La opción del PAN
Destruyó la legitimidad de la causa conservadora y, con ella, la existencia de una derecha política abierta, una derecha histórica.
La nación conservadora derrotada y sus políticos guardaron en el armario los arreos de su verdadera filiación y salieron de nuevo a la vida pública disfrazados de liberales.
Porfirio Díaz les dio espacio y revivió a la Iglesia católica.
La Revolución mexicana de 1910 se revolvió contra aquel conservadurismo, lo volvió impresentable otra vez.
Libró en los años veinte una guerra contra el país católico, guerra de la que salieron más expulsadas que nunca de la vida pública la nación conservadora, la derecha política y hasta la religión popular, que fue prohibida en las escuelas.
Pero la nación conservadora y sus políticos disfrazados siguieron ahí, en las entretelas del PRI, que fue anticomunista por exigencia de Washington, pero no ideológico, de izquierda o derecha, sino “nacional revolucionario”.
“No hay más ruta que la nuestra”, dijeron los priistas, “pero todos caben: fórmense”.
Las tentaciones socialistas del cardenismo dieron lugar a correcciones conservadoras dentro de La Revolución: el gobierno de Ávila Camacho, en 1940.
Dieron también lugar al nacimiento del PAN, un partido político conservador que mezclaba catolicismo y liberalismo con una fresca generación de jóvenes universitarios y profesionistas liberales, encabezados por Manuel Gómez Morín.
El PAN de Gómez Morín no temió ocupar el sitio de las derechas nacionales que en España tuvo a La Falange y en Francia Acción Francesa, pero se dispuso a librar “una brega de eternidad”.
Ochenta años después de aquel momento, en medio del avasallamiento que el nuevo nacionalismo revolucionario extiende sobre la República, el PAN se relanza buscando un norte en aquella fundación, cuyo primer rasgo, original entonces, fue no tener miedo de presentarse como una fuerza conservadora, ni de ser oposición mucho tiempo, el tiempo que fuera necesario.
Fue una oferta de futuro y de combate democrático.
