¿Puede Monterrey tomar vino blanco?
Y claro, aquí amamos el tinto, es cultural, es aspiracional, es lo que pides cuando quieres “quedar bien”.
Pero mientras tanto, en México —y específicamente en regiones como Querétaro, Zacatecas, Chihuahua y el Valle de Ojos Negros— están pasando cosas increíbles con las uvas blancas.
Cosas que vale la pena voltear a ver.
México sí hace grandes vinos blancos
Aunque no sean los más famosos, las uvas blancas en México llevan años dando de qué hablar:
- Chenin Blanc de Querétaro: Mineral, vibrante, con acidez altísima y un perfil que compite con estilos del Viejo Mundo.
- Viognier de Zacatecas: Más floral, más voluptuoso, con una textura ligeramente más cremosa y aromas a durazno y albaricoque.
- Sauvignon Blanc de Baja California: Hierbas frescas, toronja, lima, pasto recién cortado.
- Chardonnay de Ojos Negros: Serio, elegante, con capacidad de crianza y ese perfil mantequilloso que encanta a quienes buscan estructura.
Y sí, hay mucho más: Riesling, Colombard, Garnacha Blanca, incluso proyectos experimentales que están tomando fuerza, la calidad está ahí, el potencial también.
Falta que como consumidores lo abracemos.
¿Por qué vale la pena tomar vino blanco?
Si llevas tiempo queriendo entrarle, esta es tu señal.
- Frescura: Los blancos son ese respiro entre platillo y platillo. Limpian el paladar, te despiertan las papilas y te abren el apetito otra vez.
- Complejidad: No es solo “ligerito”. Un buen blanco puede tener capas de aromas: cítricos, flores, fruta blanca, miel, hierbas, piedra mojada... lo que quieras.
- Acidez: Y aquí está la magia. La acidez de un blanco es lo que lo hace tan gastronómico. Va con mariscos, sí, pero también con comida picante, quesos suaves, cocina asiática, ensaladas, pollo, salsas cremosas... es más versátil de lo que creemos.
- Longevidad: Y aquí viene un punto que casi nadie plática: los blancos también pueden envejecer. Hoy existen vinos blancos mexicanos con crianza —en barrica, en acero o sobre lías— que muestran cómo el tiempo transforma la textura, vuelve la fruta más melosa, suma notas de mantequilla, frutos secos o pan tostado, y crea vinos con una elegancia inesperada. Ese “paso del tiempo” es justo el argumento que derriba el mito de que el blanco es un vino “rápido” o para tomar joven. México ya tiene proyectos que lo contradicen con orgullo.
Y es ahí donde la pregunta de Óscar toma más sentido para Monterrey, si el blanco puede ser fresco, complejo, gastronómico y longevo, ¿qué nos falta para adoptarlo más seguido? Monterrey, calor, antojo y una oportunidad.
Si hay una ciudad perfecta para el vino blanco, es esta, clima caluroso la mitad del año, gastronomía potente, antojo constante de frescura, tenemos todas las condiciones para abrazarlo. Imagínalo con:
- un pozole estilo norteño,
- unos tacos de trompo recién dorados,
- pescado zarandeado,
- tiraditos,
- comida asiática,
- botanitas de domingo.
El vino blanco no solo acompaña, mejora todo lo que toca, y en un sitio como Monterrey, tiene cada vez más razones para aparecer en la mesa.
¿Entonces... puede Monterrey tomar vino blanco?
La respuesta corta, sí, y ya es hora.
La respuesta larga, tiene todo el sentido.
Tenemos acceso a grandes etiquetas nacionales, tenemos clima para disfrutarlo y tenemos productores mexicanos haciendo blancos que ya ganan medallas internacionales.
Lo único que hace falta es quitar la idea de que “el mejor vino blanco, es un tinto”, no, el mejor vino blanco, es el que está bien hecho.
Y México está haciendo vinos blancos cada vez más emocionantes.
