Pancho Villa y Margaret Butcher, un amor fugaz

Mi abuela paterna, Margaret Butcher, fue una mujer muy bella. Cuentan que en su juventud nadie se resistía a verla. Ojazos color violeta, cabello rubio y un cuerpo sinuoso montado en una piel de porcelana, dejaban a todos con la boca abierta.

Nació en 1880, en Cerralvo, “cuna de Nuevo León”, cuando aquel pueblo era un hervidero de mineros, tenderos y migrantes irlandeses, asolados por cuatreros, forajidos y demás mamíferos.

Mi abuela nació allí porque su padre, el Dr. Henry B. Butcher, norteamericano, avecindado en Filadelfia, vino al noreste de México en busca de aves exóticas y meteoritos para el acervo del Instituto Smithsoniano; (después les cuento esa fascinante historia de mi bisabuelo, quien era hijo de migrantes escoceses).

Mientras que el Dr. Butcher hacía sus investigaciones científicas en tierra norestense, se le atravesó un ejemplar perteneciente a la familia de los homínidos, que le resultó más interesante que los pájaros y aerolitos; una dama cerralvense, llamada Felícitas Arévalo.

  • Ni tardo ni perezoso, se casó con ella y procreó diez críos, entre ellos, mi abuela.

La gente miraba a la joven Margaret cuando asomaba su rostro tras el balcón.

Como era tan hermosa, cuentan que a veces sufría de mal de ojo y luego ardía en calentura.

Para aliviar los estragos del hechizo, su madre le frotaba un huevo por el cuerpo, entre tanto hacía las plegarias propias del ritual.

  • Superstición o no, se curaba.

Yo no conocí su legendario donaire, salvo de oídas, pero sí admiré su belleza interior.

Era una abuela apacible, amorosa, siempre bien peinadita con un prolijo chongo de cebolla con el que apretaba su cabello plateado.

Olía bonito. Era la abuela que todos querrían tener.

Además, tenía una peculiaridad excepcional: era liberal. Su clarividencia entendía la condición humana con sus vicios y virtudes; sin despreciar de entrada los primeros, ni alabar de más los segundos.

Mi abuela hablaba buen español, pero con el acento gringo, pues vivió gran parte de su larga vida en Estados Unidos.

Conversar con ella era pasear por los senderos de la historia. Recuerdo algunas de sus anécdotas...

  • ...pero la que más llamó mi atención fue la del General Pancho Villa.

Siendo Margaret muy joven y viviendo aún en Cerralvo, el propio Pancho Villa cayó en la cuenta de su belleza y fue a buscarla hasta su balcón.

Afiló su mirada felina sobre ella y su voz retumbó en el campanario de la iglesia: “En una semana vengo por ti”.

“Me metí inmediatamente a la casa”, rememoró la abuela, mientras liaba su cigarrito en hoja de papel de arroz.

“¿Por qué te quería robar abuela?”, le pregunté intrigado. “Porque así se acostumbraba, mijo”. Y añadió: “La semana siguiente el General vino por mí y me montó en su caballo”.

“¿Y qué te hizo abuela? ¿Para qué te robó?”, insistí. “Para que le lavara los trastos”, contestó.

Pancho Villa regresó a mi abuela sana y salva a los siete días exactitos de habérsela llevado.

  • “Está muy chula su hija, aquí se la regreso”.

Doroteo Arango se sobaba la punta de los bigotes. “Adiós Margarita”, le dijo. No volvieron a verse nunca más.

El Centauro del Norte fue muy amable y generoso. En retribución por el lavado de trastes, le regaló un semanario de plata pura.

“¿Apoco estas pulseras que traes son las mismas que te regaló el General?”, le pregunté.

“Nunca me las quité”, respondió.

  • En ese entonces, yo tenía 14años y mis hormonas estaban como corderitos en un caldero hirviente.

Poco tiempo después, deduje que las pulseras no fueron de gratis.

Yo era un adolescente que vivía enojado con mi padre. Y claro, cuando la abuela venía de Estados Unidos a visitarnos, iban con el chisme de que yo era un hijo desobediente.

Ella hablaba conmigo y fingía apaciguarme.

  • Era la complicidad de dos corderos.

Cierto día de Pascua me quejé con la abuela porque mi papá me regañaba por cualquier cosa.

“A partir de hoy ya no quiero el apellido Meza; de ahora en adelante seré Villa”, le dije a mi abuela, “aunque papá se enoje”, ratifiqué.

Ella no sonrió: “Sé lo que tú quieras mijo”, contestó.
  • Desde entonces, cuando recuerdo a la abuela Margaret, soy Andrés Villa.
Andrés Meza

Primer periodista en publicar encuestas sobre preferencias electorales en medios de comunicación. Fundador del departamento de encuestas del periódico El Norte, en 1985. Miembro vitalicio de WAPOR, Asociación Mundial para la Investigación de la Opinión Pública, desde 1991. Creador de la Dirección de Investigación de TV Azteca-México en 1994. Accionista-fundador de la revista Este País. Ha generado encuestas para Televisa Monterrey, CNN en Español, entre otros medios impresos y electrónicos desde 1985. Es director de Código MEZA donde brinda servicios de investigación de opinión pública, consultoría en mercadotecnia política y manejo de contenidos.