Rompiendo paradigmas: el engranaje invisible del estancamiento
En campos tan diversos como la economía, la salud, las relaciones sociales y la gobernanza urbana, la aplicación de soluciones históricas no logra disipar los problemas, riesgos y amenazas que se intensifican.
La clave para hallar nuevas salidas y mejoras reside en un profundo cambio de los lentes a través de los cuales percibimos la realidad: la ruptura del paradigma dominante.
Esos lentes son los paradigmas, que como apunta Edgar Morin: “Un paradigma contiene, para cualquier discurso que se efectúe bajo su imperio, los conceptos fundamentales o las categorías rectoras de inteligibilidad al mismo tiempo que el tipo de relaciones lógicas de atracción/repulsión (conjunción, disyunción, implicación u otras) entre estos conceptos o categorías” (1992, pp. 216 y ss.).
Un paradigma es un conjunto de valores y saberes compartidos colectivamente; es inconsciente, irriga al pensamiento consciente, lo controla y, en ese sentido, es también supraconsciente (Morin, 1992, pp. 220 y ss).
Un paradigma obsoleto puede ser tan dañino como una mala decisión.
De hecho, a veces es peor, porque se instala como un “modo automático” difícil de cuestionar y muy fácil de seguir.
El paradigma nos enceguece para lo que excluye como si no existiera; se internaliza y, como férrea anteojera, no permite ver otras posibilidades.
Romper paradigmas significa desafiar y cambiar las formas tradicionales de pensar y hacer las cosas, fomentando la innovación y la creatividad al cuestionar lo que se considera "normal".
Implica un proceso de desaprender y volver a aprender, explorando nuevas ideas y enfoques para resolver problemas o alcanzar objetivos de manera diferente y más efectiva.
Los paradigmas rotos a lo largo de la historia ilustran cambios profundos en la forma en que entendemos el mundo, como el paso del geocentrismo al heliocentrismo, el descubrimiento de los microorganismos que revolucionó la medicina, o la aparición de la teoría de la evolución.
Otros ejemplos incluyen la revolución digital y la educación constructivista.
La llamada “globalización” representó el abandono del paradigma proteccionista.
Es sencillo percatarse cuando los paradigmas exigen un cambio o ruptura profundo, pues los problemas, riesgos y amenazas no ceden ante la aplicación de las mismas soluciones exitosas del pasado.
Hoy, diversas crisis contemporáneas funcionan como síntomas de esta rigidez paradigmática.
El diseño de las ciudades, basado en el paradigma del auto privado, se ha convertido en un costo hundido que resta competitividad y eleva la inflación regional, tal como lo demuestra el Informe Global Scorecard de INRIX.
La crisis de vivienda en Europa, cuya gravedad fue expuesta por el diario El País, donde comprar casa exige hasta 14 salarios anuales en Londres, revela el fracaso de los modelos de gestión habitacional.
En el ámbito de la salud, la exposición química está produciendo una crisis cuyas causas se ubican en el colapso del paradigma de control gubernamental frente a poderosos intereses corporativos, un problema cuya magnitud contrasta con las estimaciones globales de salud (WHO).
Un gran paradigma determina una visión de mundo.
Solo el cambio de una época, un gran cisma religioso, una gran revolución social, o una igualmente contundente derrota (ejemplo, la reforma protestante), son la ocasión para cerciorarnos de cómo estaba implantada una creencia.
El paradigma es invisible, un organizador virtual, que nunca es formulado en cuanto tal, no existe más que en sus manifestaciones.
Así como la gran mayoría de los problemas y riesgos comunes que nos aquejan no se resolverán por sí solos, tampoco los paradigmas obsoletos se abandonarán si no existe una energía y guía adecuadas.
Replicar las mismas soluciones paradigmáticas que quizás fueron exitosas en el pasado y que además ya dan evidencia de su agotamiento, no solo es una pérdida de tiempo sino la manera más segura de procrear las crisis que explotarán en el futuro cercano.
El común denominador de todos los temas enunciados reside en el paradigma de una sociedad política separada de la sociedad civil.
La sociedad política, representada por el Estado y sus instrumentos (gobiernos y marcos regulatorios entre otros), ha dejado la totalidad de la gestión pública a cargo de personas que solo transitan sobre los mismos paradigmas que ellos formularon y que deben ser cambiados.
La sociedad política se ha consolidado en una superestructura que usa nuestros recursos para sostenerse y auto desarrollarse en burocracias ineficientes y diletantes que se oponen por sistema a cualquier cambio de paradigma que pudiera reducir su espacio de control.
Esa oposición nace del hecho de que romper paradigmas es costoso en términos de la resistencia que genera y el esfuerzo necesario para superar los moldes mentales establecidos, lo que puede llevar a la ineficiencia, el estancamiento y la pérdida de oportunidades para innovar y crecer, si no se gestiona adecuadamente con comunicación, inteligencia colectiva y flexibilidad.
La sociedad civil mientras tanto, mira con resignación e impotencia cómo su espacio urbano se transforma en un atentado contra su calidad de vida, sin forma alguna de asegurar un cambio que signifique mejora en el espacio que nos envuelve.
El estancamiento en no es una falla de las soluciones técnicas, sino la manifestación de una tozudez paradigmática protegida por el poder.
La superestructura política, que consume nuestros recursos para perpetuar su ineficiencia burocrática, es el engranaje invisible que bloquea la rueda del progreso civilizatorio.
El problema ya no reside en el diagnóstico —las ciudades colapsan, los hogares son inalcanzables, la salud se erosiona— sino en la voluntad de derrocamiento de modelos paradigmáticos obsoletos.
Solo una derrota contundente del statu quo puede forzar la visión que el paradigma obsoleto nos niega.
Romper este paradigma ya no es una opción; es un imperativo histórico, una necesidad existencial para la supervivencia y el avance.
La sociedad civil debe reconocer que su resignación es el combustible de la inercia política.
Para que las revoluciones vuelvan a impulsarnos, debemos aplicar el punto de palanca más radical de todos:
disolver la separación paradigmática de subordinación pseudo tutelar entre gobernantes y gobernados.
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