Nueva Era

De Cartago a México

Pablo Hiriart DETONA® México es salpicado por la sal del cinismo, la polarización y la impunidad del grupo en el poder y de los que compran protección al doblegarse.
https://vimeo.com/1091444957

Cartago, Túnez.– Desde lo alto de la colina de Byrsa se ven las ruinas de una de las ciudades más espléndidas del mundo antiguo; piedras, trozos de muro, partes de columnas rotas y abandonadas que no sólo evocan el pasado, sino que muestran el futuro de los países que no saben defender sus cimientos.

Cartago no cayó sólo por el poder de Roma, sino por la ceguera y la indiferencia de sus propias élites.

Al llegar las legiones romanas en la tercera guerra púnica, la ciudad ya estaba erosionada por el autoritarismo, la persecución a los críticos, el despilfarro de la riqueza pública y las instituciones habían sido puestas al servicio del clientelismo de los gobernantes.

El incendio final (146 a de C) fue la consecuencia de la descomposición de las élites, de su ceguera, sus envidias y su cobardía.

Hoy México se parece mucho al Cartago que no quiso ver el abismo al que la conducían sus gobernantes.

El Poder Judicial, el INE, el Tribunal Electoral, los órganos autónomos, en fin, todas las instituciones que actuaron como contrapesos del poder y lo obligaban a rendir cuentas, han sido destruidas sin miramientos por el gobierno y su partido.

Le llaman “cuarta transformación” a la destrucción.

“Mandato del pueblo” al resultado de las trampas para alcanzar los votos y cambiar la Constitución, poner a los designados por Morena como impartidores de justicia.

Llaman “programas sociales” al reparto de dinero que no crea riqueza ni genera desarrollo, pero garantiza clientelas electorales cautivas.

Presumen como “humanismo” al empoderamiento del crimen organizado que toma ciudades, pone y sostiene gobernadores, silencia a periodistas, expulsa a comunidades enteras y funge como brazo armado del partido gobernante.

Guardan lealtad al caudillo que fue artífice de la peor corrupción de la historia de México en más de un siglo, Andrés Manuel López Obrador.

Y las élites aplauden, como en esta ciudad devastada donde los comerciantes celebraban el funcionamiento aparente de la economía y el orden.

Los grandes empresarios mexicanos, salvo contadas y visibles excepciones, guardan silencio, hacen negocios, se adaptan al nuevo régimen como si la historia no los fuera a salpicar.

Creen que su indiferencia los va a proteger.

Se plegaron a un dogma opuesto a la exigencia de Santo Tomás –“ver para creer”–, y prefieren creer para no ver.

Desde aquí veo los restos del barrio de Aníbal Barca, el gran estratega púnico que estuvo a las puertas de Roma y no la tomó por las pequeñeces palaciegas de Cartago.

Las élites estaban enfrascadas en pequeñas guerras locales, disputas de egos, de intrascendentes espacios de poder.

Ninguno de los cartagineses, ni los grandes comerciantes, ni los políticos famosos, ni los hombres de poder que pactaron con Roma, sobrevivió al incendio de Cartago.

El Senado de Roma aprobó la propuesta de Catón el Viejo: “destruir Cartago”, que no quede nada.

Escipión Emiliano (no confundir con su abuelo adoptivo, Escipión El Africano, el extraordinario general romano que venció a Aníbal en Zama y se negó –por respeto– a llevarlo como trofeo a Roma. Tomó Cartago, pero no la destruyó) comandó las legiones que incendiaron la ciudad y a sus habitantes con piedras en llamas –por el aceite adherido– lanzadas desde los barcos con catapultas.

Luego de arrasar la ciudad, vino la sentencia: “Sembrad sal sobre Cartago”.

Realidad o leyenda, esa frase muestra el espíritu de lo que ocurrió a continuación: no bastó con incendiar casas, templos, reducir a polvo su esplendor.

En la gran Cartago no volvió a brotar nada, no se pudo reconstruir sobre sus ruinas.

Ese fue el precio de la irresponsabilidad, la pequeñez y la indiferencia de las élites de la capital púnica.

La ciudad amurallada –no queda nada del muro alrededor de la costa– no cayó por los atacantes que venían de fuera, sino por la ceguera, la envidia y la cobardía de los que estaban adentro.

Cartago quedó en manos de odiadores que no se conforman con destruir, sino que además necesitan maldecir. Se aseguran que nada quede en pie. Ni por error.

México, cómo no pensar en el gran aeropuerto que no sólo fue destruido a medio hacer, sino que hubo que echarle agua, inundarlo, para que nadie pueda reconstruir.

No bastó con capturar el Poder Judicial, ni desmontar las instituciones democráticas, ni destruir las vías de movilidad social a través de la educación, ni con pactar con el crimen organizado.

AMLO ordenó sembrar sal sobre lo que teníamos.

Muchas otras ciudades han sido devastadas a lo largo de los siglos, pero se levantaron y recuperaron su grandeza, aquí en Cartago se sembró sal para que ni el recuerdo fuera fértil.

En México, el obradorismo echó la sal del descrédito sobre periodistas por decir la verdad.

La sal sobre jueces que osaron ser libres.

El desprecio por el Estado de derecho.

La burla sobre la memoria histórica.

El estigma sobre el conocimiento.

La erosión del mérito.

El odio como forma de cohesión de las clientelas electorales.

Cartago cayó, sí. Pero fue la sal la que selló su condena.

En México aún hay quienes se enfrentan al poder destructor de la llamada “transformación”.

Hay ciudadanos, empresarios, activistas, jueces, periodistas y dueños de medios de comunicación que no se doblegan.

Y, como Aníbal, son denostados, perseguidos o calumniados no por Roma, sino por su propio gobierno y por sus propios colegas.

México es salpicado por la sal del cinismo, la polarización y la impunidad del grupo en el poder y de los que compran protección al doblegarse.

Pero aún hay patria, grande y generosa.

(Más de un siglo después de ser quemado, Cartago intentó ser reconstruida como colonia romana por César Augusto, pero sólo se hizo en una parte –preciosa por cierto–.

Ahora tiene unos 20 mil habitantes, y llegó a tener 300 mil. Aníbal se suicidó en el exilio, y Escipión El Africano –es decir, el grande–, también murió en el destierro el mismo año que su histórico y respetado rival púnico).

Con esta columna termina mi etapa fuera de México.
Espero seguir contando con el favor de su lectura.
https://vimeo.com/1115590494
https://vimeo.com/1115590526
https://vimeo.com/1015118818
https://vimeo.com/1091496933
Pablo Hiriart

Nacido en Chile, emigró a México a fines de los 70. En 1980 inicia su etapa como reportero del semanario Proceso y del diario La Jornada antes de formar parte del equipo de comunicación del gobierno federal.
Desde el año 2016, participa en México Confidencial en Azteca 13, en Proyecto 40 y es Director General de información política y social del diario El Financiero, donde escribe la columna "Uso de Razón".