Consecuencias
El domingo, el Instituto Nacional Electoral calificó la elección de jueces, magistrados y ministros ocurrida el primer domingo de junio.
Aunque votó menos de 10% del padrón electoral y buena parte lo hizo con voto inducido, el INE la consideró válida.
Para quien tuviese dudas, es momento de abandonarlas: México ya no es una democracia.
No lo es, de hecho, desde el proceso de 2024, en el que hubo intervención ilegal desde la Presidencia, recursos públicos a favor del partido en el gobierno, campaña de tres años, compra de votos, movilización de Servidores de la Nación, y apoyo del crimen organizado en ciertos lugares.
Por si fuese poco, el INE que validó esa elección, también sostuvo el golpe de Estado que consistió en asignar 75% de las curules en Cámara de Diputados a una coalición con 54% de los votos.
Frente a ese golpe, cuatro consejeros defendieron la legalidad, pero sus votos no alcanzaron.
Los mismos cuatro, este domingo pasado, insistieron en invalidar la farsa de la elección del Poder Judicial. Han hecho todo lo que han podido por mantener vigente la democracia, pero han fracasado.
Al menos, merecen reconocimiento las consejeras Claudia Zavala y Dania Ravel, y los consejeros Jaime Rivera y Martín Faz.
Pero ya no tenemos defensa alguna, al menos en el terreno legal.
El grupo en el poder tiene las mayorías calificadas para cambiar la Constitución a su gusto, y desde septiembre tendrá un Poder Judicial a su servicio.
Pueden, como ya lo han hecho, quitar a la Corte su papel de Tribunal Constitucional, o pueden dictar el código de vestimenta de los ministros.
Pueden escribir leyes para impedir la crítica a los incompetentes que colocan en el gobierno, aunque estén hechas con las patas.
Sin una Constitución estable, ni un órgano que la haga valer, los mexicanos simplemente no tenemos ya derechos.
Esta situación tiene ya un año, no es resultado de la elección de hace dos semanas.
Por el contrario, el resultado de esa elección es consecuencia directa del golpe referido.
Su ejecución era mero trámite, como lo ha sido.
Para los que somos viejos, vivir en un régimen autoritario no es novedad.
Así nacimos y crecimos, ocupando los espacios disponibles, que no eran muchos, pero que fuimos ampliando en el tiempo.
Por 30 años, desde 1994, tuvimos una democracia en ciernes, un Poder Judicial autónomo, amplias libertades, pero dejamos crecer a la serpiente.
La versión actual del autoritarismo, desafortunadamente, no hereda algunas características de su antecesor que fueron fundamentales para su longevidad: su capacidad incluyente, su disciplina y su competencia.
Por eso la sensación de caos que seguramente usted comparte.
La falta de inclusión no permite tener certeza de quiénes forman parte del grupo en el poder, más allá de unos pocos muy obvios; la indisciplina potencia esa incertidumbre, porque las acciones de muchos de ellos no tienen coherencia; y la incompetencia no creo que necesite mucha explicación: se les hunde Pemex, no alcanza la electricidad, no hay abasto de medicinas, no tienen control del sistema educativo, la falta de mantenimiento ya dificulta los movimientos…
Y lo más importante: ni siquiera tienen control del territorio, ni el monopolio de la violencia legítima.
La hegemonía de este grupo está en riesgo, especialmente por dos eventos posibles: la pérdida del grado de inversión y la fractura interna.
Ambos muy dependientes de las decisiones de Trump.
Esta gran vulnerabilidad es resultado de la forma en que se destruyó el régimen democrático, concentrando todo el poder posible en una sola persona, que se acompañaba de esa turba excluyente, indisciplinada e incompetente.