Un futuro sin democracia: de las urnas a los bots, mas sano no puede ser.

Carlos Chavarría DETONA® A medida que las sociedades sin pensamiento crítico son arrastradas por populismos de todo tipo, aumenta la inquietud sobre la posibilidad de futuros deseables. Nos vemos empujados hacia un barbarismo y retroceso político que implica la anulación real de la democracia por medios que, paradójicamente, a menudo comienzan siendo democráticos.
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El caso de Nayib Bukele en El Salvador, quien consolida su poder al remover a jueces y fiscales de la Corte Suprema, sirve como un ejemplo contemporáneo y alarmante de este fenómeno.

El "autogolpe de estado" no se ejecuta con tanques, sino a través de la manipulación de las instituciones desde adentro.

El declive democrático por medios "legales"

 La historia nos muestra que el camino hacia la autocracia no siempre está marcado por golpes de estado espectaculares, sino por un erosionamiento gradual de las normas. Adolf Hitler llegó al poder a través de elecciones y solo ya como canciller reveló sus intenciones hegemónicas. 

 Fidel Castro diseñó un sistema de partido único donde la elección era un mero formalismo, en Rusia, Vladímir Putin, tras emerger de las cenizas de la antigua URSS, ha cimentado un poder que se mimetiza con el zarismo, utilizando los mecanismos de una democracia que él mismo ayudó a construir para perpetuarse.

De manera similar, durante 70 años, el viejo PRI mexicano mantuvo un sistema electoral controlado por el Estado, con una aparente división de poderes que, en la práctica, no alteraba un sistema presidencialista hegemónico.

El patrón se repite:

Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela en 2002 mediante elecciones y la promesa de fortalecer la democracia. Si no hubiera sido por su enfermedad, es probable que hubiese continuado como "presidente" de por vida.

Su sucesor, Nicolás Maduro, ha perfeccionado este modelo, manteniendo una narrativa democrática mientras consolida un control total del poder, la lista es larga, y lo cierto es que la democracia se ha convertido, en muchas ocasiones, en un instrumento del poder para legitimar su propia anulación

La doble cara de la revolución tecnológica

 Al menos hasta 2015, se hablaba del internet y las redes sociales como herramientas de democratización. Durante la llamada Primavera Árabe (2010-2013), los medios occidentales y las élites políticas celebraron las "revoluciones de Facebook y Twitter".

El optimismo era contagioso: las redes daban voz a los ciudadanos y les permitían organizarse eficazmente contra regímenes opresores. Se pensaba que las democracias, con sus mecanismos de organización lentos y formales, no eran rivales para la fuerza y agilidad de la movilización en línea.

 Sin embargo, esta narrativa optimista perdió fuerza rápidamente, la historia se repetía: el homo twitter resultó ser tan manipulable como el homo videns. Las redes sociales, en lugar de ser un ágora de debate ciudadano, se convirtieron en plataformas para tiranos y extremistas. 

Las elecciones norteamericanas en 2016 sirvieron como una llamada de atención para las democracias occidentales; el escándalo de Cambridge Analytica, que utilizó los datos de Facebook para influir en las elecciones estadounidenses, puso de manifiesto que las plataformas digitales podían ser utilizadas no solo para liberar, sino también para manipular.

 Este giro nos obliga a plantearnos preguntas clave:

¿cómo está afectando la revolución de la información a la democracia? ¿Estamos ante una crisis democrática vinculada a la aceleración tecnológica? En lugar de enfrentar rebeliones de robots, es más probable que en las próximas décadas la democracia se enfrente a ejércitos de bots y algoritmos que, utilizando nuestros datos en línea, busquen vendernos no solo productos comerciales, sino también productos e ideologías políticas.

La crisis de legitimidad de las instituciones y un camino a seguir

 La democracia liberal se encuentra en una aguda crisis de legitimidad porque las instituciones sobre las que se construyó ya no gozan de la confianza de la población. Estados, partidos políticos, poder judicial y medios de comunicación han visto su credibilidad socavada por la corrupción, los escándalos y la creciente desigualdad económica. 

Si bien existen excepciones, los datos de las últimas décadas muestran una tendencia general descendente en la confianza ciudadana a nivel global.

Al mismo tiempo, la prometida expansión de la democracia liberal, de la mano de la globalización tecnológica, no se ha materializado en el siglo XXI. 

 Pareciera que la democracia ha agotado su recorrido histórico, y es necesario refundarla en nuevas instituciones que despierten el entusiasmo y la credibilidad para la tercera década del siglo XXI.

Sin embargo, a corto plazo, la falta de reformas y las expectativas irracionales siguen abriendo la puerta a campañas populistas.

Eventos recientes han expuesto la cara oscura del mundo digital, en una era de escepticismo y dependencia de la inteligencia artificial, en una red saturada de botstrolls y falsedades, la polarización y la intolerancia se intensifican, cristalizando con el ascenso al poder de líderes con dudosa reputación democrática.

La confianza ciega en las "tecnologías de la liberación" y la trivialización del mal uso del big data han generado una brecha de confianza.

 Para blindarse contra esta combinación tóxica de factores, las democracias necesitan nuevas metodologías, una de ellas podría provenir del trabajo de Sheila Jasanoff y el concepto de los "imaginarios sociotécnicos", que explora cómo las visiones de la sociedad y la tecnología se entrelazan para fabricar poder.

Es a través de estos imaginarios que la democracia puede morir silenciosamente, no a manos de hombres armados, sino a manos de líderes elegidos que se esconden detrás de la red.

Como reflexionó Woody Allen:

“En 2001 unos fanáticos mataron a estadounidenses, y ahora los estadounidenses matan a iraquíes, cuando era niño, los nazis mataban a los judíos. Ahora, los judíos y los palestinos se están matando entre ellos.

La política ha sido volátil durante miles de años, y sin sentido, porque todo se repite. Pero como ciudadano, voto, por supuesto.”
https://vimeo.com/1015118818
https://vimeo.com/1089261994
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Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.