La reconstrucción de la verdad: NL frente al desorden del poder
La mentira, tarde o temprano, exige más mentira para sostenerse.
Y en ese proceso, el Estado se vacía por dentro: pierde rumbo, pierde talento, pierde seriedad.
Esto es lo que hoy vemos en Nuevo León.
Porque cuando la narrativa es más importante que la cifra, cuando el anuncio importa más que el avance, cuando la comunicación sustituye a la gestión, el resultado que genera no es un simple tropiezo político.
Es una degradación institucional.
Irresponsabilidad al Gobernar.
En los últimos años, nuestra entidad ha sido gobernada con una irresponsabilidad permanente: anuncios espectaculares, promesas sin sustento, obras que se presumen antes de estar listas y una visión que se construye más en redes sociales que en mesas técnicas.
Las líneas del Metro avanzan según los discursos, no según las bitácoras de obra. (Cuando el capricho va por encima de la planeación no podría ser de otra forma).
Los proyectos clave cambian de costo, de cronograma y hasta de propósito según la necesidad política del día.
Y ante la crítica, la respuesta no es técnica: es personal, agresiva, polarizante.
Mitomanía como estilo propio de gobierno.
La mitomanía (ese hábito de distorsionar la realidad para sostener un relato propio) dejó de ser un rasgo de carácter y se convirtió en un estilo de gobierno. Un estilo que ha provocado:
- Improvisación
- Sobrecostos
- Retrasos
- Crisis políticas absurdas y
- Una relación tóxica con alcaldes, con empresarios, con organismos técnicos, con el congreso del estado y con cualquier actor que no aplauda.
Pero como ya se mencionó: lo más grave no es el gobernante que miente.
Lo más grave es la sociedad que empieza a normalizarlo.
Cuando la ciudadanía deja de exigir, el gobierno deja de corregir.
Cuando el ciudadano se acostumbra a la simulación, el político se acostumbra al abuso.
El problema de fondo es que hemos permitido, casi sin darnos cuenta, que el estándar del poder se degrade.
Y la pregunta ya no es si el gobernador miente (la evidencia está ahí, repetida, numerosa) sino cómo revertimos el daño institucional que esa conducta deja.
Nuevo León no puede seguir gobernado por impulsos. No podemos seguir dependiendo de narrativas diseñadas para ganar un día, a costa de perder años enteros.
La entidad que presume liderazgo económico no debe tolerar un gobierno que improvisa como método, que polariza como estrategia y que se esconde tras spots cuando los problemas aprietan.
Si queremos recuperar rumbo, no basta con criticar.
Hace falta proponer.
Y, sobre todo, hace falta corregir.
Lo que Nuevo León necesita reconstruir ya
Lo que Nuevo León necesita reconstruir de inmediato a partir de este desorden es lo siguiente:
- Recuperar la técnica sobre la propaganda: a través de auditorías independientes en las líneas del Metro, calendarios reales de obra, publicación de contratos y bitácoras, y cancelar de manera inmediata los anuncios sin estudios técnicos y de factibilidad previos. La obra pública no es un espectáculo: es un servicio. (Revisar a detalle presupuestos, nominas en todas las dependencias y validar y exigir resultados).
- Profesionalizar el gobierno: por medio de la creación de una unidad técnica de planeación con ingreso por mérito (no por lealtad política) y blindar la contratación pública con sanciones claras contra el sobrecosto y la simulación. Siel Estado pierde su capacidad técnica, pierde todo.
- Devolverle la verdad a la ciudadanía es urgente que se tenga a la disposición inmediata un portal abierto con datos verificables, sesiones públicas mensuales del gabinete en territorio y una política de comunicación responsable: sin cifras maquilladas, sin triunfalismo, sin medias verdades.
Esto no es ideología: es sentido común institucional.
Es lo mínimo para un estado que aspira a seguir siendo referente nacional.
El ciudadano necesita recuperar el timón.
El riesgo de la mitomanía en el poder es que el gobernante termina creyendo su propio cuento… y si nadie le pone límites, arrastra al Estado completo consigo.
De ahí la importancia de la ciudadanía activa, organizada, vigilante.
Porque donde la mentira avanza sin freno, el silencio ciudadano se vuelve complicidad.
La solución no es un héroe político ni un caudillo providencial.
La solución está (y siempre ha estado) en la ciudadanía que se informa, que pregunta, que compara, que exige, que participa.
Esa ciudadanía que no acepta que le cambien el dato por la frase, ni la evidencia por el video, ni la planeación por el espectáculo.
Nuevo León merece un gobierno que deje de contarse historias y empiece a producir resultados.
Es momento de reconstruir y elevar el estándar.
De exigir que la verdad vuelva a ser un valor público y no un obstáculo político.
De rescatar la ética, la técnica y la responsabilidad como bases mínimas del servicio público.
Y de recordar que la dignidad de un estado no se mide por sus discursos, sino por su congruencia.
La mitomanía puede ganar aplausos, pero jamás construye futuro.
La verdad sí.
Nuevo León necesita futuro.
Lo necesita con urgencia, con orden y con un liderazgo que deje de fingir para empezar a gobernar.
