De la aritmética de la estupidez al costo de la indiferencia
Una política que se siente rota
Se ha deformado tanto que ya no parece coincidir con su esencia: servir al interés público.
Sin embargo, el problema no son solo los políticos que han vaciado de contenido su función, sino también nosotros los votantes que, una y otra vez, los colocamos en el poder. Se suele repetir que “la democracia es la sabiduría del pueblo”.
La realidad es mucho más dura: la democracia no siempre refleja sabiduría, sino muchas veces la aritmética de nuestra propia estupidez.
Cuando gobierna la indiferencia.
No nos gusta admitirlo, pero en el fondo sabemos que cuando elegimos desde la apatía(votar sin importar las consecuencias), el hartazgo (Votar solo para castigar, no para construir) o la desinformación (votar sin entender qué se decide y cómo nos afecta), lo que termina gobernando no es la inteligencia colectiva, sino la indiferencia colectiva.
Y así, mientras algunos piensan que siempre habrá un gobierno para resolverlo todo, deberíamos más bien preocuparnos por mantenerlo lo suficientemente limitado como para que la estupidez institucionalizada no nos aplaste.
El analfabeto político según Brecht.
El gran Bertolt Brecht lo dijo con claridad: “El peor analfabeto es el analfabeto político”.
Se refiere a ese que no oye, no habla y no participa.
Ese que no entiende que:
- el precio del kilo de tortillas,
- la renta de su casa,
- el salario que gana,
- o el medicamento que no encuentra en el hospital público, dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político es tan ignorante que se enorgullece de su indiferencia, y hasta se pavonea diciendo que odia la política.
El costo brutal de la indiferencia.
Pero esa ignorancia tiene un costo brutal: de ahí se genera el niño abandonado, la violencia en las calles, la desigualdad obscena y, lo peor, los políticos corruptos que tanto decimos despreciar.
La indiferencia política no es neutralidad: es complicidad involuntaria.
Quien se desentiende de la política entrega su destino (y el de los más vulnerables) a quienes saben usar el poder para abusar de él.
Y aquí es donde el espejo se vuelve incómodo.
Porque:
- No se puede ganar el respeto del ciudadano sin respetar al ciudadano.
- No se puede exigir honestidad si votamos con cinismo.
- No se puede pedir grandeza si lo único que entregamos es indiferencia.
Ese es el círculo perverso que nos atrapa: votamos sin convicción, nos gobiernan sin vocación, y terminamos quejándonos de lo que nosotros mismos ayudamos a sembrar.
La indignación sin acción es puro teatro, y la indiferencia sin conciencia es una forma de renuncia.
Política: tarea ciudadana.
El gran error de nuestra sociedad ha sido pensar que la política es un terreno exclusivo de los partidos y de los gobernantes.
Hemos olvidado que la política empieza en la calle, en la escuela, en el trabajo, en la manera en que exigimos, preguntamos y vigilamos a quienes elegimos.
El ciudadano que se desentiende se convierte en un cómplice silencioso: deja la mesa servida para que otros, con menos escrúpulos y más ambición, se repartan lo que nos pertenece a todos.
Política: tarea ciudadana.
No hay democracia que sobreviva si el ciudadano se ausenta.
Los corruptos no se multiplican por generación espontánea: crecen al amparo de nuestro silencio, se alimentan de nuestra apatía y prosperan en nuestra indiferencia.
La política solo se cura con más ciudadanía, nocon más de lo mismo.
Y ahí radica la pregunta incómoda: ¿estamos dispuestos a dejar de ser espectadores para convertirnos en protagonistas de nuestra propia historia?
Un pacto roto.
La política no es un espectáculo ajeno que se mira desde la grada; es la cancha misma en la que jugamos nuestro futuro.
Y en esa cancha, cada voto, cada silencio y cada omisión pesan.
Podemos seguir alimentando la comodidad de la indiferencia o atrevernos a reclamar el lugar que nos corresponde.
De eso depende si el mañana lo escriben unos cuantos corruptos o una sociedad despierta y consciente.
El mensaje es claro: o despertamos del letargo, o seguiremos siendo cómplices de aquello que decimos rechazar.
La política no está rota: lo que está roto es nuestro pacto con la responsabilidad ciudadana.