El vino más caro ¿Es el mejor?
Una pregunta muy honesta, y es que, a todos nos ha pasado alguna vez: estamos en un restaurante, abrimos la carta de vinos y nuestros ojos se van directo a los precios.
Y por alguna razón, asumimos que el más caro debe ser el mejor.
Pero, ¿realmente lo es?
El precio del vino no solo refleja su sabor o calidad.
Detrás hay un mundo de factores que poco tienen que ver con lo que pasa en la copa: la escasez de una cosecha, el prestigio de una bodega, la región de origen, la añada, el tiempo de crianza y, claro, el marketing.
Porque sí, hay vinos que cuestan lo que cuestan simplemente porque alguien está dispuesto a pagarlo.
Algunas etiquetas tienen décadas (o siglos) de historia, otras producen en cantidades tan pequeñas que su valor sube solo por su disponibilidad limitada.
Y hay botellas que ni siquiera se venden: se subastan.
Eso no quiere decir que un vino caro no sea excepcional.
Muchos lo son.
Pero hay una gran diferencia entre lo que es excepcional y lo que es ideal para ti.
Hay botellas de $600 pesos que te pueden hacer feliz en un martes común, y otras de $6,000 que quizá no entiendas del todo en una primera copa.
También influye el tiempo.
Un vino que ha pasado diez años en barrica y luego otros cinco en bodega antes de salir al mercado, lleva incorporado un costo de oportunidad.
Además, si proviene de una zona con denominación de origen estricta —digamos, Borgoña o Rioja Alta— los estándares de producción, los permisos, y hasta el tipo de barrica, suman ceros a la cuenta. Pero que algo cueste más, no significa que te guste más.
Aquí es donde entra la parte más interesante: el disfrute es subjetivo.
Tu paladar no está obligado a emocionarse con un Grand Cru de $12,000 pesos si lo que te gusta son blancos frescos y frutales de $500.
Hay botellas que deslumbran con técnica, complejidad y estructura... y otras que simplemente te hacen sonreír porque saben a verano, a antojo, a buena compañía.
Lo curioso es que, a ciegas, muchas veces el vino favorito no es el más costoso.
Nuestro paladar, afortunadamente, no sabe de etiquetas.
Solo sabe de placer.
Entonces, la próxima vez que alguien te diga “este es carísimo”, pregúntale primero si está bueno.
Y si lo está, si te gustó a ti.
Porque en el vino, como en la vida, no siempre lo más caro es lo mejor.
Y lo mejor, muchas veces, no cuesta tanto.