Para entender
Como usted sabe, el domingo pasado acudieron a las urnas cerca de 13 millones de mexicanos, de los 100 que podían hacerlo.
De ellos, poco más de tres millones anularon su voto o no supieron cómo realizarlo, de forma que el voto efectivo no alcanzó 10% del padrón electoral.
Por si fuese poco, la mayoría de estos sufragios se realizaron haciendo uso de acordeones, que no son otra cosa que inducción al voto.
Por ambas razones, la baja asistencia y la inducción, esta elección debería anularse.
No será así porque el INE ya no actúa solo, y mucho menos el TEPJF, cómplice del golpe de Estado de hace un año que le dio mayorías calificadas a partidos que no las ganaron en las urnas.
Desde el poder, incluso se felicitan por su elección, y para hacerlo la comparan con una consulta absurda de hace casi cinco años o con la votación por partido en 2024.
Es más, sostienen que si alguien quería otro resultado, debía haber impulsado a sus candidatos, olvidando que la ley prohibía precisamente eso: candidaturas respaldadas por partidos políticos.
Fue una farsa, y por eso no había que legitimarla votando.
Fue una farsa porque las candidaturas fueron decididas solamente por quienes están en el poder, fueron filtradas arbitrariamente en el Senado, incluyeron personas con antecedentes penales o administrativos, y fueron impulsadas en campañas ilegales.
Lo que ocurriese este domingo era irrelevante en este proceso de destrucción que ya acabó con la democracia, y ahora con la república.
Hay personas que desconocen cómo funciona la política, y se toman a pecho la idea de que el voto es una obligación.
No saben, o no recuerdan, que fue precisamente la abstención la que inició el derrumbe del viejo priismo, en 1976.
Frente al ridículo de una candidatura única, no les quedó más remedio que iniciar la liberalización del sistema en 1977, y a pesar de la reforma retrógrada de Bartlett en 1986 (causa principal de la caída del sistema en 1988), culminar en 1996 con la transición a la democracia.
Fue la abstención activa, el fermento social que, con las crisis de los 80, permitió el cambio de fondo.
Hay otros que creen que había posibilidad de revertir, en la elección del domingo, la destrucción del Poder Judicial. Eligiendo otros perfiles, dicen.
Se entiende que quien nunca ha participado en una elección piense que esto es posible.
Las listas, como se dijo arriba, fueron confeccionadas desde el poder, y las 10 candidaturas más votadas fueron decididas entre Ejecutivo y Legislativo.
No, la elección dominical no era un momento de corrección o ajuste; era una farsa que debía desenmascararse, como se hizo.
Igual que en Venezuela, hace pocas semanas, una elección con más o menos la misma asistencia ha sido transformada por el gobierno en un triunfo, así hacen ahora desde el gobierno mexicano.
Se lo creen ellos, y unos pocos más.
Tanto a nivel global como nacional, el carácter autoritario del gobierno mexicano es ya un hecho reconocido: por gobiernos, medios, académicos y por la gente de la calle.
Que muchos de estos últimos estén dispuestos a intercambiar ese autoritarismo por un poco de efectivo no implica que no sepan qué está pasando.
La mitad de ellos, al menos, también votó en contra de Morena y aliados este mismo domingo en elecciones municipales, en las que sí hubo afluencia.
La presencia nacional de Morena y aliados no es sino la cooptación de las estructuras priistas, que están donde hay.
Y cuando no hay, dejan de estar.
No existe conexión con esas estructuras, más allá del dinero, que se agota a gran velocidad.