se nota.
Se nota en las tiendas especializadas que hay en el área metropolitana, en los clubes de vino que te llegan cada mes con botellas seleccionadas.
Se nota en los creadores de contenido que ya hablan de acidez, barrica y terroir* como si nada.
Y se nota, sobre todo, en que ya no se necesita una ocasión especial para abrir una botella: el vino se volvió parte de la mesa.
- ¿Es una moda? Tal vez.
- ¿Es una buena? Sin duda.
Porque si algo ha demostrado Monterrey, es que cuando se trata de comer y beber bien, no hay región que no pueda volverse vinícola.
*Terruño. Tierra de la que procede la uva y que brinda características únicas a cada uva, cada cosecha.