Entre Cipolla y Torres: análisis comparado de la estupidez y la pendejez
En apenas unas páginas, Cipolla logró lo que muchos filósofos han intentado en vano: darle forma, estructura y categorías a ese mal endémico que atraviesa la historia, la política y la vida cotidiana: la estupidez.
Las cinco leyes de Cipolla
Cipolla formuló cinco leyes universales, y cada una tiene una vigencia alarmante en estos tiempos de redes, propaganda y falsa superioridad moral:
- Primera ley: Siempre subestimamos el número de personas estúpidas.
No importa cuánto creamos conocer a la sociedad; siempre hay más de las que imaginamos. La estupidez es ubicua, transversal y democrática: afecta a todos los grupos, sin distinción de clase, educación o ideología. - Segunda ley: La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica.
No importa si tiene títulos, dinero o poder: la estupidez no discrimina. Hay idiotas con doctorado y genios sin diploma. - Tercera ley (la central): Una persona estúpida es aquella que causa daño a otros sin obtener beneficio alguno, o incluso perjudicándose a sí misma.
Este es el núcleo del pensamiento de Cipolla. El estúpido actúa sin cálculo, sin razón, sin malicia organizada; simplemente genera caos por naturaleza. - Cuarta ley: Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder destructivo de los estúpidos.
Los racionales creen que pueden controlarlos o ignorarlos, hasta que el estúpido les arruina el día, la economía o la democracia. - Quinta ley: El estúpido es el tipo de persona más peligrosa que existe.
Porque, a diferencia del malvado —que al menos busca un beneficio—, el estúpido destruye sin saber por qué, y sin límites.
Cipolla concluye que la historia humana es, en buena medida, una lucha constante entre los inteligentes que construyen, los bandidos que se aprovechan y los estúpidos que lo arruinan todo.
El equivalente mexicano: el Maestro Hermenegildo Torres y el “pendejo”
Décadas después, desde el humor y la sabiduría espontánea mexicana, el Maestro HermengildoTorres (1910-1990) elaboró su propia tipología del “pendejo”, palabra totémica que en nuestro país sustituye a toda teoría antropológica.
Si Cipolla diseccionó la estupidez con método científico y bisturí, Torres hizo lo mismo con la picardía y crudeza de un machete, clasificando la fauna humana que todos conocemos.
Entre las muchas categorías que define, aquí van cinco que sirven como equivalente local de las leyes de Cipolla:
- El pendejo natural: aquel que no sabe lo que hace, pero insiste. Es el equivalente del estúpido puro de Cipolla. Actúa sin cálculo, sin beneficio, y deja un rastro de desastre doméstico o político.
- El pendejo útil: sirve a los intereses de otros sin entenderlo. Es la pieza perfecta del engranaje del poder; cree que decide, cuando apenas ejecuta.
- El pendejo ilustrado: presume cultura o títulos, pero carece de criterio. Habla mucho, confunde erudición con sabiduría, y termina haciendo el ridículo en nombre de la razón.
- El pendejo solidario: se suma a causas ajenas solo para sentirse parte de algo. Grita consignas sin entenderlas, comparte notas falsas “por si acaso” y cree que la empatía sustituye al pensamiento.
- El pendejo feliz: vive convencido de que todo lo hace bien. No duda, no reflexiona, no aprende. Su optimismo es su blindaje moral y su ruina intelectual.
Torres, con su humor involuntariamente filosófico, demuestra que la palabra pendejo funciona en México como categoría de análisis social.
Es nuestro equivalente coloquial de la estupidez universal de Cipolla, pero con matices culturales: mientras el estúpido europeo es trágico, el pendejo mexicano es cómico.
Conclusión: un espejo sin fronteras
Tanto Cipolla como Torres coinciden en un punto esencial: la estupidez —o la pendejez— es el verdadero poder invisible que gobierna al mundo.
Ni los ideólogos, ni los tecnócratas, ni los caudillos escapan a su lógica.
La diferencia está en el tono: Cipolla escribe desde la academia, Torres desde la cantina; pero ambos exponen el mismo fenómeno: la persistente inclinación del ser humano a dañarse a sí mismo mientras presume que está salvando a los demás.
Entre la “estupidez humana” y el “pendejez nacional” hay solo una frontera lingüística.
