La necesidad de la rehumanización: un llamado a recuperar el sentido perdido
Hace menos de un siglo, Antoine de Saint-Exupéry, en su obra póstuma Citadelle, escribió una sentencia que resuena con una vigencia inquietante: “Los hombres dilapidan su bien más preciado, el sentido de las cosas” (Saint-Exupéry, 1948).
Malgastar el sentido, en efecto, es una de las claves más eficaces para comprender las profundas decepciones de las personas deshumanizadas y el vacío que subyace a la violencia y la adicción en general.
El fenómeno de las actitudes violentas y las adicciones no se limita a configurar un mero camino de autodestrucción individual, sino que revela una profunda fragilidad en la condición humana.
Estas conductas, al sumergir al ser en la soledad personal, no solo desarticulan al individuo, sino que, en una extensión trágica, se convierten en el síntoma de una sociedad que, en su esencia, ha normalizado el desamparo de sus miembros.
La autodestrucción individual, entonces, no es un acto aislado, sino el reflejo de una vulnerabilidad colectiva que ha sido desatendida.
En las raíces de la violencia; un flagelo que acompaña a la humanidad desde sus albores; se halla una pérdida radical del valor del ser humano y de las cosas.
Este nihilismo - parafraseando a Friedrich Nietzsche- es el aniquilamiento que se produce a través de la mano y del juicio (Nietzsche, 1901). Cuando todo valor se desvanece, la destrucción se convierte en un acto posible y, en algunos casos, inevitable.
La humanidad se halla hoy en una encrucijada crítica.
Hemos cultivado la ciencia y la tecnología hasta un poder sin precedentes, pero hemos descuidado las habilidades humanas fundamentales que nos permitieron llegar unidos hasta aquí.
Esta desconexión, impulsada por un utilitarismo forzado que equipara la capacidad de hacer con la obligación de actuar, ha creado un vacío moral que la mera acumulación de conocimiento científico no puede llenar.
En este contexto, la rehumanización no es un ideal nostálgico, sino una necesidad existencial para restaurar el equilibrio perdido, como sostiene el psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl, la búsqueda de sentido es la fuerza motivacional primaria del ser humano (Frankl, 1946).
Cuando esta búsqueda se frustra, surgen el vacío existencial, la deshumanización y las patologías modernas como la agresión y la adicción.
La ciencia, como herramienta del homo faber, nos ha abierto el camino para dominar el mundo material.
Sin embargo, en nuestro entusiasmo por los avances técnicos, hemos olvidado que la ciencia, por su naturaleza, no puede responder a las preguntas más profundas de la vida, como el significado, la belleza o la conciencia.
Al pretender que solo lo científico es verdadero, hemos devaluado la sabiduría ancestral contenida en nuestras culturas, una sabiduría que nos ha guiado a través de las complejidades de la convivencia social siempre en evoluciòn, esta desvalorización se manifiesta en las contradicciones que definen nuestro tiempo.
Por una parte, hemos alcanzado un nivel de interdependencia global en el que buscar el bienestar de los nuestros a expensas de los demás es una estrategia inherentemente autodestructiva, sin embargo, a pesar de haber resuelto esta contradicción conceptualmente en el camino hacia un auténtico
homo sociabilis, los conflictos globales demuestran que aún actuamos desde una mentalidad tribal.
El biólogo y pensador Humberto Maturana nos recordó que la verdadera esencia del ser humano reside en la convivencia y en lenguajear, entendida como el respeto absoluto por el otro, una visión que, trágicamente, parece no haber sido comprendida en toda su profundidad (Maturana & Varela, 1984).
A esta complejidad se suma la erosión de la verdad, un fenómeno que el sociólogo Zygmunt Bauman describió como una característica de la modernidad líquida, donde la realidad se vuelve fragmentada y las verdades son negociables (Bauman, 2000).
En la era de la información, la verdad ha dejado de ser un pilar de la realidad para convertirse en una narrativa más, a menudo manipulada para justificar los errores del poder.
Esta manipulación debilita la confianza y socava el diálogo, enterrando la posibilidad de la rendición de cuentas y la justicia, para contrarrestar esta tendencia, es vital fortalecer nuestras habilidades de pensamiento crítico y nuestra capacidad para discernir la verdad de la desinformación.
El residuo de muerte y destrucción que marca nuestra historia reciente es un claro testimonio de que hemos fallado en aplicar la sabiduría que poseemos.
El sistemático aumento de la violencia como método principal para resolver problemas es una regresión civilizatoria tan extrema que nos hace cuestionar si hemos aprendido algo de la historia.
El imperativo de la rehumanización nos llama a valorar lo que hemos perdido en el proceso de homogeneización cultural occidental, la sabiduría no reside en una única visión del mundo, sino en la variedad de perspectivas que ofrecen las distintas culturas.
Una sociedad verdaderamente humana no es un monolito uniforme, sino un mosaico vibrante donde cada pieza contribuye a un panorama más grande y significativo.
La rehumanización es un acto de humildad que requiere que reconozcamos los límites de la ciencia y el poder, se trata de una búsqueda activa de la verdad, un retorno a la compasión y la empatía, y un compromiso con la diversidad cultural.