El futuro incierto de las ciudades: Del plan ideal a la realidad disfuncional

Carlos Chavarría DETONA® Las ciudades, ese milenario fenómeno de aglomeración humana, han sido siempre motores de prosperidad, seguridad y economías de escala. Sin embargo, en pleno siglo XXI, la promesa de la metrópolis moderna se enfrenta a un distintos dilemas.
https://vimeo.com/1091444957

Las ciudades tienen una traza originaria dentro de un espacio delimitado por todo tipo de perfiles orográficos que en gran medida determinan la mejor vocación para el uso del suelo urbano.

Durante mucho tiempo, la infraestructura iba adelante y marcaba el camino para el desarrollo de la economía urbana.

En el mismo sentido, las redes de facilidades se calculaban con la información disponible y las proyecciones para diferentes intervalos del futuro.

Los especialistas en urbanismo sabían hacer su trabajo y plasmaron en planes muy detallados una visión de metrópolis acorde con la cultura de cada comunidad.

Es inevitable preguntarnos còmo es que siendo los planes para el desarrollo urbano tan elaborados hemos terminado con tantos problemas para la calidad de vida?.

A partir de los años 80, junto con la globalización que disparó el crecimiento económico, se inició la expansiòn de los espacios urbanos en su parte exponencial y simplemente se fueron agotando las holguras disponibles para mantener la vida ordenada y armoniosa de las ciudades.

 A pesar de los avances tecnológicos y las herramientas de gestión sofisticadas, nuestras ciudades exhiben una desconexión crítica entre el crecimiento no regulado y la sincronización de la infraestructura.

Este desajuste genera una deseconomía tangible que se manifiesta en el congestionamiento crónico, el deterioro de los servicios públicos y el aumento de la inflación, amenazando la sostenibilidad y la calidad de vida de sus habitantes (Soto-Cortés, 2015). 

Londres y Bogotá, por ejemplo, se sitúan constantemente entre las ciudades con mayor pérdida de tiempo por tráfico, un reflejo directo de la incapacidad de la infraestructura para seguir el ritmo de la expansión vehicular.

 La raíz de este problema no es la falta de visión, sino una desconexión en la implementación, los planes urbanos, a menudo perfectos en teoría, fracasan en la práctica; carecen de un sistema de incentivos y castigos que realmente dirijan el desarrollo económico y humano hacia los objetivos deseados. 

 Esta brecha se ve agravada por la falta de un mecanismo efectivo para recapturar la plusvalía generada por la inversión pública, por ejemplo, cuando se construye una nueva línea de metro, el valor de la tierra adyacente se dispara, beneficiando a unos pocos propietarios, pero los gobiernos no cuentan con los instrumentos fiscales para recuperar esa riqueza socialmente creada y reinvertirla (Smolka, 2013). 

En Buenos Aires, el desarrollo del barrio de Puerto Madero es un caso clásico de cómo la cooperación público-privada puede gestionar y capturar este valor, mientras que en muchas otras ciudades, esta oportunidad se pierde.

El resultado es un círculo vicioso donde la inversión pública beneficia a unos pocos, mientras que la mayoría carga con el costo del mantenimiento y la actualización de las redes de servicios.

 Esta falta de instrumentos de financiamiento se ve directamente ligada a la debilidad de la gobernanza, los organismos de gestión operan como silos de expertos, aislados de la inteligencia colectiva de la sociedad.

Los ciudadanos, los verdaderos usuarios de la ciudad, carecen de vías de participación activa y efectiva, lo que se traduce en una frustración cotidiana al ver que sus necesidades más básicas no son escuchadas. 

La tecnología, en lugar de empoderarlos, a menudo se implementa como una solución de arriba hacia abajo, sin aprovechar el conocimiento tácito de la comunidad.

Esta desconexión impide una explotación racional de las capacidades urbanas, ya que las decisiones se toman sin considerar las experiencias y necesidades de quienes viven en ellas. 

 Un estudio del Ayuntamiento de València resalta la complejidad de este reto, mostrando cómo, a pesar de las buenas intenciones, la participación ciudadana es un proceso que enfrenta barreras en la práctica diaria de la gestión pública.

 La gobernanza efectiva no es solo una cuestión de expertos; es un proceso que debe integrar la voz de la comunidad, asegurando que las soluciones se adapten a la realidad de quienes las usarán.

De hecho, el propio Banco Mundial ha reconocido en su Guía de Análisis Social en el Sector Urbano (2008) que la participación comunitaria es vital para el éxito de los proyectos.

Esta guía enfatiza la importancia de escuchar las necesidades de los más vulnerables y de involucrarlos en cada etapa, desde el diseño hasta la implementación, para que los beneficios sean reales y duraderos. {https://www.worldbank.org/en/topic/urbandevelopment/overview#:~:text=Resilient%2C%20low%2Dcarbon%20infrastructure%20and,and%20land%20administration%20and%20governance.}

A esta fragmentación se suma el desafío de los "free-riders" que operan fuera de las regulaciones.

Las leyes, a menudo tortuosas y complejas, permiten a ciertos individuos y empresas evadir las normativas y beneficiarse de la infraestructura común sin contribuir equitativamente. 

 La falta de transparencia en los procesos y la debilidad en la aplicación de la ley permiten que los intereses particulares se impongan sobre el bien público. Este comportamiento socava la confianza en la gestión pública y desvía la ciudad de un camino sostenible.

Este problema se manifiesta de forma dramática en los asentamientos informales de América Latina, donde millones de personas viven sin servicios básicos ni protección legal, creando una carga para el sistema sin poder contribuir formalmente a su mantenimiento.

 En conclusión, el futuro de nuestras ciudades no está determinado por la mera disponibilidad de la tecnología o la perfección de los planes, sino por nuestra capacidad para resolver estos desafíos fundamentales. 

La solución radica en la integración holística de la planificación, el financiamiento y la participación ciudadana.

Necesitamos modelos que capturen el valor de la inversión pública, leyes que sean claras y transparentes, y, sobre todo, una nueva forma de gobernanza que active y valore la inteligencia colectiva de sus habitantes. 

 Sin embargo, para lograr este cambio, la narrativa de la modernidad, centrada en el progreso lineal y en soluciones impuestas, ya no es suficiente para concitar el compromiso colectivo. 

 La degradación actual exige una nueva historia, una que motive a cada ciudadano a cambiar su manera de ser en la ciudad, pasando de ser un mero usuario a un co-creador activo.

Solo así podremos transformar nuestras ciudades de meras aglomeraciones de personas a centros resilientes y prósperos, donde la sostenibilidad sea un principio rector y no una aspiración inalcanzable. 

El futuro de nuestras ciudades no es una promesa que se cumpla sola, sino una tarea que nos incumbe a todos.

Somos un producto de lo que decidimos, sea bueno o malo, pero estamos obligados a recuperar la escala humana que garantiza la mejor calidad de vida y no ciudades que atentan contra la fragilidad de nuestra propia naturaleza.

 

https://vimeo.com/1089261994
https://vimeo.com/1015118818
https://vimeo.com/1091496933
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.