365 días… en su escondite
Titulé la primera columna, hace un año, Un mes en su escondite.
López Obrador estaba por cumplir un mes de haber dejado el poder y nada se sabía de él, ninguna declaración, cero fotos, ni un post. Arriesgué entonces la idea de que se escondía porque no tenía a dónde ir: 365 días después, la sostengo y refuerzo.
De no encerrarse, ¿en dónde podría aparecer que no fuera un espacio preparado y rigurosamente vigilado por la 4T?
¿En una playa de Acapulco, un hotel del Mar de Cortés, en el vuelo doméstico de una línea nacional, en un restaurante, en un estadio de beisbol, en una librería de Guadalajara o Coyoacán, en una obra de teatro sin que lo incordiaran, fastidiaran, sin que le gritaran viejo mentiroso y, ahora, viejo ratero?
¿En Estados Unidos, en la Europa de a pie?
Zedillo, Fox, Calderón están a la vista, se mueven, hablan, viven.
Peña Nieto salió a dar la cara cuando consideró que era obligado hacerlo.
Salinas respira de vez en cuando en las calles de Madrid. López Obrador, no.
