Concentrémonos en el futuro
Las intervenciones inopinadas del todavía presidente y la etiqueta que está guardando la presidenta electa, no abonan precisamente a la confianza y sí mucho a la especulación respecto al futuro.
Si bien la concentración del poder por la que voto la mayoría de los mexicanos que acudieron a las urnas, revive el autoritarismo de la época del viejo PRI con todos sus vicios y desfiguros, el México y el mundo de hoy son muy diferentes de aquellos caracterizados por el proteccionismo económico y la bipolaridad inducida la Guerra Fría.
Así como la sociedad entera logró “sacar al PRI de Los Pinos”, esa misma sociedad sabrá cobrar los malos resultados a las administraciones que ahora detentaran el poder absoluto, en tanto tengamos claro el modelo de futuro que pretendemos alcanzar.
En un sistema electoral como el mexicano, donde el que gana, gana todo y el que pierde lo pierde todo; la exposición a los abusos desde el poder público son bastante probables, si además el poder ejecutivo está centrado en una sola figura, llámese presidente, gobernador o alcalde; el cual se hace cargo de todas las facultades para ejercerlas según sea su interés; la experiencia enseña que no son precisamente la eficiencia y la honestidad las que mandaran.
Ese sistema es casi perfecto en cuanto al ejercicio total e irrestricto del poder, pero es una forma muy ineficaz de gobernanza y sin importar las intenciones, los resultados siempre serán pobres.
El sistema nación como el nuestro, en su componente político como conductor del conflicto y administrador de los espacios para la convivencia, siempre se verá tentado a suplir el debate por la represión velada o activa como solución de continuidad para todo fenómeno controversial.
El presidencialismo al estilo mexicano no sabe operar sin un “hombre fuerte” y sujetado a contrapeso alguno.
A regañadientes y usando atajos diletantes el sistema empezó a ceder en algunos temas pero manteniendo el omnímodo poder presidencial intocable.
A partir de los 1960, el sistema determino empezar la faena de introducir contrapesos al poder público y otorgar más espacios a la sociedad para limitar al estado y tratar de mejorar la eficiencia en la solución de los asuntos públicos, pero no se tocó el foco del problema: el poder presidencial.
Nada nuevo hace y hará Morena que no hubieran ya inventado el PRI y el PAN en materia de programas sociales, el asunto fue que ahora los perfeccionaron con unas tarjetas basadas en censos directos que aseguraba que los recursos a distribuir no se “perdieran” en su camino a las manos de los clientes, perdón beneficiarios.
No obstante, el “éxito” de los programas sociales, el país continúa sin tener una visión de futuro más allá del modelo pendular de un estado concentrados o distribuidos la riqueza producida por la nación.
La autoridad política lograda por la vía del clientelismo electoral, lejos de obtener su legitimidad de la superioridad moral o represiva de los gobernantes, se legitima por la habilidad de quienes han sido elevados a esta posición para canalizar intereses heterogéneos y obtener resultados que satisfagan dichos intereses con el mínimo de costos sociales sin dejar de lado, obviamente, los ecológicos.
Al igual que Salinas y Zedillo, ni Fox o Calderon quisieron adentrarse en cambios profundos al presidencialismo para dar el gran salto al espacio deliberativo que el país requiere.
Como lo dijo en una de sus mañaneras el propio AMLO: “…ayudar a los pobres es ir a lo seguro … son agradecidos…”.
Se podrán ganar elecciones con transferencias hacia los pobres agradecidos, pero no se gana la garantía de un futuro mejor para todos, menos para los más pobres, sin acelerar el rumbo hacia estadios de mayor productividad en general, lo cual no se logra por decreto ni a través "de la grilla".
Por su lado, la clase política opositora no logró articular una oferta electoral diferenciadora, convincente y rupturista que superara al añejo clientelismo distorsionante y que atrajera la conciencia colectiva hacia una visión de futuro que despierte el entusiasmo de todos.
Ante la marcha arrolladora de un mundo tecnocéntrico, nuestro modelo de desarrollo se dedica a ofrecer nuestra mano de obra como mejor y único recurso, pero sin el asomo siquiera de pensar en incursionar como agentes activos dominantes y creadores de tendencias rupturistas en tecnociencias innovadoras.
Sin un modelo de futuro, cualquier oposición política será mediatizada al alcanzar el poder.
La oposición contestataria es más de lo mismo, olvidarán sus ofertas cuando tomasen en sus manos el poder y aplicaran las mismas fórmulas que funcionaron en el pasado para sostenerse en él, pero no mejorara su perspectiva hacia un futuro mejor, metiéndose en un ciclo sinfín de modestos adelantos y fuertes retrocesos.
Para avanzar hacia un futuro superior habrá que esperar a que el ruido electorero y todo el ambienteespeculativo que invade los espacios de información se disipe para que a partir de esa fotografía inicial del nuevo régimen, comencemos a formular una visión de un nuevo futuro que supere nuestros atrasos endémicos en todos los temas.
Debemos hacer a un lado la aceptación conformista con el estado del mundo que nos rodea y ser más codiciosos e imaginativos con el futuro que deseamos.
La codicia no es mala cuando se trata del bien común. Insulta a nuestra inteligencia una clase gobernante y todos los liderazgos que piensan solo en su presente y abandona el futuro de todos, dejando una degradación muy evidente como prueba de sus limitaciones.