Siete Puntos

Atentado a los sentidos

Ya no vivimos en la ciudad de las montañas, sino en la que atenta contra nuestros sentidos.
1.

Los filósofos griegos nos enseñaron que tenemos cinco sentidos: gusto, vista, tacto, oído, y olfato. Disciplinas como las neurociencias, la psicología cognitiva y la filosofía de la percepción han añadido otros: termorrecepción -sentido del calor-, nocicepción -sentido del dolor-, propiocepción -sentido kinestético-, equilibriocepción -sentido del equilibrio-, entre otros.

Pero quedémonos con los cinco propuestos por la filosofía griega y veamos cómo nuestra otrora ciudad de las montañas se ha convertido en un verdadero atentado a los sentidos.

2.

Hace poco comí con un colega originario de CdMx, y me invitó a un restaurante local cuya especialidad es la carne de res. Seguí su recomendación y solicité un filete -no recuerdo el nombre-, pero cometí un error imperdonable: lo pedí bien cocido.

El mesero tomó la orden frunciendo el ceño, y mi amigo remató: “ustedes los regios han perdido el sentido del gusto por tanta cerveza y carne asada, que es más bien quemada, y a como está la contaminación ambiental, ya ni eso, pues resulta un verdadero suicidio organizar una reunión al aire libre”

3.

Tengo muchos años de trotar por las calles regias.

Después de constantes infecciones en los ojos, y de parecerme a Drácula en varias ocasiones, la oftalmóloga me recomendó correr con lentes de plástico, sin aumento, pero sólo para evitar las nocivas partículas que pululan en la atmósfera.

Conforme mis cataratas iban avanzando, veía con dificultad lo que rodeaba al Cerro de la Silla. Una vez que fueron removidas, y que recuperé una excelente visión a larga distancia, observo a diario la espesa nata que soporta a nuestra montaña más emblemática.

4.

La pandemia afectó otro de nuestros sentidos: el tacto.

Durante casi dos años no pudimos abrazarnos, saludarnos con la mano, vaya, ni siquiera estar cerca de otra persona. Había que guardar la sana distancia, y cualquier cuerpo humano se convirtió en un potencial enemigo. Lavarnos las manos llegó a ser más importante que purificar nuestra conciencia, y tanto gel en la piel hizo que ésta perdiera gran parte de su sensibilidad.

Apenas vamos saliendo de la contingencia, pero ya me acostumbré a saludar con el puño cerrado.

5.

Mi recámara se sitúa en medio de dos campos de batalla: espacios donde, sobre todo viernes y sábado, bodas y graduaciones son amenizadas por músicos que en vez de instrumentos pareciera que portan armas.

De nada sirve cerrar las ventanas. Los sonidos, que no del silencio, se cuelan por ellas como plagas devoradoras de tímpanos. Si el domingo hay una carrera en el centro, las bocinas se colocan desde la noche anterior en la Plaza Zaragoza, y los encargados de ellas las activan en la madrugada: “Bueno… uno, dos, tres, probando”.

6.

¿Una gran bendición olfativa?: tu oficina junto a la cocina. Yo la tengo. Y disfruto los aromas que despide un chocolate calientito en pleno invierno, y los que arroja un fresco jugo de mango en verano.

En este mes, el olor a tierra mojada es celestial, y la fragancia de los jazmines angelical. Pero: ¿qué decir del nauseabundo efluvio que nos asaltó esta semana? Del que culpamos a los inocentes gatos y cuya responsabilidad hay que adjudicársela a la refinería de Cadereyta.

Lo dicho: ya no vivimos en la ciudad de las montañas, sino en la que atenta contra nuestros sentidos.
7.

Cierre icónico.

En la segunda parte del siglo pasado se pusieron de moda las maquiladoras, sobre todo en ciudades fronterizas con los EUA. Se les criticó el que importaban productos sin pagar impuestos, y que eran devueltos al país de origen ya terminados; que los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores eran pésimos; que gran parte del conjunto obrero era integrado por mujeres, con prestaciones todavía peores, y que las ganancias de los dueños eran exorbitantes.

Obvio. Tesla no es una maquiladora, ¿verdad?
Padre Paco

El sacerdote José Francisco Gómez Hinojosa (Monterrey, México, 1952) es el actual Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey. Es diplomado en Teología y Ciencias Sociales por el Departamento Ecuménico de Investigaciones de San José, Costa Rica, y doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha sido profesor en el Seminario de Monterrey, en la UDEM, el ITESM, la Universidad Pontificia de México, el Teologado Franciscano, el EGAP (Monterrey) y la Universidad Iberoamericana (Centro de Extensión Monterrey).