Legislar como acto de comedia
Cuando era niña vi en televisión una noticia, los legisladores de algún lugar de México habían prohibido sacudir las sábanas en el exterior de las viviendas.
¿En serio?
Mi cabeza de niña de trece o catorce años, comprendió el hecho como algo risible.
Quizá, yo no había comprendido bien lo aprobado en el Congreso; quizá, yo no tuve la madurez para notar cuál era la importancia de esta aprobación, cuántos mexicanos beneficiaba y cómo ayudaba a resolver un problema.
La semana pasada, volví a sentir exactamente lo mismo, un diputado en Chihuahua subió a tribuna y habló sobre cómo “Chihuahua prohibió el lenguaje inclusivo”, el hecho cobró relevancia y salieron varios vivos a hablar sobre la importancia de esto, sobre el retroceso que significaba, opiniones encontradas, que promueven el debate y por ende, el posicionamiento.
Eso siempre es bueno.
Pero, oiga, basta leer la reforma de ley, que expone: “fomentar el uso correcto de las reglas gramaticales y ortográficas del idioma español”, o sea, algo así como fomentar el signo de suma y resta a la hora de enseñar aritmética.
¿Este es el nivel de legislación?
Todo, sin dejar de lado la redacción tan deficiente que tenía el documento, vuelvo a cuestionar: ¿es en serio?
En un país de miles de desaparecidos, de cifras creciendo en violencia, en feminicidios; un país en el que cada tragedia tiene detrás un acto de corrupción; un país al que le desaparecen sus instituciones ante nuestros propios ojos, ¿este es el nivel de legisladores que tenemos?, ¿estas son las reformas, dictámenes, proyectos de ley, las argumentaciones que necesitamos?
- ¿En realidad estas propuestas son reflejo de la ciudadanía que los diputados representan?
- ¿Qué niños de trece o catorce años, ven hoy este tipo de modificaciones a la ley y se ríen de ellas?