Como destruir al periodismo
La agonía ha sido lenta. Casi sincopada. Sus dueños conocen el sinsabor de las ventas en caída libre. Para ellos la solución está en la mercadotecnia.
En vender todos los espacios.
Ofrecen al rector de la universidad pública, también al alcalde emproblemado, al legislador local y federal con ínfulas de cacique, a los munícipes y al cabildo con sueños de promoción hacia delante.
Arman paquetes de lujo. Con impactos en las redes sociales, en las versiones digitales y hasta en actos sin la mayor importancia, como obras de relumbrón.
Solo eliminan la palabra del nombre del interlocutor. Colocan el apelativo staff. Entregan las facturas a las áreas administrativas y la pelota viene en caída libre.
Hay algunos, los menos avezados, en sufragar espectaculares de revistas desconocidas.
Todo está en venta. La portada, la contra, las páginas centrales a todo color. Las biografías del éxito.
Por las principales avenidas aparecen esas miserias humanas y profesionales. No le temen a las auditorias ni a los periodicazos. Ya los tienen en la bolsa. Nadie soporta el cañonazo seductor del dinero ni de la fama efímera.
En las mesas de redacción, en los portales digitales, en las televisoras y hasta en las pocas estaciones de radio supervivientes, el dueño ajusticia a los reporteros, a los directores y hasta el personal de intendencia.
Todo es dinero, incluso la honra tiene un precio.
Acostúmbrese a vivir bajo el imperio del ciudadano Kane. Al vértigo de no decir nada y ser el jefe del mundo.
