Marco Rubio. Visita incómoda
La relación bilateral está cargada de electricidad.
El presidente Trump la enciende y la apaga a discreción.
La inmigración y la guerra contra las drogas parecen dominar las exigencias de Washington.
Creo que el gobierno vecino está de acuerdo con la respuesta mexicana en contención migratoria, pero no en la contención del tráfico de fentanilo, ni en la complicidad política de gobiernos mexicanos con los cárteles.
En ambos frentes, México es o parece la parte vulnerable, puesta contra las cuerdas, obligada a cumplir.
Vulnerabilidades mexicanas hay muchas otras.
El incumplimiento de un tratado de aguas en el río Bravo genera la exigencia de pago en tiempos de secas.
El incumplimiento de la esterilización del gusano barrenador produce un cierre de la frontera para la exportación de ganado mexicano.
Incumplimientos en el sistema financiero dan lugar a sanciones por lavado de dinero contra dos bancos y una casa de bolsa.
Luego, cada mes o dos, hay anuncios desmesurados de aranceles por venir.
La presión estadunidense tiene muchos frentes.
Van siendo destapados uno por uno en la prensa, antes que en la mesa de negociaciones.
Será porque la mesa de negociaciones no anda bien y por eso las sorpresas en la prensa.
Todo mundo tiene versiones de qué es lo que está exigiendo Estados Unidos en la mesa de negociación con México.
Hay muchas fichas en juego, como se ve, sin contar con las nuevas: las que salgan del canto de los narcos mexicanos en tribunales gringos.
La visita de Marco Rubio podría aclarar lo que está en juego en la relación bilateral.
Desconozco la agenda, pero tengo la impresión de que no faltará en ella una petición de claridad mexicana sobre tres cosas de la política latinoamericana:
La posición de México ante la ofensiva estadunidense contra Maduro, ante la influencia de Rusia y China, y ante la existencia de dictaduras como la cubana y la nicaragüense en nuestro hemisferio.