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¡Cine de terror!

Me meto en terrenos de nuestro crítico experto, Justo Elorduy, pero no tanto, porque esta reseña no es de película alguna, sino de las condiciones infra-mundo que privan en las dizque Salas VIP de Cinépolis.

El cartón del genio Paco Calderón no puede ser más elocuente.

La leyenda del grafiti en el vagón -el del tren Maya, no el de la guayabera- fue la primera expresión que se me ocurrió al recordar la experiencia de terror que viví con mi esposa y mi hija, cuando en pleno domingo caímos redonditos en la trampa que tiende Cinépolis a quienes queremos -queríamos- vivir una experiencia diferente en el cine.

 

"¿Por qué no comer en el cine? Mira nada más qué menú tan variado ofrecen mientras nos echamos la última película de Brad Pitt", sugirió la vástaga.

Y nos convenció cuando enarboló para que las viéramos en su cel, las cuasi camas donde si eres un VIP puedes hasta echarte una jeta, si la película cumple con su cometido anestésico recetado a los carentes de sueño en la noche, o sea, a los insomnes.

Con decirles que hasta cervezas y vinos de marca ofrecen estos tipos, pasando por sushis, hamburguesas, bagets, que si te los comes con propiedad, terminas hablando francés al último mordisco.

Con las reservas del caso me sumé a la iniciativa dominguera familiar, pues yo con una caja de palomitas y una soda de manzana me voy de lado, porque, así que digan complicado para comer, no soy.

Y ahí nos tienen, llegando a La Esfera, que así se llama el nuevo centro comercial que está a la salida de Monterrey por la Carretera Nacional, rumbo al pueblo mágico de Santiago, NL.

Adivinando las enormes filas que suelen formarse para comprar los bastimentos que se consumen dentro de la sala, raudo y veloz me formé, pero más tardé en acomodarme a la cola, que mi mujer en soltarme la primera reprimenda de la tarde: "Esa no es la fila, ¿qué no ves que traemos boletos para las salas VIIIIIIP?", me dijo, con un tono de orgullo que rayaba en la petulancia.

Y ahí me tienen, dejando libre mi lugar en la fila donde se forma el infeliciaje que va a ver las películas a las salas normales, o sea, a las que no son VIIIIIIP.

El lobby para los VIIIIIIPS está bonito, vieran. Espacioso y hasta salas hay para que la gente se siente mientras espera no sé qué para meterse a ver las películas.

Apenas vi el mostrador de la "dulcería" -si reconoces esta expresión, sufrido lector, es que tienes más de 50 años, jeje- me paré frente al único dependiente que estaba ahí.

Eso sí, no había fila, pero cuando descubrí por qué no, empezó el desmadre.

El joven de colita muy mona -en el cabello, conste- respondió flemáticamente cuando terminé de recetarle mi retahila de "una caja de palomitas normales, la más grande, y una soda de manzana, también la más grande, no le hace que parezcan dos tinas, si me hace usted el favor."

Con una sonrisa medio cabrona, el de la colita en el cabello me dijo: "discúlpeme, señor, pero aquí no le puedo vender eso".

¿Por qué no? Si desde aquí estoy viendo los dispensarios de sodas y palomitas...Repliqué.

Y el de la colita me ilustró con su inmensa sabiduría: "Aquí es el área de producción, usted tiene que ordenar a los edecanes que están dentro de las salas".

¿Y si yo quiero llevármelas desde ahorita, qué?

Y el de la colita me respondió ufanándose aún más: "pues fíjese que no se va a poder porque aquí es el departamento de PRO-DUC-CIÓN." Y separó esta palabra en sílabas y hasta la pronunció en mayúsculas.

Anticipando la tormenta, mi esposa me jaló elegantemente de la camisa, y como no traía manga larga, pues el jalón fue a pellejo vil y ahí vamos, yo refunfuñando porque no llevaba mis palomitas ni mi soda.

Mi hija, que quería comer en serio, se aguantó momentáneamente el hambre y nos apoltronamos a media luz en los tres descanset que Cinépolis VIIIIIP ofrece y cobra como si fueran los aposentos de los Reyes Luises franceses.

Ya ahí comenzamos a cazar a los edecanes que andaban en chinga paseándose entre los pasillos ofreciendo las ricuras del menú.

Después de estar manoteando por casi diez minutos, uno de ellos -también de colita en el cabello- nos dijo con un tono que ni los cabilderos de la Casa Blanca podrían emular: "¿Listos para ordenar?"

Mi hija se estaba tomando más tiempo porque ELLA QUERÍA COMER EN SERIO.

Mi esposa -bien linda ella- me dijo: "pide tú", como diciendo, al fin y al cabo tú con palomitas y soda te vas de lado.

Y repetí la orden que le di al de la otra colita, el del mostrador del área de PRO-DUC-CIÓN.

Y Le advertí: Traígase un madrazo de chiles jalapeños en escabeche, por favor.

Mi hija preguntó por unos sushis, y el de la colita le dijo, "fíjese que no los tenemos de momento".

"Es que la japonesa que los prepara exclusivamente para Cinépolis, entra hasta las 4".  (¡No MMES!, pensé, emulando al grafiti de la portada).

Enmuinada a medias, mi hija optó por algo así como un baget de salmón.

Y el de la colita repitió su respuesta: "fíjese que ese tampoco lo tenemos de momento".

O sea, ¿la noruega que prepara el baget de salmón, también entra a las 4, o qué?

Eso sí se me salió decirle al de la colita y me gané la 2a reprimenda de mi siempre bien portada esposa.

Ahí empezó a arder Troya, porque la 3a opciónde mi hija, se mereció la misma respuesta del de la colita.

¿Pues qué fregados hay y si no los tiene "de momento", para qué los ofrecen?, dije, levemente encabronado.

"Pues ni modo de que los tachemos del menú", murmuró desafiante el de la colita.

Pues va a estar medio cabrón que los taches, a menos de que seas el programador, porque toda esa madre del menú es virtual, pensé como respuesta imaginaria.

A la cuarta selección con la misma respuesta obtenida, mi hija se hartó y salió de la sala, cuando Brad Pitt ya empezaba a provocar suspiros a las espectadoras.

Regresó como a los 20 minutos y en la oscuridad, adiviné su cara de decepción.

"¿Qué crees que me dijo el del área de PRO-DUC-CIÓN?, que si no me gustaba que me saliera".

"Pero mira, te traje los jalapeños para tus palomitas", que me habían sido servidas por 2a vez, porque las del primer intento estaban rancias y el de la colita, en vez de jalapeños, me había traído dos mini tupperware con salsa roja de chile.

Al fin y al cabo, es chile, ha de haber pensado el muy hijoesú...

Mientras tanto, dos sucesos se desenvolvían en la sala SI-MUL-TÁ-NEA-MEN-TE:

  1. La película de Brad a todo tren bala.
  2. Los edecanes sirviendo a diestra y siniestra lo que los cinéfilos pedían, encendiendo una lucecita que parecía reflector, cuyo interruptor estaba ubicado en uncostado de los descansets.

O sea, pregúnteme de que se trató El "Tren Bala" y no los voy a sacar de ningún apuro.

Todavía a escasos minutos de que terminara la película, los edecanes seguían metiéndose en la línea visual entre los espectadores y la pantalla, valiéndoles poco menos que madre el asunto.

RESUMEN:

Las Salas VIIIIP de Cinépolis son una tortura para los que de verdad queremos ir a ver una buena película... con palomitas y soda de manzana... claro.

El sonido de estas salas es tan tan tan grosera y endemoniadamente alto, que si Beethoven fuera a una de ellas, se quedaría sordo por segunda vez...
Richelieu

Richelieu es una columna escrita por socios de la “Organización Rich”. 
Su contenido no refleja necesariamente la opinión editorial de DETONA. Bueno, a veces sí.