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López Obrador en la campaña de Colombia

Apóstol del austericidio y samurái contra la corrupción, el ingeniero sin partido Rodolfo Hernández, de 77 años de edad, se perfila para ser el próximo presidente de Colombia.

BOGOTÁ, Colombia.-

Se peina a lo Videgaray, pero es completamente AMLO.

 

Su referente en América es López Obrador, a quien admira.

Gustavo Petro, candidato de izquierda, está nervioso, contrariado, porque contra el populismo del ingeniero es muy difícil competir.

Así lo vi el miércoles en el hotel Tequendama, en la tarima del salón Bolívar, atestado de nuevos simpatizantes que se unieron a él, con delegaciones de todos los departamentos del país.

Era el Partido Verde, aunque no completo: algunos senadores se fueron a la cargada con el ingeniero Hernández. Usted sabe.

En la turbamulta de lambiscones, guaruras y periodistas que nos empujábamos para hacerle alguna pregunta, el corresponsal de Proceso se la gritó, y como en los viejos tiempos estiró el brazo sobre una marejada de cabezas, con la grabadora (no un celular):

-¿¡Habrá eje Chile-Colombia-México!?

Petro respondió bajo y entre resuellos por el apretujón: “El otro candidato ha copiado las políticas de López, porque él no tiene propuestas. Estamos por la unidad latinoamericana”.

El “otro candidato”, el ingeniero Hernández, ya está por encima de Petro en las encuestas para la segunda vuelta: 52.5% contra 44.8%. Las propuestas del populista Hernández lucen inderrotables.

Un plan de austeridad aplicable en 30 días, en los que firmará cinco decretos para ahorrar gastos.

El gobierno dejará de ser “una parranda de sinvergüenzas, una guarida de atracadores y de ladrones”.

Su sueldo lo va a donar a los jóvenes más necesitados para que estudien.

“A ver, dígame, ¿quién hace eso? Dígame. Regalar su sueldo para que la juventud estudie. Él sí va a ayudar a los pobres, por eso voy a votar por el ingeniero en la segunda vuelta”, me dijo el domingo un vendedor de gorras en la Plaza de Bolívar.

Cuando le han preguntado a Hernández sobre sus ideas en política internacional, contesta, textual, que “la mejor política exterior es la interior”.

Al día siguiente de su gobierno, dice, va a recoger 95% de los vehículos del gobierno y los va a subastar.

También la flota aérea, para darle ese dinero a los pobres.

También le va a quitar impuestos a las clases medias y bajas.

Venderá embajadas y consulados en el exterior, por ser un gasto inútil.

¿Y cómo va a hacer para que pasen sus leyes en el Congreso?, usted no tiene partido, le han preguntado.

Y vuelve a retomar a su referente favorito: voy a hacer como López Obrador: “Voy a exhibir públicamente a los diputados y senadores que se opongan”, porque están contra el pueblo.

Los problemas de Colombia, dice, se van a acabar si acabamos con la corrupción. Eso y austeridad. Vámonos.

CORRUPCIÓN BUCANERA

Sin embargo, este samurái populista anticorrupción tiene –como diría el jefe Sabina– “un pasado bucanero”.

De todos los candidatos presidenciales es el único que tiene un proceso abierto por corrupción.

El 21 de julio debe presentarse ante un juez del departamento de Santander por haber entregado un contrato millonario a una empresa ligada su hijo, para recolectar la basura en Bucamaranga, cuando fue alcalde de esa ciudad capital.

Pero la gente le perdona todo.

Por ahora lo adoran en el lugar donde presuntamente defraudó para enriquecer a su hijo.

Gustan sus formas.

La noche misma de la elección, Fico, el candidato de la coalición de derecha, llamó a votar por él en la segunda. Ni las gracias le dio el ingeniero. Multimillonario empresario de la construcción, tiene un profundo desprecio por las élites. Las detesta, y no lo oculta.

El día de la elección, Fico y Petro tenían su cuartel general en hoteles de Bogotá, donde recibían informes de un ejército de colaboradores distribuidos en todo el país.

El ingeniero pasó el día en su finca en Piedecuesta, aledaño a Bucamaranga, en chanclas y pantalonetas (bermudas).

Por la noche, cuando se confirmó que él iría a la segunda vuelta contra Petro, dio un mensaje a la nación desde la cocina de su casa.

Junto a él no había una bandera de Colombia, sino un objeto electrodoméstico, que parecía un procesador de alimentos.

No hizo campaña. Todo fue a través de redes sociales. Y no irá a ningún debate.

“Un populista de derecha”, dicen algunos analistas muy respetados. Tal vez se equivoquen: el ingeniero es una bala perdida y en algunos temas rebasa por la izquierda, con mucho, a López Obrador.

Está abiertamente en favor de las uniones gay. Fue el primer alcalde de Colombia en izar la bandera LGTB en la plaza de Bucamaranga, cuando gobernó.

“No habrá unión mientras haya discriminación”, dice.

Es proabortista.

Y asegura que cumplirá los acuerdos de paz firmados con la guerrilla hace dos gobiernos (a diferencia de los Acuerdos de San Andrés, en México).

Salvo en esos puntos, es completamente AMLO.

Y Petro, un político inteligente y con propuestas serias, ve perfilarse el fin de su carrera, porque no se puede quitar la pesada losa de haber tomado las armas contra las instituciones (malas, o pésimas), y es extremadamente difícil ganarle a un populista ignorante que promete y promete sin importar que lo suyo sea un engaño.

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