Ética y la brújula moral para el futuro

Carlos Chavarría DETONA: Dura y descarnada fue la declaración del Presidente Trump ante el fracaso de su último intento por sentar a Putin y Zelensky en una negociación para conducir el conflicto entre Rusia y Ucrania.
“…no son nuestra gente, no son nuestros soldados…”

No tenemos opción: debemos hacernos cargo del diseño de nuestro futuro como sociedad, o la anarquía de una sociedad sintética nos impondrá lo que surja.

La única base cierta para juzgar, evaluar y conducirnos es la ética, frente a la dirección de un futuro que nos arrastra cada vez más hacia la neutralidad ética en todas las acciones, sin importar las consecuencias y los efectos agregados de las mismas.

La tolerancia se ha acabado: todo conflicto de inmediato se escala hacia una guerra.

Ucrania-Rusia, Pakistán-India, Israel-Hamas-Palestina, guerra civil en Siria, Yemen, Myanmar, Sudán, el Sahel en África Occidental, El Congo, más otros tantos latentes o en proceso de evolución.

Frente a ese ambiente geopolítico belicoso, las grandes potencias toman la autodefensa de sus intereses como razón y justificación para rearmarse y lanzar su diplomacia beligerante, así como políticas comerciales para el desarrollo que son del todo erráticas e inexplicablemente excluyentes, cuyo resultado es mantener estancada la economía mundial. 

Solo nos falta el inefable Dr. Strangelove, adorador de la extinción atómica de la humanidad, para cerrar la función y acabar con la preocupación acerca del futuro.

Tal y como en el argumento de esa película de los años 60, nunca habíamos padecido tanta incompetencia y locura en los líderes mundiales y en muchos de los domésticos, como si de manera global hubiésemos alcanzado un nivel de desarrollo tal que ya llegó nuestro nivel de incompetencia para el gobierno de la civilización.

Mientras tanto, las comunidades que no tienen tiempo para tanta incapacidad de los gobiernos, los seres humanos comunes, están ocupados en sobrevivir frente a las dificultades económicas que están implícitas en la volátil circunstancia política de cada región, distraídas además por medios de información que también maniobran entre la realidad y sus propios intereses, entregando datos seriamente manipulados de acuerdo con la bola de cristal de cada uno.

Según la OIT, si bien la tasa de desempleo mundial se mantendrá relativamente estable en 2025, la creación de empleo no será lo suficientemente robusta como para resolver los problemas de desempleo, informalidad y pobreza laboral existentes.

Se necesitan esfuerzos significativos para promover la creación de trabajo decente, especialmente para los jóvenes y las mujeres, y para abordar las desigualdades regionales.

Esas comunidades que no tienen derecho al pesimismo, esa gran mayoría silenciosa, que sobreviven a la dura realidad que causan los diseñadores del poder, tienen como uno de sus mejores y únicos recursos la espiritualidad y la solidaridad en su versión más auténtica, la de los aldeanos, donde surge la más sincera prosociabilidad.

Como todo futuro motivante requiere esperanza, en Occidente siempre se ha recurrido a la versión institucional de la misma, como impulsora de visiones y acciones hacia un mundo mejorado.

Somos materia y espíritu, tanto como mente y emociones, formando un “fenómeno humano” que en lo esencial no ha cambiado, pero sí nuestro conocimiento sobre nosotros mismos.

Pierre Teilhard de Chardin, con su visión evolutiva integral, ilumina el fenómeno humano a través de la lente de la conciencia en ascenso.

Su Ley de Complejidad-Conciencia ("El Fenómeno Humano" (Le Phénomène Humain): Esta es la obra magna de Teilhard de Chardin, publicada póstumamente en 1955.

Postula que la organización creciente de la materia conlleva un correlativo aumento en su "interior", es decir, en la conciencia.

En el ser humano, esta ley alcanza un punto crucial con la emergencia de la conciencia reflexiva, la capacidad de pensar sobre el pensamiento (bautizada como metacognición por las neurociencias), marcando un salto cualitativo en la evolución.

Cada vez que sucede un nuevo papado, la opinión pública occidental espera que emerja una narrativa que eleve ese nivel de consciencia reflexiva que nos saque del estancamiento ético por el que navegamos.

Sin embargo, qué lamentable espectáculo dio la “humanidad en red” durante el proceso de selección del nuevo Papa que habrá de gobernar y conducir la Iglesia Católica del mundo.

La sociedad en red lo convirtió en un evento todo menos que solemne.

Hasta corrieron apuestas sobre quién sería electo.

Si bien iglesia, religión y espiritualidad no siempre representan lo mismo y, en no pocas ocasiones, las bases éticas de la trascendencia a través de ese triángulo también evidencian fracturas ante nuestra realidad sintética, esos medios de información hacen ver el mensaje de la Iglesia como un dogma anacrónico, gris y gastado.

Las contradicciones entre iglesia, religión y espiritualidad son un reflejo de la diversidad de la experiencia humana y la búsqueda de lo trascendente.

Mientras que la iglesia ofrece estructura y comunidad, y la religión proporciona un marco de creencias y prácticas, la espiritualidad se centra en la experiencia personal y la conexión individual que resulta. 

Las tensiones surgen cuando las estructuras institucionales o las doctrinas entran en conflicto con la búsqueda personal de significado y una conexión auténtica con lo indiscernible, lo que mina la confianza en el buen sentido de la acción humana; y la ciencia no siempre está a la mano para guiarnos, solo la ética está siempre presente.

La ética, entendida como un instrumento autónomo de autodisciplina, se erige como un pilar fundamental para la existencia significativa y armoniosa dentro de un marco de libertad.

En esencia, implica la capacidad individual de internalizar principios morales y valores, y de guiar la propia conducta de acuerdo con ellos, no por coerción externa, sino por convicción interna.

En un contexto de libertad, donde las restricciones impuestas son mínimas, la ética autónoma se vuelve crucial para evitar el caos y la desintegración social.

Sin un marco de autodisciplina ética, la libertad podría degenerar en libertinaje, donde la búsqueda desenfrenada del interés propio, sin consideración por los demás o por las consecuencias a largo plazo, podría socavar la coexistencia pacífica y la prosperidad colectiva. 

La autonomía en la ética radica en la capacidad del individuo para razonar sobre lo que es correcto y bueno, para internalizar esos principios y para actuar congruentemente con ellos, incluso cuando no hay una supervisión externa o una amenaza de castigo.

Esta autodisciplina no es una imposición restrictiva, sino una liberación interior que permite al individuo navegar la complejidad de la vida y la libertad con responsabilidad y discernimiento.

Cuando la ética se convierte en un instrumento autónomo, la conducta moral no se basa en el miedo a la sanción o en la búsqueda de la aprobación externa, sino en una comprensión profunda del valor de la cooperación, la justicia, la empatía y el respeto.

El individuo éticamente autónomo reconoce que su propia libertad está intrínsecamente ligada a la libertad y el bienestar de los demás.

En el crisol de una transformación global sin precedentes, donde la tecnología avanza a un ritmo exponencial, los valores se tambalean y la incertidumbre económica ensombrece el horizonte, la pregunta sobre el espacio para la ética en el futuro resuena con una urgencia ineludible.

Vivimos en un mundo vibrante pero paradójico, con avances tecnológicos sorprendentes pero inmersos en las corrientes de la modernidad sin guías éticas prosociales.

Como en cada rincón del planeta, esta interrogante no es una mera abstracción filosófica, sino un imperativo práctico para la supervivencia y el florecimiento de la humanidad.

La tecnología y el dominio de la información por unos pocos, la erosión de valores ancestrales y la presión económica que constriñe el tiempo para la reflexión, nos están conduciendo por senderos inexplorados, donde el mapa del pasado se desdibuja y la necesidad de una brújula moral robusta se vuelve primordial.

La preocupación central radica en la creciente preeminencia del "teknos" sobre el "logos".

La fascinación por la innovación tecnológica, impulsada por imperativos económicos y una sed insaciable de novedad, amenaza con eclipsar la reflexión ética profunda y el diálogo racional sobre los valores fundamentales.

La eficiencia, la productividad y la optimización algorítmica, aunque valiosas en sí mismas, no pueden erigirse como los únicos faros que guían nuestro camino.

Sin un contrapeso ético robusto, corremos el riesgo de construir un futuro tecnológicamente avanzado pero moralmente empobrecido, donde la autonomía humana se diluye en la dependencia algorítmica, la equidad se sacrifica en el altar de la eficiencia y el bienestar integral se subordina a la acumulación material (John Gray argumenta en Straw Dogs: Thoughts on Humans and Other Animals, 2002).

Sin embargo, la ética no es una reliquia del pasado destinada a ser barrida por la ola del progreso tecnológico.

Por el contrario, su relevancia se acrecienta en un futuro incierto.

La ética se erige como el faro en la niebla de la disrupción, proporcionando un marco de referencia para navegar dilemas sin precedentes.

Ante la capacidad de la inteligencia artificial para tomar decisiones autónomas, la biotecnología para alterar los límites de la vida y la conciencia, y las redes sociales para modelar la opinión pública a una escala masiva, los principios éticos se vuelven indispensables para establecer límites, proteger la dignidad humana y asegurar que el poder de la innovación se canalice hacia el bien común (Luciano Floridi explora la ética de la información y los desafíos del mundo digital en The Fourth Revolution: How the Infosphere Is Reshaping Human Reality, 2014).

La "degradación de valores" que percibimos no es un destino ineludible, sino un síntoma de la rapidez y la complejidad de los cambios que estamos experimentando.

La erosión de las normas tradicionales y la relativización de los principios éticos generan confusión y ansiedad, pero también abren la puerta a una reevaluación y una reconstrucción de valores más sólidos y adaptados a los desafíos del siglo XXI.

La ética, entendida no como un código estático sino como un proceso dinámico de reflexión y diálogo, puede guiar esta reconstrucción, ayudándonos a discernir qué valores son universales y atemporales, cuáles deben ser reinterpretados a la luz de las nuevas realidades y cuáles deben ser abandonados por ser incompatibles con un futuro justo y sostenible (Zygmunt Bauman analiza la fluidez y la incertidumbre de los valores en la modernidad líquida en su libro homónimo, 2000).

La "astringencia económica" que limita el tiempo y los recursos para la reflexión representa un obstáculo significativo para el florecimiento de la ética.

La lucha por la supervivencia en un sistema económico cada vez más competitivo puede desplazar las preocupaciones morales y la búsqueda de significado.

Sin embargo, la ética también puede ser una herramienta de empoderamiento en este contexto.

La conciencia de las injusticias sistémicas, la reflexión sobre las alternativas posibles y la acción colectiva basada en principios éticos pueden inspirar la búsqueda de modelos económicos más equitativos y sostenibles, donde el bienestar humano no se sacrifique en aras de la productividad desenfrenada, Amartya Sen argumenta en Development as Freedom, 1999, que la libertad y las capacidades humanas son esenciales para el desarrollo ético y económico.

El futuro, inevitablemente, nos presentará dilemas éticos que hoy apenas vislumbramos.

La proliferación de la inteligencia artificial generará preguntas sobre la responsabilidad de las máquinas, la privacidad de los datos y el sesgo algorítmico (Nick Bostrom examina los riesgos y las implicaciones de la superinteligencia en su libro homónimo, 2014).

La biotecnología planteará interrogantes sobre la edición genética, la prolongación de la vida y la definición de lo humano.

El cambio climático exigirá decisiones difíciles sobre la distribución de recursos para confrontarlo y la justicia intergeneracional.

La exploración espacial nos confrontará con la ética de la colonización de otros mundos y la posible interacción con formas de vida extraterrestre.

Para navegar estos territorios inexplorados, necesitaremos marcos éticos flexibles, robustos y capaces de adaptarse a la complejidad de los nuevos desafíos.

Sin embargo, la mera existencia de desafíos éticos no garantiza que habrá espacio para la misma en el futuro.

Este espacio debe ser cultivado y protegido activamente.

La educación ética, integrada en todos los niveles del sistema educativo, es fundamental para desarrollar el pensamiento crítico y la conciencia moral desde las edades más tempranas.

  • Fomentar el diálogo público abierto y plural, donde diversas voces puedan debatir sobre los valores y principios que deben guiar nuestro futuro, es igualmente crucial.
  • Establecer marcos regulatorios que rijan el desarrollo y la aplicación de la tecnología, anclados en principios éticos claros, es una necesidad apremiante.
  • Fortalecer la sociedad civil, apoyando a las organizaciones que trabajan por la justicia social y la sostenibilidad, y cultivar la empatía y la responsabilidad individual y colectiva son pilares esenciales para asegurar que la ética siga siendo una fuerza viva en los tiempos venideros.

En comunidades que se definen por su dinamismo y su apertura a la innovación, la reflexión ética debe ser un componente intrínseco de su visión de futuro.

Las decisiones sobre la adopción de nuevas tecnologías, el modelo de desarrollo económico y la gestión de los recursos deben estar informadas por una profunda consideración de sus implicaciones éticas para todos sus habitantes y para el planeta.

La verdad y la ética siempre están bajo el ataque de la miseria humana que se abre paso tratando de  convertirse en el emblema de los tiempos.

Somos nosotros los que debemos normalizar la moral prudencial en la sociedad y no asentir con el silencio todo lo que no es correcto. 

La creación de espacios para el diálogo ético, la promoción de la educación en valores y el fomento de una cultura de responsabilidad social son inversiones fundamentales para asegurar que el progreso sea genuino y sostenible.

Finalmente, la pregunta más profunda que debemos hacernos, como individuos y como sociedad, no es solo si habrá espacio para la ética en el futuro, sino si tendremos la sabiduría y la voluntad de hacer las preguntas correctas.

¿Estamos dispuestos a cuestionar nuestras premisas y supuestos, a ampliar nuestras perspectivas y a priorizar las preguntas éticas y existenciales por encima de las meramente técnicas o instrumentales?

La capacidad de formular las preguntas correctas es el primer paso para navegar el laberinto inexplorado del futuro con una brújula moral firme y una visión clara del tipo de humanidad que aspiramos a ser.

La respuesta a esta pregunta y otras, determinará si el futuro será un mero producto de la innovación tecnológica descontrolada o una creación consciente y ética de una humanidad que ha aprendido de su pasado y se atreve a construir un mañana más justo y humano.

"Toda la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando seamos capaces de atacar, debemos parecer incapaces; cuando usemos nuestras fuerzas, debemos parecer inactivos; cuando estemos cerca, debemos hacer que el enemigo crea que estamos lejos; cuando estemos lejos, debemos hacerle creer que estamos cerca."
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.