Lo que quise compartir al recibir el Premio de Literatura Regio

Esa mañana, sentada en la primera fila del magnífico y hermoso auditorio de la UANL, comencé a pensar qué podría decir delante de estos importantes invitados que avalara el premio Regio en Literatura que recibiría de manos del Ing. Leopoldo Espinosa Benavides.
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La humildad es una forma de orgullo de los seres humanos completos lo dice un gran poeta.

Me encontraba feliz, a mi edad, recibiendo un premio con el rector Santos Guzmán López, ex rector Jesús Ancer, ex rector Gregorio Farías, el ex rector Luis Eugenio Todd, y el ex gobernador Sócrates Rizzo.

Mi casa llena de parabienes del ex gobernador Fernando Canales Clariond, Eva Gonda, Bárbara Herrera de Garza Sada.

Recordé cómo había sido yo la primera mujer que había dirigido la cultura gracias al gobernador Jorge Treviño y ex rector Luis Eugenio Todd y así sucesivamente había estado con el gobernador Rizzo hasta completar nueve años que sigo añorando.

Con tristeza recordé la presentación de mi primer libro en el club de industriales en el que había olvidado invitar al podium a mi padre, al encontrar entre papeles antiguos lo que tenía pensado decir de mí.

Fue la dirección de la Casa de la Cultura la antigua estación de trenes a donde me enviaron como sede cultural. Allí era donde  yo quería ayudar, sanearlo y con unos cuantos, comenzamos casa por casa para unirnos en la cultura, en especial en los libros.

Me puse junto a Carmen Alardin, mi maestra, a escribir guiones pequeños. 

Pedimos permiso a los dueños de los camiones para que entre parada y parada actuáramos junto con otros actores pequeños guiones que yo escribí como el "Baile de 15 años", "La discusión del divorcio", "Dos hermanos discutiendo una herencia".

Pequeños argumentos que los ocupantes creían al principio y después aplaudían, músicos como Tanguma contando y tocando. Al mismo Celso Piña lo subimos y a mi padre haciendo su programa en el barrio antiguo. 

El sentido de mi vida lo encontré en los barrios vulnerables.

La Casa de la Cultura está ente Avenida Colón y Calzada Madero, un barrio de cantinas, prostíbulos, exactamente de tugurios, parecía como salido de una fotografía de Aristeo Jiménez, de esos artistas vende en Nueva York y en la Plaza de Chorro. 

Quería contarle de los gran escritores y premios de Óscar Wilde no De Profundis, o La Balada de Cárcel de Reading, sino con El Príncipe Feliz y el Gigante Egoísta.

Queríamos llegar a la piel y al alma de las personas que no habían tenido la facilidad de leer los autores mexicanos.

Yo nací con Rubén Dario, Salvador Díaz Mirón y su "Paquito" De Rubén, diría La marquesa Eulalia, palabras de Amado Nervo y Octavio Paz con "Piedra del sol", difícil de comprender y Alfonso Reyes “no cabe duda, de niño a mi me seguía él“, y los poetas hispano americanos, contemporáneos, Machado Mayor, Machado el hermano, José Emilio Pacheco en donde estaba el Quijote y su Sancho Panza y el platillo “Duelos y Quebrantos".

Lenguaje de personas sencillas para personas del barrio del pueblo que nunca habían leído un buen libro.

Hubo épocas que al escribir para los reyes usaban su lenguaje y el pueblo no le entendía y aunque eran sonetos sencillos de William Shakespeare, su lenguaje era muy entendible y pensaba: ¿qué pasaría si les damos a leer "Las Mil y una y una noche" en la versión de Richard Burton?, es muy fuerte, por lo que decidí que era mejor las versiones para niños y jóvenes.

Las mujeres Elena Garro mi gran amiga, Rosario Sansores, la Castellanos y como no, a Carmen Alardin y su Cadena de elefante 
No de Violeta Parra y poniendo música a Machado “Caminante no hay camino".

Todos los queríamos enseñar en camiones, en barriadas tratando esas colonias de obreros como los seres humanos que eran pero enseñándoles a sentir los libros que llevaba papá a la casa de la librería Cristal después de dialogar en el pann pann de la Avenida Juárez, al conversar Monsiváis, Seki Sano y Alfonso Reyes

Nos atravesábamos a La Alameda a comprar los libros de André Moira, de Alain de Rudyard Keapling y las novelas rusas y las españolas.

También fuimos a contratar a Pepita Embil y a Plácido Domingo y traer a Miguel Herrero en cabalgata y las puestas de García Lorca, la Casa de Bernarda Alba y temblar con Bukovsky entre anfetaminas y drogas.

Oír al carpintero clavar la caja en donde iba Faulkner a enterrar a la abuela "Mientras Agonizo". 

A pesar de leer, viajar y soñar con libros, poesía o el libro que llega al pueblo y lo fortalece como Elizabeth Bishop, Premio Pulitzer, nos relata con esa simpleza que solo los grandes pueden escribir "El arte de Perder, un arte fácil de adquirir".

Propaguemos la lectura, hagamos lo que dijo Jefferson.

Nuestros padres tuvieron que arar la tierra para que nosotros gozáramos el placer de un buen libro o espectáculo.

Tenemos unos grandes promotores culturales, compartimos experiencias del ámbito de cultura y damos soluciones.

Los que están ahora son magníficos jóvenes para sacar adelante el trabajo, asesorémoslos sin pisarlos, más bien, dialoguemos.

No seamos sólo empresarios. Vida eso es solo disfrutar hay que educar a oír La Polonesa en el viejo Florida, el tercer hombre en el encanto, el concierto de jazz más oído en el mundo, Rapsodia en Azul Del centro.

Solo nos venderán los espectáculos maravillosos del festival Cervantino, la escuela de música, la Universidad y a Hernán Galindo.

Hagamos de Nuevo León una Nueva Florencia.

De nuestros empresarios los filántropos Dostoievski, en Los hermanos Karamazov, escribió que “vivir es más importante que buscar el sentido de la vida”.

A esa consideración podrían sumarse la de Kierkegaard y la de Alan Watts, entre varios otros, quienes coincidieron con el maestro ruso en cierta idea de sencillez desde la cual es posible acometer la existencia.

Pero teníamos que comenzar. A veces hay que escuchar el silencio y tratar de entender a James Joyce en su Ulises y a Virginia Wolf en una habitación propia.

Esto era lo que iba a leer, pero lo que he hecho en literatura comparado con los grandes es nada. Lo que sí leí para resarcir la omisión del primer libro es lo que iba a decir papá.

Estas fueron las palabras de mi padre:

Sonya era una niña con lindas trenzas, que bien pudo adoptar distinta nacionalidad. Hija de padre mexicano y de madre mitad norteamericana y mitad mexicana. Pero hablaba español y eso la identificaba.

Desde muy pequeña tuvo muchas inquietudes. Quería ser la heroína de todas las películas, la musa de todas las poesías, sin darse cuenta que ella era, la poesía misma.

Cuando le leía a ella y a su hermana hermosas poesías de los grandes poetas mexicanos y españoles, así como de los poetas de toda la América Latina, llegó a aprenderse de memoria muchas, pero muchas de las poesías que influyeron después en su vida.

Un día principió a escribir pequeñas poesías, de ambiente casi netamente familiar y desde entonces no ha parado. Hay algunas en que siente la influencia de los grandes, pero después toma de aquí y de allá, inventa metáforas, quiebra el ritmo, sorprende en ocasiones, quiere ser mundana, pero en su vida privada es reprimida y moral.

¿Qué la lleva a escribir constantemente?

Es una ansia de saber, de encontrar el secreto de la vida, de no parar por ella sin ser recordada. 

Simplemente: de dejar una huella.

Y sinceramente, después de conocerla y escuchar sus poemas, será recordada por todos ustedes.  

¿Saben por qué se los digo? porque soy su padre.

JESÚS GARZA HERNANDEZ

Fue una mañana maravillosa, y reparé así aquella noche en que no invité a mi padre a hablar incluyéndolo hoy, en este artículo de DETONA.
Sonya Garza Rapport

Lic. en Medios Masivos, nacida en Monterrey, N.L. Sub-Secretaria de Cultura del Estado. Escritora de diferentes libros (Eterna Disyuntiva). Doctorado Honoris Causa en Literatura.

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