Muéstrame tu presupuesto y te diré para qué gobiernas
Los presupuestos son los planos para gobernar.
Para un estadista, el presupuesto no es una hoja de cálculo, es una estrategia y un instrumento primordial, asigna poder, establece prioridades y revela compensaciones con mayor franqueza que cualquier discurso.
Como dijo Barack Obama, un presupuesto “no es solo números en una página; se trata de vidas, familias, sueños para el futuro”.
Nada comunica una filosofía de gobierno con mayor claridad que un presupuesto, elaborarlo y aprobarlo es la cúspide del arte de gobernar: una prueba de juicio político, gestión institucional y decisión moral.
Los presupuestos codifican valores.
Qué ciudadanos y sectores reciben inversión, y cuáles no, es lo que define la brújula ética de un gobierno, por eso los presupuestos son “documentos morales”: revelan lo que los líderes realmente valoran cuando la retórica choca con la escasez.
Dado que un presupuesto vincula los recursos a una narrativa —qué debe crecer, qué debe disminuir—, es una visión de gobierno.
La formulación del presupuesto como “un plan para nuestro futuro” capta esta verdad: las prioridades en el papel se convierten en trayectorias en la economía real.
Un acuerdo político bajo restricciones
La literatura clásica nos recuerda que la presupuestación rara vez es una optimización clara y racional.
La idea fundamental de Aaron Wildavsky —“la presupuestación es incremental, no integral”— explica por qué las asignaciones anuales suelen ajustar la base del año anterior en lugar de reinventar el Estado. Ese incrementalismo es un hecho político: las coaliciones deben mantenerse, los programas defenderse y el cambio planificarse.
El libro clásico moderno de Allen Schick, “The Federal Budget: Politics, Policy, Process”, muestra cómo los procedimientos (reglas fiscales, marcos a mediano plazo, calendarios legislativos) configuran lo posible.
Un buen proceso no garantiza buenas decisiones, pero aumenta la probabilidad de que estas se alineen con la estrategia y se ejecuten.
¿Por qué los presupuestos importan ahora más que nunca?
El entorno fiscal actual es más adverso.
El FMI advierte sobre un contexto implacable de alta deuda pública, crecimiento moderado y crecientes costos de endeudamiento, un contexto en el que el margen fiscal es escaso y los errores de política se castigan rápidamente.
En este mundo, el presupuesto es el principal estabilizador, ancla de la credibilidad y mapa de inversión para la competitividad a largo plazo.
El FMI ha advertido que es necesario reducir los enormes déficits estructurales, este argumento no se basa en la austeridad por sí misma, sino en preservar el margen para invertir en productividad, defensa y protección social cuando se presenten crisis.
Conectar la misión, el dinero y la medición
La “Recomendación de la OCDE sobre Gobernanza Presupuestaria” sintetiza las mejores prácticas internacionales en diez principios: afianzar la política fiscal en límites claros; utilizar previsiones macroeconómicas y de ingresos realistas; vincular el presupuesto a la estrategia nacional; integrar la información sobre el desempeño; garantizar la transparencia y un debate inclusivo; gestionar desde una perspectiva a medio plazo; y evaluar la sostenibilidad a largo plazo.
Estas no son sutilezas tecnocráticas, sino salvaguardas políticas que garantizan la persistencia de la estrategia.
Tratar el presupuesto anual como un capítulo de un plan a mediano plazo
El incrementalismo advierte contra las promesas excesivas de revoluciones cada año fiscal.
La clave está en la secuencia: identificar los pocos cambios estructurales que importan (por ejemplo, aumentar la calidad de la inversión pública, reformar las prestaciones sociales o reorientar la atención hacia el capital humano) y organizarlos en un marco plurianual que el Congreso, los mercados y la ciudadanía puedan seguir.
Construir coaliciones políticas en torno a compensaciones concretas
Un estadista utiliza el presupuesto para crear claridad en la coalición: quién se beneficia, quién paga y por qué es justo.
El presupuesto se centra en la vida de las personas.
Se traduce en resultados que los ciudadanos reconocen (barrios más seguros, colas hospitalarias más cortas, guarderías infantiles más económicas).
La disciplina narrativa no es propaganda; es una explicación democrática.
Invertir en la capacidad de ejecución
Los presupuestos fracasan cuando la ejecución falla.
La tradición de la “deliverología” de Michael Barber advierte que sin una cadena de ejecución —responsables, hitos y ciclos de retroalimentación claros— el dinero no se traduce en resultados.
Los líderes deben vincular las asignaciones a un plan de ejecución que dé seguimiento a los resultados y corrija el rumbo rápidamente.
Presupuesto para la resiliencia, no solo para la eficiencia
La política fiscal también actúa como amortiguador contra shocks.
Esto implica proteger los estabilizadores automáticos, mantener reservas para contingencias y realizar pruebas de estrés al balance público ante desastres, ciberataques y costos asociados al envejecimiento del gobierno y de la infraestructura.
El manual del FMI sobre política fiscal subraya su doble función: macroestabilización y protección social.
¿Cuál es el impacto del presupuesto en la política y la sociedad?
Ya sea que un gobierno amplíe la seguridad social, reduzca los impuestos corporativos, financie una transición verde o impulse la defensa, el presupuesto es donde la ideología se convierte en aritmética.
La consecuencia política es la rendición de cuentas: la ciudadanía y la oposición pueden juzgar la coherencia (¿coinciden las cifras con la retórica?) y la equidad (¿quién gana, quién pierde?).
Reconfigura las capacidades del Estado
Los presupuestos configuran la función pública: qué secretarías contratan, qué habilidades se financian y qué sistemas de datos se construyen.
La falta de fondos en las oficinas de auditoría, los organismos de estadística o las unidades de contratación pública implican estados más débiles; los que cuentan con una financiación adecuada mejoran la integridad y la ejecución.
Redistribuye el riesgo entre generaciones
Las decisiones sobre la deuda son políticas intertemporales. Solicitar préstamos hoy para obtener activos que mejoren la productividad puede ser justo para los ciudadanos futuros; solicitar préstamos para financiar el consumo actual a escala estructural desplaza las cargas hacia adelante.
La consecuencia política es moral —equidad intergeneracional—, que los marcos fiscales sólidos buscan gestionar.
Impulsa confianza o incita a sanciones
Los presupuestos sólidos pueden reducir las primas de riesgo y atraer la inversión privada; los presupuestos frágiles incitan al escepticismo del mercado, la presión sobre las calificaciones y los dolorosos recortes cíclicos.
La credibilidad otorga margen de maniobra.
¿Cuál sería una guía práctica para un estadista?
- Definir la misión del gobierno en términos presupuestarios. Traducir el mandato en tres a cinco prioridades medibles y con costos presupuestados en un horizonte de cuatro años (por ejemplo, reducir a la mitad la pobreza educativa; cerrar un cuello de botella logístico; expandir la atención primaria). Cada nueva iniciativa debe demostrar cómo desplaza un gasto de menor valor.
- Crear un ancla fiscal a mediano plazo. Utilizar una trayectoria de deuda o déficit —y publicarla con escenarios positivos y negativos— para definir las opciones. Elaborar una declaración anual de riesgos fiscales (pasivos contingentes, empresas estatales, riesgos climáticos) para evitar que las sorpresas se conviertan en crisis.
- Establecer un sistema de ejecución. Para cada programa insignia, nombrar a un único responsable, publicar métricas trimestrales de producción y resultados y vincular los tramos de transferencia a los hitos.
- Reequilibrar hacia la inversión y el mantenimiento. Proteger los presupuestos de capital y los gastos de mantenimiento que aumentan la productividad total de los factores; eliminar los subsidios de bajo impacto. Aspectos políticos: construir una amplia coalición (empresas, sindicatos, gobiernos locales) en torno a una cartera visible de proyectos.
- Diseñar para la legitimidad. Ampliar las consultas previas al presupuesto; publicar presupuestos ciudadanos y portales de datos abiertos; empoderar a las entidades fiscalizadoras superiores y a los comités legislativos para que examinen el desempeño.
- Secuenciar las reformas estructurales. Comenzar con medidas que no generen arrepentimientos (administración tributaria digital, reforma de la contratación pública, focalización de subsidios). Aprovechar los logros iniciales para generar confianza y así implementar medidas más complejas (parámetros de pensiones, precios de la energía).
Gobernar con números, liderar con propósito
En política, la aspiración se encuentra con la aritmética en el presupuesto, es el instrumento más exigente del estadista, ya que convierte las historias en decisiones conscientes de la escasez y las vincula a instituciones que perduran más allá del ciclo informativo.
Los presupuestos tienen éxito cuando los líderes los tratan como compromisos morales, planes estratégicos y contratos creíbles tanto con los ciudadanos como con los mercados.
“Muéstrame tu presupuesto”, puede decir el ciudadano con razón, “y te diré para qué gobiernas”.
En una era de espacio fiscal limitado y expectativas crecientes, la tarea del estadista es garantizar que la respuesta sea convincente: