Vlady mi amigo pintor hoy olvidado
Hace muchos años me hice amigo de un joven artista. Se llamaba Vlady y era un joven pintor que rozaba los 100 años; fue, probablemente, uno de los mejores creadores plásticos de nuestro país.
Sobre un caballete de madera de pino, en su taller de Cuernavaca, me mostró a regañadientes una serie de litografías eróticas recién salidas de su mano juvenil y centenaria.
Vlady, anciano adolescente, sopesó el conjunto de sus litografías ante mis ojos y las arrojó a la mesa como si fueran enormes cartas de naipes:
"Son suyas" me dijo, "para que haga de ellas cuanto más le plazca".
Hace unos días decidí que estas obras maravillosas –explosión de creatividad sensual y homenaje al libido– colgaran de cada uno de los muros de mi sala.
¿Por qué me las regaló Vlady?
Por una razón sentimental:
En cierta ocasión, durante una cena en Cuernavaca, hablamos de Octavio Paz.
LA HISTORIA DE OCTAVIO PAZ
Entonces le conté una historia poco conocida del poeta. Sin un peso en la bolsa, recién muerto su padre alcohólico atropellado por un tren, el treintañero Paz deambulaba por la Ciudad de México buscando empleo.
Lo contrató como eventual su amigo, el exiliado comunista Jean Malaquías, nacido en Varsovia y bien conectado en los Estudios Churubusco, para que corrigiera el guion de una película de Jorge Negrete, titulada El Rebelde.
Paz puso manos a la obra, quitó y pulió algunos diálogos y como remate, escribió una bonita canción romántica bajo el influjo (¿o embrujo?) de Sor Juana: "No te miro con los ojos".
Tanto le gustó al charro cantor Jorge Negrete que la estrenó en una escena de la película en la que arrulla con su voz de barítono a María Elena Marqués, recargada en el alféizar de una ventana.
Malaquías le había presentado a Paz a otros combatientes excomunistas, exiliados en México, entre ellos el más dotado para las letras, el bolchevique Víctor Serge, gran poeta de una sola obra: Resistance (1938) y notable ensayista, quien había fungido como primer secretario de la Tercera Internacional.
Envidioso de su camarada, Stalin lo desterró a Siberia y luego a vagabundear como un paria por el mundo.
Aquí los mexicanos lo recibimos igual que a Trotsky, con los brazos abiertos, pero también con un par de atentados contra su vida, orquestados por Vicente Lombardo Toledano.
No supe finalmente qué fue de Serge.
"Murió de un infarto, en 1943, mientras viajaba en un taxi", susurró molesto Vlady.
Le pregunté si estaba seguro y el pintor, a quien yo no ubicaba aún por una ignorancia rayana en petulancia, tardó en recuperar la paciencia. Su respuesta me avergonzó de tal modo, que quise reparar el daño volviéndome su amigo:
"Víctor Serge era mi padre".
NOTA DEL EDITOR: Vladímir Víktorovich Kibálchich Rusakov (Владимир Викторович Кибальчич Русаков, Petrogrado, 15 de junio de 1920 – Cuernavaca, México, 21 de julio de 2005).