¿Por qué fraccionamientos de élite se vuelven trampas mortales para familias regiomontanas?
Y no es la primera vez que cierta empresa internacional de inversiones, que opera en esta ocasión con Trazzo Urbano, se ve envuelta en graves problemas con sus compradores.
Esta empresa acumula denuncias, polémicas y escándalos.
Pero lo que ayer reveló el periódico El Horizonte supera todo límite.
Porque esta vez perdió la vida un menor de edad, y eso nos parte el corazón y nos indigna al mismo tiempo.
El fraccionamiento Catujanes, desarrollado por Trazzo Urbano, fue presentado como un proyecto inmobiliario de alta gama en una zona exclusiva de Monterrey.
Pero detrás del marketing y de los renders, este medio descubrió negligencias, improvisaciones, presunta corrupción y, ahora, una terrible tragedia.
Un menor de edad perdió la vida y enlutó a toda una familia.
No podemos atribuir este deceso a una falla estructural, porque esta era previsible y totalmente evitable.
Te lo explico:
Cuando construyes casas en una cañada y no colocas ductos para canalizar el agua que baja de las colinas; cuando dejas que la lluvia corra por las calles como si fueran desagües naturales; cuando permites que los hogares se conviertan en muros de contención improvisados, ya no se trata de un error; es una negligencia con consecuencias legales.
Y esa culpa pesa en la conciencia de los funcionarios públicos que la autorizaron; debería pesar en el corazón de quienes diseñaron el proyecto; y pesa en el alma de quienes se enriquecieron con ese desarrollo que no se edificó correctamente, tomando todas las debidas precauciones.
Habrá que deslindar responsabilidades para que este caso no sea resultado de una funesta complicidad entre el poder público con particulares.
Porque ya incluso algunas diputadas locales del Congreso del Estado están interviniendo acertadamente y pusieron ayer las cartas sobre la mesa.
Habrá que investigar, dijeron ellas.
Esta columna les reconoce públicamente su atención.
En el caso del fraccionamiento Catujanes hay preguntas que no pueden seguirse ignorando: ¿Qué instancia pública giró los permisos, las autorizaciones para construir sobre un paso pluvial? ¿Por qué se consintió que las calles sirvieran como drenaje natural? ¿Por qué se miró hacia otro lado mientras se violaba la “servidumbre del paso pluvial”?
Y, sobre todo: ¿Quién responderá ante los padres del menor que lamentablemente perdió la vida?
Esa agua no solo arrastró piedras y lodo:
Arrastró también la confianza ciudadana y, por tanto, no puede repetirse jamás. Ya sabemos que cuando el poder político manda sobre la gente, y no al revés, las tragedias se vuelven rutina.
Y la indiferencia social es la antesala de todo régimen autoritario.
De hecho, ayer se reveló el nombre del Premio Nobel de Literatura de este año.
Se trata de László Krasznahorkai, un autor del que he leído dos novelas no fáciles, sino duras de leer.
En una, recién publicada tras la caída de la Unión Soviética, narra la degradación y la corrupción rampante de un gobierno estatólatra.
Me refiero a la monumental novela La melancolía de la resistencia, que es la más recomendable para comenzar a leer a este gran escritor húngaro.
László Krasznahorkai narra que, cuando una sociedad —como la húngara o la regiomontana (lo mismo da)— se acostumbra a las componendas políticas, el poder se vuelve grotesco, y la corrupción deja de ser un acto aislado para transformarse en un sistema que rige las relaciones sociales y comerciales.
El caos no suele llegar de golpe: se infiltra como la humedad, aparentando crecimiento urbano y desarrollo inmobiliario.
Sin embargo, el progreso no puede generase a cualquier precio; no a cualquier costo.
Finalmente, lo que destruye a una sociedad es la esperanza ilusa de que el gobierno nos resuelva todo, nos norme todo y decida hasta lo que debemos sentir, pensar y decir.
La indiferencia de los ciudadanos acelera la podredumbre de sus élites gobernantes.
Eso es lo que vivimos en casos como el de los fraccionamientos que irregularmente se levantan en cañadas.
La melancolía de la resistencia es, en el fondo, el luto por una sociedad que ya no acepta resistir.