Las criaturas errantes
Lo mismo ocurre en Guadalajara.
Por las calles del primer cuadro, mientras suena “La Tapatía” de El Personal, se huele a mariguana y transitan travestidos en busca de clientes para sobrevivir el día a día.
En Monterrey, entre cartones y botellas vacías, un hombre otoñal convierte una salsa picante en sustituto de la vida.
En Tijuana, los tecatos prenden hogueras junto al bordo, saludando a la noche como quien abraza la condena de haber quedado fuera de los programas sociales y las becas que silencian conciencias.
Son criaturas errantes.
Mujeres que comen pasto y tierra, hombres que beben de botellas sin nombre, jóvenes que hacen del truco su religión y del humo su única certeza, seres sin rostro para el Estado, sin voz en los discursos, sin espacio en las estadísticas oficiales que presumen avances.
La miseria se pasea entre nosotros con la misma naturalidad con que transitamos avenidas y centros comerciales.
La vemos y no la miramos, la escuchamos y la callamos.
Y, sin embargo, ahí está, recordándonos que la ciudad también es abismo.
El final es siempre el mismo: el cadáver encontrado en la madrugada, con un televisor viejo en la cabeza a modo de epitafio moderno, llevado a la morgue como si fuera un trámite más.
No habrá programas sociales suficientes para maquillar esa verdad: en las calles de nuestras ciudades habita un país que hemos decidido ignorar.
La pregunta no es cuándo terminarán ellos ahí, sino cuándo nos tocará a nosotros.