El mejor equipo… vs el mejor armado
Y aunque no hace falta ser fan de hueso colorado para entenderlo, la Serie Mundial tiene ese “No se que” que solo surge cuando el talento y la estrategia se cruzan con la emoción.
De un lado, están los Dodgers: el equipo más caro del planeta, el que muchos llaman “la selección mundial del béisbol”.
Más de 700 millones de dólares en nómina, un contrato histórico con Shohei Ohtani la rareza moderna que lanza, batea y vende camisetas a la misma velocidad, además de Mookie Betts, Freddie Freeman y Will Smith, nombres que en cualquier otro club serían la cara de la franquicia… pero aquí son simplemente parte del sistema.
Y detrás de ellos, un tridente de lanzadores japoneses en la loma Shohei Ohtani, Yoshinobu Yamamoto y Rōki Sasaki que parecen salidos de una fábrica de precisión: control quirúrgico, serenidad imperturbable y ejecución perfecta.
Los Dodgers son el equivalente a una empresa multinacional con un ejército de consultores, dashboards y KPIs para todo.
Cada jugada tiene una fórmula, cada error una estadística, cada decisión un Excel abierto.
Y hay que reconocerlo: administrar esa maquinaria sin que colapse es una obra maestra de liderazgo.
Porque cuando tienes tantas estrellas con sus respectivos egos, tu trabajo ya no es motivarlas: es lograr que ninguna brille más que el escudo.
Su mérito está en alinear talentos individuales dentro de una estructura colectiva sin perder ritmo ni control.
Del otro lado están los Blue Jays, la historia que nadie apostó, pero todos terminaron viendo.
No fueron construidos con dólares, sino con paciencia.
Con decisiones que parecían pequeñas… hasta que se volvieron jugadas maestras.
Ahí está Alejandro Kirk, el cacha de Tijuana que firmaron con apenas 30,000 dólaresporque sobraba espacio en el presupuesto internacional.
Hoy es All-Star y Silver Slugger, símbolo de lo que pasa cuando confías en el instinto más que en la estadística.
Vladimir Guerrero Jr., heredero de un linaje pesado, pero con una autenticidad que el equipo protegió para que madurara sin quemarlo.
Max Scherzer, el veterano que gritó al entrenador que no lo sacara del juego… y John Schneider, el coach que decidió no hacerlo, entendiendo que a veces liderar no es imponer, sino dejar creer.
Y Trey Yesavage, el novato de 22 años que lanzó como si la Serie Mundial fuera su patiotrasero.
No lo hizo porque supiera más, sino porque confió más.
Los Blue Jays son la metáfora viva de la gestión humana: un equipo que no solo juega, sino que se conoce, se respeta y se siente parte de algo más grande.
No ganan por tener más talento, sino por tener más propósito.
Y eso en el campo o en la oficina es la diferencia entre cumplir y comprometerse.
Porque en cualquier organización hay Dodgers y Blue Jays: unos ganan por estructura, otros por cultura.
Los primeros optimizan; los segundos inspiran.
Y ambos son necesarios.
El arte del liderazgo está en saber cuándo ser uno y cuándo el otro.
En fin…
Los Dodgers son la estrategia perfecta.
Los Blue Jays, el recordatorio de por qué vale la pena jugar.
Y en el trabajo, como en el béisbol, los campeonatos no se levantan con presupuesto, sino con personas que creen, se comunican y se mueven al mismo ritmo.
