¿La ley es la ley? No, no lo es
“Toma chocolate, paga lo que debes”, contesta la Presidenta, populacheramente.
Nada de “negociaciones en lo oscurito”, añade: “la ley es la ley”.
Más que de acuerdo.
Así pasamos del dicho de López Obrador: “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley” al dicho contrario de la Presidenta: “la ley es la ley”.
Tremebundo salto, bienvenido: la ley es la ley. Dura lex sed Lex.
La ley sin excepciones para todos.
Suena bien, siempre ha sonado bien, y siempre hemos sabido que el dicho vale sólo para los adversarios.
No se aplicará a la Presidenta misma, quien orquestó una fraudulenta elección del Poder Judicial, cuya ilegalidad rebalsó por todos lados.
- ¿Podría volver la Presidenta a ese momento de su gobierno, con su dictum en la mano, y limpiar la ilegalidad de aquel proceso?
Se reirá en privado la Presidenta, creo, ante la sola insinuación de aplicarse en esto su terrible dictum: la ley es la ley.
La ley es la ley es el dicho más repetido y más vacío de la historia política mexicana.
No, aquí la ley no es la ley.
Aquí la ley es un instrumento del poder, lo ha sido siempre, y ha vuelto ahora al dominio del gobierno, del Poder Ejecutivo federal y de la titular del Ejecutivo, la presidenta Sheinbaum.
Vean el país.
- ¿Les parece que es el reino de la legalidad, el territorio de gobierno donde la ley es la ley?
Ricardo Salinas Pliego seguramente miente en lo que acepta que le debe al fisco.
La Presidenta miente más cuando dice que en este país y en su gobierno la ley es la ley.
No. Su gobierno descansa sobre una pirámide de ilegalidades construida por su antecesor, de la que ella es la beneficiaria.
En estricto sentido político, no puede aplicarse la ley sin destruirse.
Cóbrele a Salinas Pliego lo que debe, Presidenta, sin perdonar un peso.
Pero aplíquese la ley también a usted y a su gobierno, sin perdonar una ilegalidad.