El primero -¿y único?- hechicero del ajedrez
En los primeros días de 1851 un mensajero cruza las calles de Breslau, con el rostro clavado entre las solapas de su abrigo para protegerse de la fría brisa matinal.
En su mano derecha porta un mensaje dirigido a Karl Ernst Adolf Anderssen.
Bastan dos golpes secos a la puerta y sin mediar palabra el desgastado sobre cruje en la tosca manaza del profesor de matemáticas, lo deposita en la mesa, observándolo con detenimiento, dándole vueltas para finalmente abrirlo y leer un mensaje que abre sus ojos como platos.
El papel desciende lentamente desnudando el rostro de Adolf Anderssen, el hechicero de Breslau; sus ojos irradian decisión, la misma mirada que clava en sus adversarios cuál si los hipnotizara y fuera un conjuro y no las reglas del ajedrez lo que hace a su Rey marchar de forma lenta e inexorable rumbo al Jaque Mate.
En algunas partidas un pequeño cebo es colocado sobre el tablero y de pronto una bomba DETONA sobre el mismo, decretando la victoria.
En otras pareciera que, como migas de pan dejadas a lo largo del camino, el oponente está bajo un hechizo en el que captura una a una las piezas del ejército de Anderssen, para finalmente darse cuenta de que las pocas piezas restantes del Maestro de Breslau han llegado al Rey contrario forzándolo a abdicar.
El Rey ha muerto ¡viva el Rey!
Es esta misma fama la que ha forzado a los organizadores del Torneo Internacional de 1851 a apoyar de su bolsa, si es necesario, para hacer participar a este jugador con la intención de probar de una vez por todas la valía de sus hechizos.
Los organizadores esperaban una nueva negativa de Anderssen, esperando exigencias de mayores premios, pagos fijos o condiciones.
Fue sorpresiva la lacónica respuesta: "Ahí estaré".
Llegó el Congreso de 1851; los más laureados trebejistas del planeta concurren a disputar el primer gran torneo internacional.
Nombres como Lionel Kieseritzky, Johann Löwenthal, Bernhard Horwitz, Marmaduke Wyvill y Howard Staunton estuvieron listos para enfrentarse a Anderssen.
En la primera ronda derrota a Lionel Kieseritzky, de Francia por 2.5/0.5.
En la segunda, el húngaro Jozsef Szen trata de plantar cara, pero es arrollado por un sólido 4-2.
En las semifinales enfrenta al considerado mejor jugador del mundo desde 1843, Howard Staunton, quien le había tendido la mano y deseaba probar su suerte contra los conjuros de Anderssen.
Adolf no decepcionó y mostró que su fuerza ajedrecística no tenía par en esos momentos.
Staunton sucumbe ante la incredulidad del público, por un marcador de 4-1.
La gente no podía entender qué ocasionaba que Anderssen siempre pudiera hacer uso de jugadas que DETONABAN en cualquier sector del tablero.
¿Hechicería? Ni el mismo Anderssen podía explicarlo.
Sin haberse recuperado de la sorpresa de la fase anterior, los aficionados vieron a su jugador local, el Maestro Marmaduke Wyvill, ser superado por 4.5/2.5 y no había más sospechas ya…
Cuando el polvo y el humo se habían disipado, un solo Rey siguió de pie, con una copa de plata descansando en su antebrazo izquierdo...