Claudismo vs obradorismo
El espacio entre la espada y la pared se estrecha para la presidenta de México.
Andrés Manuel López Obrador no pudo escoger mejor: es leal, obediente y subordinada hasta la abyección, la midió bien a lo largo del cuarto de siglo que estuvo bajo su sombra.
Tras casi un año con la banda presidencial puesta, Claudia Sheinbaum seguiría los cinco restantes gritando a los cuatro vientos que su gobierno es un simple apéndice del anterior y que es un honor estar con Obrador.
El problema es que la herencia recibida no es la que Claudia presume. No puede construir un segundo piso cuando en lugar de columnas hay barriles de pólvora con mechas encendidas.
La “herencia maldita” a la que ella ha hecho referencia con respecto a otros presidentes es realmente la recibida del tabasqueño. La presidenta lleva 12 meses abriendo los ojos y constatando, una y otra vez, los incendios que tiene que apagar.
Desearía fervientemente ser la hija obediente, con sus huellas invisibles porque están colocadas por donde pasó primero su predecesor, está descubriendo, a su pesar, que no puede.
No es sólo que debe adoptar un curso distinto al del obradorato, es que más pronto que tarde lo chocará de frente.
López Obrador concentró el poder como ambicionaba: emulando a los casi emperadores sexenales del priato, su hija política no puede engañarse ni engañar a nadie: todos los caminos llevan a AMLO.
Entre ellos la muy ancha avenida de la corrupción, en que caben desde los contratos de los amigos de sus hijos y los abundantes sobres de sus hermanos hasta el huachicol (sea fiscal o no).
Desde la despiadada falta de medicamentos que mata ya hace años hasta la destrucción ecológica del tren maya, Del espectacular fracaso petrolero que ahora debe rescatar con miles de millones de dólares hasta la extorsión de negocios grandes, medianos y pequeños (el crimen no discrimina) que explotó gracias a que su patrón político ofreció abrazos a los delincuentes.
En esta última rama del podrido árbol del licenciado, la inseguridad, es donde la doctora ya empezó a cortar algunos pedazos, en buena parte empujada por la administración Trump.
Es inevitable: a medida que avanza hacia el tronco se acerca al propio tabasqueño, ahora por medio de sus paisanos: uno a quien llamó su hermano, y fue su titular de Gobernación, este acompañado por quien fuera su jefe de seguridad estatal (aunque la seguridad era para los delincuentes que encabezaba).
El ahora senador ya representa una pieza grande del rompecabezas obradorista que Sheinbaum Pardo dice que no existe.
Todos los antecesores de la actual mandataria se acabaron distanciando de sus antecesores, con rapidez desde el discurso de toma de posesión (Ruiz Cortines), con el tiempo y mandando al susodicho a un elegante destierro diplomático (López Portillo) o simplemente permitiendo que el merecido descrédito y oprobio popular lo carcomieran (De la Madrid).
Claudia no quiere alejarse, al contrario, pero se está viendo obligada ante el brutal peso de las evidencias. Ahí no podrá culpar al neoliberalismo.
Las cruentas batallas entre claudismo y obradorismo apenas comienzan.
La ironía es que ninguno de los combatientes quiere enfrentarse al otro.
Lo cierto es que la doctora no ha mostrado personalidad propia, aunque sí tiene a su alcance ese enorme poder que no ha querido usar, y el tabasqueño mantiene enorme influencia y es inmensamente taimado y rencoroso.