¿Y si dirigir una empresa fuera como jugar fútbol? (Spoiler: sí lo es)
Aprendemos a perder, a no tragarnos la lengua cuando ganamos, y sobre todo, a jugar en equipo sin entender del todo cómo.
Pero a medida que crecemos y nos metemos al mundo corporativo, parece que olvidamos que la cancha y la sala de juntas tienen más en común de lo que creemos.
El “beautiful game” no es solo para los domingos
El documento que leí y que me inspiró este artículo habla del fútbol como metáfora de vida.
Pero no en el sentido romántico de “once contra once y al final gana Alemania”. No.
Más bien en cómo la dinámica de este deporte refleja lo que pasa en cualquier organización: colaboración, resiliencia, improvisación, estrategia… y, claro, errores monumentales.
El CEO no es el delantero estrella
Hay algo que el fútbol nos enseña de inmediato: nadie gana solo.
Puedes tener al mejor 10, pero si el lateral derecho se duerme, te clavan tres goles.
En las empresas pasa igual. Hay líderes que se creen Messi, pero juegan como si estuvieran en una cascarita: corren por todos lados, tocan todo, opinan de todo… y al final el equipo se cansa y deja de pasarles la pelota.
Un buen líder no es el que mete todos los goles, sino el que lee el partido, confía en su equipo y sabe cuándo hablar… y cuándo dejar jugar.
Juego colectivo ≠ todos hacen todo
Otra enseñanza poderosa: en el fútbol, cada uno tiene su posición.
El portero no intenta meter goles.
El delantero no se pone a dar indicaciones al árbitro.
Y nadie o casi nadie le grita a su compañero por fallar si está claro que lo intentó con intención.
En el mundo profesional, solemos confundir trabajo en equipo con “todos hacemos todo”.
Error.
Un equipo realmente funcional es el que sabe delegar, apoyar, y como en la cancha cubrir al compañero sin quitarle su lugar.
¿Y los errores? Se fallan penales, no carreras
Pregúntale a Roberto Baggio.
O a Messi en la Copa América 2016.
O a cualquier jugador que haya tenido un mal partido: los errores en fútbol se ven, se critican, se reviven en cámara lenta… pero se superan.
En cambio, en muchas empresas el error se vive como un castigo eterno.
Como si fallar fuera un tatuaje en la frente que dice: inútil, no lo vuelvas a intentar.
Qué distinta sería nuestra cultura organizacional si entendiéramos que errar es parte del juego.
Que el error, bien leído, es una oportunidad.
Que un equipo que no se equivoca es, probablemente, uno que no se arriesga.
Estrategia, intuición y contexto: el tridente invisible
Los grandes equipos no ganan solo por correr.
Ganan porque combinan tres cosas: una estrategia clara, la intuición de los jugadores, y el entendimiento del contexto (sí, eso incluye saber si estás jugando en Anfield o en la altura de Toluca).
Las empresas exitosas hacen lo mismo.
Tienen un plan, pero dejan espacio para que sus equipos interpreten, propongan, ajusten.
No todo se puede controlar con KPI’s. A veces necesitas que tu gente “huela el partido” y tome decisiones en tiempo real.
El público opina, pero no dirige
Y sí, todos creemos que podríamos hacerlo mejor desde la tribuna.
“¿Por qué sacó a ese jugador?”, “¡No puede ser que no lo viera solo!”.
Igualito pasa en el mundo laboral.
Todos tienen una opinión del jefe, del equipo, del cliente, del proyecto. Y no está mal.
Pero ojo: opinar no es liderar.
Y el liderazgo no siempre es visible desde la grada.
El fútbol, en su aparente simpleza, es un reflejo brutalmente honesto del comportamiento humano:
- Se gana y se pierde.
- Se compite y se colabora.
- Se improvisa… pero con base en mucho entrenamiento.
En las empresas y en la vida sería más sano, más humano y más efectivo adoptar un poco de esa lógica futbolera:
Saber cuándo pasar.
Cuando frenar.
Cuando patear.
Y, sobre todo, cuándo abrazar al que falló, porque el siguiente penal… te puede tocar a ti.
En fin...
Si el fútbol es “el juego más hermoso del mundo”, es porque sabe que no todo es ganar.