La decepción invernal
No fueron capaces ninguno. Solo mostraron el verdadero rostro de la violencia.
A cada trato. En cada momento de convivencia. Mujer mayor sin hijos. Como les llamaban señoritas de las de antes.
Dedicaron toda la vida al cuidado de sus sobrinos. Los hijos de sus hermanos. Les dieron la mano. Pagaron hasta los impuestos de las casas donde habitaron.
Pagaron hasta el domingo de los sobrinos nietos. Para traer un peso y gastar en dulces o juguetes. Engordaron a los mismos de su sangre, hasta cauterizar la conciencia.
La simulación de interés genuino, hasta de ofrecer un techo donde vivir y alimentos calientes. Todo por el nip de acceso de la pensión, la cuenta de ahorros y hasta las llaves del antiguo hogar.
Transformaron, a su beneficio, el hogar del linaje original, en un chiquero. Como bodega a su servicio.
Nunca hubo tanta suciedad.
Retuvieron las noticias, al ejercer la violencia vicaria contra un mayor, un anciano sin la posibilidad de defenderse.
Los sobrinos nietos, los de la gran vida, guiados por una mente maestra, hasta liposucciones, viajes a la playa, compra de vehículos por encima de sus ingresos, todos los sueños al alcance de la mano.
Incluso, escondieron el deceso de la anciana. Ella, como siempre lo hizo, ante la autoridad, les guardó el as bajo la manga. El testamento dice: los herederos serán las instancias de la beneficencia pública.