La peligrosa ética del tecnopragmatismo climático: ¿una coartada para ignorar el futuro?
En las vísperas de la cumbre climática de las Naciones Unidas en Belém, Brasil, el filántropo Bill Gates aplico una sentencia que polariza el debate global.
Su tesis es simple y seductora: el cambio climático, aunque grave para los más pobres, "no provocará la desaparición de la humanidad".
Por lo tanto, argumenta, es más pragmático destinar recursos limitados a problemas "más inmediatos" como la pobreza y las enfermedades, dejando que la innovación tecnológica se encargue de la adaptación climática futura.
Este mensaje —respaldado por voces "realistas" como Bjorn Lomborg— sugiere que pedirle a la gente pobre de hoy que haga sacrificios para reducir la temperatura en el año 2100 no tiene sentido, pues esa futura generación será, supuestamente, "bastante más rica" y capaz de resolver la crisis que les heredamos.
Esta narrativa, que prioriza el crecimiento económico actual y minimiza la advertencia climática, no es una hoja de ruta, sino una coartada moral que nos permite eludir la acción previsora en el presente.
El vacío de la Ética Consecuencial
El argumento tecnopragmático se basa en una ética consecuencial fallida. Al descartar el catastrofismo, se anula el peso de las consecuencias negativas más dramáticas, haciendo que la inacción de hoy parezca una decisión racional.
Sin embargo, la ciencia nos ha demostrado que los riesgos ambientales ya no son locales ni reversibles, la ética tradicional, que funciona bien para los contemporáneos, se queda corta cuando las consecuencias de nuestras acciones trascienden miles de años.
Frente a esta ceguera, el filósofo Hans Jonas propone un imperativo categórico preventivo:
El Principio de Responsabilidad, Jonas nos exige que “actuemos de modo que los efectos de nuestra acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra”.
La confianza de que la tecnología encontrará su camino es, de hecho, un acto de irresponsabilidad.
Equivale a transferir un riesgo irreversible –la destrucción de la biosfera– a las generaciones futuras, forzándolas a luchar por las capacidades humanas más básicas (alimentación, salud) en un entorno empobrecido.
La ética nos obliga a la prudencia aquí y ahora, a la auto-limitación, para preservar las opciones de aquellos que no pueden votar en nuestros parlamentos ni invertir en nuestras bolsas.
El costo de la inacción: justicia y deuda histórica
La promesa de que el futuro será más rico, y por ende más adaptable, ignora dos realidades ineludibles: la Justicia Climática y la limitación física de los recursos.
- Justicia Climática: Los países más pobres, a los que Gates quiere priorizar con ayuda sanitaria y económica, son precisamente los que sufren hoy el mayor estrés climático sin haber sido los mayores emisores históricos, esta es la deuda con la humanidad de la que no podemos soslayar, las naciones ricas deben garantizar el acceso equitativo a los recursos vitales y proporcionar la tecnología y la financiación para un desarrollo sostenible que no replique el modelo contaminante, la Justicia Climática no es caridad, es una obligación de justicia distributiva.
- Límites Físicos: El argumento de que el daño climático solo reducirá el incremento de bienestar de un 450% a un 435% para el año 2100 (según Lomborg) se basa en modelos económicos que ignoran los límites biofísicos, el caso de la crisis hídrica es categórico: ya no existe oferta de agua dulce para más demanda, este agotamiento no se resuelve con innovación financiera, sino con limitación, precio y distribución, la escasez de recursos fundamentales es un punto de quiebre regresivo que ninguna prosperidad futura podrá compensar.
El quiebre generacional
La civilización ha experimentado un cambio profundo, en la última generación, la economía de servicios superó a la industrial y, simultáneamente, los recursos que antes se creían ilimitados (como el agua y la estabilidad climática) han comenzado a mostrar su agotamiento.
Mientras el consumismo se acelera, la escala de tiempo humana no nos alcanza para tomar conciencia de estas interdependencias.
Si deseamos realmente amortiguar la incertidumbre y mantener la viabilidad de la civilización, la clave no reside en la fe ciega en el motor tecnológico, sino en la cesión de una fracción de nuestro bienestar actual.
Debemos reemplazar el utilitarismo eficientista y el liberalismo neoclásico con una ética que incluya los acotamientos impuestos por la naturaleza.
Es urgente remodelar todo –tecnología, educación, economía– a partir de la prudencia necesaria para evitar causar daño a la vida en general, y no solo a la que vivimos hoy.
Nuestro compromiso con las generaciones futuras es un imperativo moral.