Concierto lleno de bravura, músculo, emotividad, instinto y fuerza, con el mejor piano Steinway de todo México
(NOTA DEL EDITOR: No se pierdan al final los 11 fragmentos de videos del concierto.)
Este martes 19 de agosto tuve oportunidad de asistir como invitado a un concierto en el Salón Las 4 Estaciones, en la casa del filántropo, Gustavo Mario de la Garza Ortega.
La ocasión fue una oportunidad de escuchar al pianista duranguense Elir Hernández en un programa que incluyó varias obras para piano así como una selección de música para trío con piano.
Para este segundo cometido se presentaron la violinista irlandesa Julieanne Forrest y la violonchelista polaca Emilia Szewczak.
Los tres han sido alumnos de la Universitat de Musik un Kunst de Viena.
A sus 25 años, Hernández es un pianista “hecho y derecho”.
Posee la técnica para abordar cualquier partitura y además, algo que no se enseña, sino que se logra con la experiencia: un instinto musical que le permite comunicar con fuerza la música que interpreta.
Ayudó mucho tener a su disposición el que para algunos es “el mejor piano Steinway disponible en México”, a juzgar por el sonido amplio que llenó la buena acústica del Salón; es difícil de poner en duda esa aseveración.
Me sorprendió saber, de parte del propio Hernández, que el repertorio para este programa lo preparó con antelación menor a un mes.
Quizás algunas de las obras interpretadas van a crecer con la familiaridad y la experiencia, pero de entrada hubo mucho disfrute y poco, o nulo, reproche.
La primera parte del programa fue novedosa y solo lamento que no hayamos escuchado completo el Trío de Arensky (el cuál tienen en su repertorio los tres músicos).
Comenzó con un exquisito Tempo di minuetto del Trío para piano y cuerdas OP. 38 de Beethoven.
Esta obra proviene de una previa, el Septeto y nos muestra a un Beethoven clásico y juguetón.
La interpretación fue deleitosa y limpia de parte de los tres artistas.
Después Hernández interpretó una transcripción para piano de Ernest Pauer del 1er movimiento: allegro con brío, de la 5ª Sinfonía de Beethoven.
Este fue un “tour de forcé” de sonido pleno, gran colorido pianístico y con efectivos contrastes dinámicos.
En seguida escuchamos la Sonata-Fantasía, OP. 19 de Alexander Scriabin, modelada en la Sonata “Claro de luna” de Beethoven.
Es una obra en dos movimientos.
El Andante inicial nos regaló algunos de los momentos más etéreos de la mano de Hernández; el juego de ambas manos fue excepcional y su manejo de octavas, virtuoso.
El segundo movimiento, presto, volvió a mostrar un gran trabajo de bravura de parte de Hernández, cuyo manejo de color y temperamento le sienta bien a la música de Scriabin con sus armonías opulentas.
La segunda parte concluyo con dos fragmentos del Trio para piano Op. 32 de Anton Arensky.
No recuerdo haber escuchado jamás en Monterrey esta partitura, en un estilo romántico tardío ruso y poseedora de lo mejor de esta escuela: vitalidad, memorabilidad temática y emoción.
Los músicos eligieron tocar el 2º movimiento, scherzo y el final, allegro non troppo.
Pudimos disfrutar del magnífico sonido que logró Szewczak en el violonchelo, generoso, vibrante, en contraste Forrest desplegó un virtuosismo más sutil, con un timbre compacto y delicado.
Los tres músicos demostraron su rapporty lograron momentos de gran belleza como en el vals central del scherzo y el turbulento final de la obra.
Tras el intermedio, Hernández nos regaló una versión robusta de la Balada No. 1, Op. 23 de Chopin.
Una vez más su toque “muscular” impresionó, si bien consiguió un inicio de cierta sutileza.
Particularmente atractivo fue la aparición del segundo tema, el cual poseyó la nostalgia encantadora necesaria.
Pero para Hernández hay subyacente un poder subyacente que encuentra su desfogue en la coda, presto, la cuál hizo soltar al público varios bravos en la sala.
Después escuchamos el cuarto movimiento del Trio sobre melodías populares irlandesas del suizo Frank Martin.
Un momento donde Forrest desplegó el corazón de la música de su país con gran vitalidad y sentido rítmico, particularmente en el tema del jig.
Después de un Liebestraum de Liszt, que no era necesario escuchar, escuchamos otro de los momentos climáticos de la noche, este fue el Vals Capricho, Op. 1 del duranguense Ricardo Castro, compositor que tras ser casi borrado por el stablishment nacionalista post-revolucionario hoy queda como una de las máximas figuras de la música decimonónica de México.
Aquí Hernández no solo mostro un pianismo emotivo, sino de gran sentido musical-artístico.
Fraseo con gran encanto el famoso tema principal y no tuvo ningún problema para salir avante en las cascadas descendentes, de una pulcritud excepcional.
Después de un muy europeo Verano Porteño de Astor Piazzolla con el trio, Hernández cerró con la Balada Mexicana de Manuel M. Ponce, quien junto con Castro, nos da el repertorio base del piano mexicano.
Aquí, nuevamente admiramos el trabajo de octavas y acordes, principalmente en la segunda aparición del segundo tema. La cadenza final dejó al público encantado.
Como encore, los tres músicos improvisaron sobre “El cisne” de Camille Saint-Saëns (me quedo con la versión original para piano y violonchelo) y cerró, dedicando este último número a su benefactor, Gustavo m. De la Garza, la Fantasía Impromptu, OP. 66 de Chopin.
Los diversos ritmos fueron interpretados con maestría, resaltando sobretodo los momentos cantábiles que nos mostraron a un Hernández más sutil y delicado.
Monterrey tiene en su haber a grandes patronas y patronos de las artes.
Reconocimiento:
En este sentido, reconocemos la labor de Gustavo M. de la Garza, no sólo como promotor del piano y patrono de pianistas sino también como un generoso host que abre su salón para quien esté convencido de la importancia de la música clásica en una sociedad.
Parece que esta lección tiende a perderse en las nuevas generaciones empresariales, y, sin embargo, hay oportunidades en la ciudad, que algunos otros patronos, siguiendo el ejemplo de De la Garza, podrán cristalizar en un futuro, como el de financiar una verdadera sala de conciertos.