Nueva Era

A 15 años de la Primavera Árabe

Pablo Hiriart DETONA® A 15 años del sacrificio de Mohamed Bouazizi en Túnez, la Primavera Árabe sigue generando debate: ¿fue esperanza de cambio o un fracaso político en la región?, escribe Pablo Hiriart.
https://vimeo.com/1091444957

LA MARSA, Túnez.– En diciembre se cumplirán 15 años de que el joven tunecino Mohamed Bouazizi, vendedor de frutas y verduras en un puesto callejero, se prendió fuego y murió en público luego de que la policía le quitó su mercancía y lo abofeteó delante de la gente.

Con ese gesto extremo de protesta e impotencia por los abusos de la policía y las condiciones de vida en un régimen corrupto, el cuerpo calcinado de Mohamed Bouazizi encendió la revuelta en todo el norte de África y el mundo saludó con entusiasmo aquello que conocimos como la primavera árabe.

En este país no hay petróleo como en sus vecinos Libia y Argelia.

Pero tiene estabilidad, un litoral maravilloso, lleno de historia y vestigios de un pasado que por siglos fue glorioso gracias a los fenicios que llegaron en paz desde Tiro (Líbano), diestros en la navegación, pioneros del comercio mundial, inventores del alfabeto y del color púrpura.

Las calles están sucias, la basura se acumula y hace estragos al olfato en los pasajes angostos donde el calor aturde y los servicios de limpieza tardan días en pasar.

El viernes descansan los musulmanes, los judíos el sábado y los cristianos el domingos.

Veo banderas palestinas en las casas del centro, como expresión de solidaridad con las víctimas en Gaza.

Aquí la mayoría de la población es musulmana, le sigue la de religión judía y en un lejano tercer lugar están los cristianos, las mezquitas, templos e iglesias católicas celebran sus ritos en paz y con respeto genuino.

Túnez tiene una Constitución laica que garantiza igualdad entre hombres y mujeres, libertad de culto y de conciencia.

Buena parte de la historia antigua que forjó el mundo actual pasó por este país que vio nacer –en Cartago– a dos grandes generales, Amílcar y Aníbal.

Los fenicios que se instalaron aquí en el norte de África –los púnicos– (ambos nombres tienen su raíz en el molusco del que se obtenía el tinte color púrpura), adoraban a Baal, que era Dios.

Con los romanos, a Júpiter, que era Dios, con los cristianos a Jesús y a su padre, Dios.

Los judíos a Jahvé, que es Dios. Los musulmanes a Alá, que es Dios.

Y en Dios no hay tiempo, se puede decir.

En la ciudad donde me encuentro predicó San Agustín, vecino de Hipona; camino por la arena para imaginar al niño que le enseñó -en una playa no muy distante- las limitaciones de la mente humana y encendió en él la llama de la fe.

Bajo las montañas de la cadena de Atlas, frente al mar, acamparon las primeras tropas de expansión árabe con su nueva religión, el islam.

Aquí, como en otros lugares, los musulmanes abrieron sus puertos a judíos expulsados de España en 1492.

Vamos al tema: Túnez también fue la cuna de la Primavera Árabe.

En un mercado de frutas y verduras (de Madrid) entrevisté al destacado periodista francés nacido en Tánger, Bertrand de la Grange, conocedor y estudioso de los regímenes políticos de este lado del mundo (y también de América Latina).

–Bertrand, ¿qué queda de la Primavera Árabe? ¿Sirvió de algo?

–Si uno lo mira rápidamente y de manera global, la impresión es que ha sido un desastre, que los países están hoy peor de lo que estaban antes en el momento del inicio de la Primavera Árabe.

Pero si lo ves en términos históricos, todas las revoluciones tienen un costo enorme, y yo creo que ha sido el caso para todos los países que han participado en esa Primavera Árabe.

“Los que creían que esos países iban a pasar de dictaduras a un sistema democrático, se han equivocado –añade–. Todos nos hemos equivocado de una cierta manera.

Yo nunca tuve una visión idealista, de que al tumbar esos regímenes en Túnez, en Libia, en Egipto, y los intentos en otros países como Siria, que eso iba a desembocar en una democracia de tipo occidental.

Eso era imposible, porque las sociedades no están preparadas para esto. Y ellos quizás para funcionar necesitan otro tipo de regímenes políticos. No necesariamente lo que nosotros imaginamos para ellos.

–Empecemos por donde inició la Primavera Árabe, Túnez.

–Efectivamente las cosas no han mejorado, incluso han empeorado. Todavía están en esa fase caótica donde no se define una democracia real tal como la entendemos nosotros. Pero yo diría que Túnez quizás es el caso menos grave en términos de consecuencias.

–Libia.

–Gadafi era un monstruo, hay consenso sobre esto.

Era un tipo que estaba en el poder desde finales de los años 60 y no había manera de que se fuera. No había dejado la posibilidad de una alternativa.

Las había cerrado todas, era un régimen dictatorial, unipersonal, totalmente cerrado, Gadafi se había vuelto loco y peligroso, desde todo punto de vista.

Peligroso para su propia gente, pero también para la región y más allá de la región, un peligro como lo puede ser Irán hoy, aunque Gadafi era mucho más loco.

Podía hacer cualquier cosa y decidir, por ejemplo, que quería el arma nuclear.

Así de sencillo. Imagínate el arma nuclear en manos de Gadafi.

“Desde hacía décadas –continúa De la Grange– manejaba el país como su finca personal, y muy mal; Libia tiene una riqueza petrolera fantástica y Gadafi no desarrollaba el país.

La gente no vivía tan mal porque cada familia recibía una cantidad de dinero del Estado, y así lograba que la gente se quedara tranquila y no quisiera participar en política.

“Eso paró de funcionar a partir del momento en que el mundo árabe comenzó a despertar, yeso llegó a Libia. La dictadura de Gadafi mantenía la unidad nacional por la fuerza; y al tumbar ese sistema despiertas a todos los demonios, pasar de Gadafi a la democracia en línea recta era imposible”.

–¿Qué siguió en Libia?

–La unidad nacional se desmoronó, el país se partió en dos. Con una parte, en el Este, dirigido por el general Haftar.

Y una parte en el Occidente que sigue con unos gobiernos sin poder, totalmente desorganizados, anárquicos, sin capacidad de controlar su propio territorio, donde siguen numerosas milicias armadas que hacen lo que quieren.

Hay dos Parlamentos, uno en el Occidente y otro en el Oriente, las elecciones las hacen cuando les da la gana, entonces no hay un sistema democrático.

El resto de África usa el territorio libio, aprovechando la anarquía, para cruzar y después migrar ilegalmente a Europa, aunque esto se ha logrado frenar mucho.

–¿Egipto?

–Egipto es la pieza más gorda del mundo árabe, en términos de población y en términos geopolíticos, ahí la Primavera Árabe movió los fundamentos del país.

Primero, los Hermanos Musulmanes tomaron el poder, que era lo peor que se podía esperar. Confiscaron una posibilidad de transformación democrática, son ellos los que finalmente la impiden, la frenan.

Y eso provocó lo inevitable en un país de ese tamaño y de esta importancia: los militares retoman el poder.

–De vuelta a la dictadura, entonces.

–Egipto volvió a un sistema de dictadura militar, mucho más eficiente que el gobierno de los Hermanos Musulmanes de la época de Morsi, y yo creo que ellos se han consolidado. Se han consolidado a través de la fuerza.

La legitimidad la sacan de la fuerza, no la sacan de las urnas, y no hay que olvidar que las masas árabes, en general, en países con poblaciones tan grandes como Egipto, son carne de cañón para los islamistas.

Los islamistas están al acecho, si en esos países se abren las urnas, de manera democrática, (los islamistas) van a ganar las elecciones.

–Entonces, ¿cuál es la opción?

–Ahí está el gran dilema en esos países. Mira lo que ha pasado en Siria. Al final ha ganado un islamista. Un islamista que era de los más radicales.

–Él dice que ha cambiado.

–Da señales de que ha cambiado. Pero los islamistas siempre han tenido máscaras, no es nada nuevo, si se le cree ahora, yo pienso que sería muy peligroso.

Estados Unidos y Europa están reanudando relaciones con Siria, porque ven que la única opción es no quedarse fuera.

Al tener presencia y apoyar, pero con condiciones, se puede evitar que el islamista que está en el poder y que se da aires de dirigente muy abierto al diálogo, realmente siga por esa línea y no intente aprovechar para volver poco a poco a lo que él defendía inicialmente.

–¿Cuál es tu evaluación política de la Primavera Árabe?, ¿valió la pena?, ¿qué nos enseñó?

–No podemos decir si valió la pena o no, porque es algo que tenía que pasar. Pasó en ese momento y tuvo un efecto contagioso en todo el mundo árabe.

Es un hecho que sólo podemos juzgar a posteriori. Ha sido una ruptura en el mundo árabe y que ha permitido buscar una etapa nueva, etapa nueva que puede ser buena en algunos casos y mala en otros.

Yo aquí tomaría el ejemplo de Marruecos.

–A ver, Marruecos.

–Hubo una primavera bastante menos fuerte que en Túnez, o en Egipto o en Siria. Al inicio el régimen resistió, pero no entró en la represión como se hizo en los otros países.

Pero esto dio pie a los islamistas también en Marruecos, que tomaron el poder en el sentido de que ganaron las elecciones.

Pero el poder real lo mantuvo lo que se llama el Makhzen, o sea, el rey y su entorno. Y es el poder real en Marruecos. Y Makhzen deja que los islamistas gobiernen, deja que se quemen en el gobierno, y los debilita con una serie de acciones para que finalmente salgan del poder.

“Entonces la actuación de Marruecos, del régimen marroquí, fue bastante más inteligente que en otros países. La lección en el caso de Marruecos fue que la Primavera Árabe permitió debilitar a los islamistas”.

Agrega el periodista que “Egipto hizo lo mismo, a un costo mucho más alto porque implicó el regreso a una dictadura militar. Así es que, de manera involuntaria, los que se echaron a la calle (en la Primavera Árabe) permitieron que los islamistas la usaran como trampolín.

Pero el resultado final es que han perdido en Egipto, han perdido en Marruecos, en Túnez medio-medio, todavía no está definido el resultado, Libia es otra historia mucho más caótica.

–¿Siria?

–Siria es el único país donde los islamistas han ganado, pero han ganado bajo un control externo, tanto de Israel como del resto del mundo, en el sentido que están realmente bajo vigilancia, y si realmente confirman un régimen islamista, yo creo que ahí habrá otra vez una reacción contra ese gobierno.

Pero si lo analizamos globalmente, yo creo que, curiosamente, la Primavera Árabe ha frenado el crecimiento de un movimiento que no era visible y que estaba ahí detrás al acecho, que era el movimiento islamista.

En ese sentido yo lo veo como un resultado positivo, menos en Siria, aunque ahí ya no había otra opción.

–¿Debemos admitir que hay otras formas de organización social distintas a la que nosotros buscamos y vivimos, que son tan legítimas para algunos países como lo es la democracia?

–Yo digo que sí.

Creo que todos esos movimientos, y en particular en el mundo árabe, han demostrado que nuestro concepto de democracia, que es magnífico, no se puede aplicar por el momento, y quizás nunca, a los países árabes.

Las relaciones sociales en esos países no son las mismas que las que tenemos en Europa o en México o en Estados Unidos.

Ellos tienen una historia totalmente diferente. Una tendencia a regímenes fuertes. Su población ha crecido en números tan enormes que, digamos, son países que podrían volverse totalmente incontrolables.

Hay una parte de la inteligencia, de la intelligentzia, de cada uno de esos países que dice, mira, a ver, si nos abrimos totalmente, hacemos elecciones democráticas con el mismo sistema que en Occidente, (los islamistas) se van a apoderar de todo.

Esa gente, como Chávez en Venezuela, se han aprovechado de las instituciones que existen para destruirlas desde adentro una vez que las tienen bajo su control.

Los islamistas harían exactamente lo mismo, por eso hay gente en cada uno de esos países que están buscando sistemas que no sean antidemocráticos, pero que sean sistemas con mayor control de parte de las instituciones fuertes, como el ejército.

–¿Argelia?

–Es el caso exactamente inverso. Los militares tomaron todo el poder, han destruido el país, se han aliado con Rusia y con China. Argelia es el contraejemplo preciso.

Es el país donde la institución más fuerte, que es el ejército, se ha apoderado de todo el poder y maneja la corrupción a gran escala. Ha destruido el país. Se vive mucho peor hoy en Argelia que en Marruecos, y Marruecos no tiene petróleo, viven mucho peor que en Túnez, y Túnez no tiene petróleo o casi nada.

“Entonces –concluye el entrevistado–, yo creo que es mucho más complejo de lo que piensa mucha gente que dice ‘por qué no aplica la democracia como la aplicamos nosotros’. 

Pues no, no es así porque las consecuencias pueden ser terribles para los propios pueblos y para las regiones cuando los islamistas toman el poder”.
https://vimeo.com/1115590494
https://vimeo.com/1115590526
https://vimeo.com/1015118818
https://vimeo.com/1091496933
Pablo Hiriart

Nacido en Chile, emigró a México a fines de los 70. En 1980 inicia su etapa como reportero del semanario Proceso y del diario La Jornada antes de formar parte del equipo de comunicación del gobierno federal.
Desde el año 2016, participa en México Confidencial en Azteca 13, en Proyecto 40 y es Director General de información política y social del diario El Financiero, donde escribe la columna "Uso de Razón".