Presidenta antiNobel
Los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía este año lo recibirán por el avance del conocimiento que aportaron, con evidencia histórica (Joel Mokyr, recibiendo 50% del premio) y modelaje teórico (Philippe Aghion y Peter Howitt, 25% cada uno), sobre el impacto del progreso tecnológico en el crecimiento económico.
Claudia Sheinbaum Pardo ganaría el premio, si existiera, contrario, por sus aportaciones teóricas y sobre todo en materia de política pública al estancamiento económico.
También tendría que compartirlo con su principal teórico y ejecutante inicial, Andrés Manuel López Obrador.
Su entenada política, sin embargo, ha sido una extraordinaria discípula.
El tabasqueño y la actual inquilina de Palacio Nacional tienen la desfachatez de denominar al conjunto de sus acciones como “Humanismo Mexicano”.
Los resultados están a la vista.
De acuerdo con estimaciones recién publicadas por el Fondo Monetario Internacional, el profundo humanismo de ambos personajes llevó a que el PIB por habitante de México creciera en los últimos siete años (de 2019 a 2025) un acumulado de 0.4%. Esto es, 0.06% en promedio anual.
Entre los 190 países con estadísticas comparables que presenta el FMI, el país ocupa la posición 144.
¿La pandemia? Sin duda, impactó a México pero fue una crisis global, y muchísimos otros países sí expandieron sus economías en el periodo.
China creció lo mismo que México, pero multiplicado por 100: 40.9%, mientras que India alcanzó 34.5%.
En el ámbito latinoamericano, Brasil se expandió durante esos siete años en 11.8%, Colombia registró 8.6%, Chile un 5.4% y Ecuador alcanzó 2.5%.
Si se busca un consuelo regional se encuentran economías que de hecho se contrajeron, como fueron los casos de Argentina (-2.2%) y Bolivia (-2.7%).
Los ganadores del antiNobel de Economía no se apenan ante el resultado, lo enaltecen.
El crecimiento, dijo el licenciado y fielmente repite la física, no importa. Presumen, y con razón, que millones han salido de la pobreza.
Lo que cabría preguntarse es cuántos más habrían dejado esa condición (sobre todo la pobreza extrema) si el PIB mexicano se hubiera expandido como el brasileño o el costarricense, que alcanzó 17.5% (hablar de China o Vietnam ya son sueños inalcanzables).
Como descubrieron Mokyr, Aguion y Howitt, la tecnología es central para acelerar el crecimiento.
Así lo hizo también López Obrador con respecto al estancamiento.
Mientras veía a un caballo dar vueltas en un trapiche para extraer jugo de caña, tecnología que trajo a México Hernán Cortés en 1524, proclamaba extasiado que era la clase de economía popular que deseaba para todo el país.
La sucesora parece más sofisticada en la superficie, aunque en realidad también corteja al estancamiento productivo con gran entusiasmo.
Su ambición no es avanzar en el ámbito tecnológico sino hacer versiones autóctonas de lo ya existente pero, eso sí, con nombres en lenguas indígenas.
Perpetuar el atraso, pero con un distintivo toque lingüístico.
Si se logran las ambiciones de Sheinbaum, el país contará con una línea de coches eléctricos llamados Olinia (movimiento en náhuatl) y semiconductores marca Kutzari (arena en purépecha, porque el silicio se extrae de la arena).
A temblar, China y Taiwán.
El capital humano mexicano estará a la altura de esa tecnología, con una educación lamentable y una salud pública digna de una Dinamarca medieval.