La noche en que canté con Serrat

No me lo van a creer, pero algo extraordinario me sucedió en el concierto de Joan Manuel Serrat en Monterrey, en la noche del 14 de mayo, en el imponente escenario del Auditorio Pabellón M.

Todo pasó como a la mitad del recital. Serrat había cantado al principio algunas de sus canciones más recientes, pues reservaba para la segunda parte y el “grand finale” el repertorio pesado.

De pronto, las luces se apagaron dejando un halo de luminosidad únicamente en torno a la figura del catalán de oro.

Unas notas suaves, familiares, sonaron en el piano del maestro  Miralles, y mi corazón dio un vuelco: era la entrada a las “Nanas de la Cebolla”.

MIGUEL HERNÁNDEZ.

Todavía se detuvo un poco Serrat a recordar por qué las Nanas era un poema terrible, tierno, una canción de cuna escrita por Miguel Hernández desde la cárcel en donde estaba prisionero en 1939, en la época de la Guerra Civil española.

Cuando tarareó “la cebolla es escarchacerrada y pobre”, yo empecé a cantar con él, “escarcha de tus días y de mis noches”, y lentamente me puse de pie en mi asiento. “Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda”.

Uno de los tramoyistas que manejaban los poderosos reflectores apuntó, de repente, el cañón luminoso hacia mi asiento.

Y recibí la luz...

...como una iluminación divina, pero me apené porque yo sólo quería cantar en silencio, si se me permite decirlo así, es decir, sin llamar la atención.

“En la cuna del hambre mi niño estaba”, y antes de la siguiente línea Serrat, que había seguido con su vista la luz del cañón, se dio cuenta de que yo cantaba también las Nanas, “con sangre de cebolla se amamantaba”.

Con un gesto de su mano izquierda, Serrat me dijo “ven acá conmigo”. ¿Yo?, le contesté con la mirada. “Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre”.

Sí, tú, me decía Joan Manuel con la mano.

Como pude, caminé a la orilla del escenario y subí con la ayuda de alguien. “Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna”, seguía fraseando el cantante, así que no vacilé más, no se fuera a acabar la canción por tanta vacilación mía, y me planté junto a él.

“Ríete niño,que te traigo la luna cuando es preciso”, Serrat me puso su mano en el hombro y, con un miedo terrible a desentonar, le seguí el paso: “Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo”.

Ahí estaba yo parado, de nuevo un jovenzuelo de 18 años y pelo largo que se quería tragar la luna, el mundo entero, con un libro de Miguel Hernández, un disco de Serrat y mi guitarra en mano en los años 70s.

Era ese Rogelio el que cantaba, tan intenso y conmovido por el poeta que le escribía Nanas a su hijo recién nacido a quien nunca pudo conocer, pues ya nunca saldría vivo de su prisión. “Ríete tanto que en el alma al oírte bata el espacio”.

Por algún extraño efecto de la luz, Serrat era igualmente el joven catalán de pelo largo, oscuro, de voz fresca y potente, que veía yo retratado en las portadas de algunos discos y en las fotografías de los periódicos. “Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca”.

¿Cómo decirle a Joan Manuel que en cada reunión con amigos en que había guitarra eran las Nanas lo que yo cantaba? ¿De qué forma expresarle mi agradecimiento por su música, sus letras y su valentía de cantante catalán bajo la dictadura de Franco? “Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea”.

No hubo necesidad de decir nada, Serrat lo comprendía bien, así me lo dijo con su mirada.

Canta y disfruta, no pienses mucho, me decía...

...la juventud no es un recuerdo alado que partió y no volverá, sino una pequeña llama que siempre llevamos en el corazón. Siempre.

Y llegamos cantando a mi verso favorito de las Nanas:

"desperté de ser niño, nunca despiertes, triste llevo la boca, ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma”.

Terminó la canción, pero la magia de las Nanas se quedó en el aire.

Las luces se encendieron alumbrando todo el foro, Serrat había perdido pelo, era más viejo y caminaba con alguna dificultad (“mis rodillas hechas trizas”, había dicho al principio del concierto) , igual que yo lo hago.

No supe cómo, pero yo estaba de nuevo en mi asiento, con Paty a mi lado tomando mi brazo y sintiendo mi corazón palpitar, refrescado por la brisa leve de la nostalgia.

Esa es la magia de Serrat, que con esta gira (“la gira de los agradecimientos, me quise despedir personalmente de todos”) llega a su retiro de los escenarios y que se puso a cantar "Las Golondrinas" para los mexicanos al cerrar su recital.

Así fue la noche en que canté con Serrat. Doy fe.

Eres grande, viejo maestro, como el Cerro de la Silla.
Rogelio Ríos Herrán

Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México (1981)  y desde 1994 se ligó a los medios de comunicación como comentarista y productor en Radio Nuevo León y la televisión pública y colaborador y columnista en periódicos en Nuevo León y Arizona y Georgia, en Estados Unidos. Durante más de 18 años se desempeñó como editor de opinión en el periódico El Norte (Grupo Reforma), en donde además durante 15 años fue un editorialista regular con análisis sobre coyuntura de política internacional, Estados Unidos y asuntos mexicanos. Desde 2019 y hasta 2021 colaboró en Grupo Visión de Atlanta, Georgia, y condujo el programa radial Un Café Con Atlanta.