Espejo
Para mi mamá, que hoy cumple 89.
En la semana pasada se publicaron un par de artículos en los periódicos más importantes del mundo financiero acerca de lo que ocurre con Trump en Estados Unidos.
Vale la pena comentarlos porque son perfectamente aplicables a lo que ocurrió en México durante el gobierno anterior.
Así, podemos describir nuestra historia reciente sin que se considere algo partidista, pero además podemos imaginar el futuro del país más poderoso del mundo y, por ende, del nuestro.
Peggy Noonan escribió “A Republic, but can We keep it?” (Una República, pero ¿podemos mantenerla?) en el WSJ este viernes pasado.
El título hace referencia a la famosa frase de Benjamín Franklin cuando le preguntaron acerca del tipo de gobierno que estaban creando, “Una República, si pueden mantenerla”.
En esencia, Noonan argumenta que lo que Trump hace no es destruir la democracia, sino la república, es decir, los “pesos y contrapesos” que han sido la base del gobierno estadounidense en sus casi 250 años de historia.
Es fácil reconocernos en ello, fue exactamente lo mismo que hizo López Obrador, incluso desde antes de ser presidente, ya en el poder, atacó directamente a personas específicas en diversos órganos autónomos e incluso en la Suprema Corte, debilitando esos contrapesos que, a la postre, habría de destruir por completo en el cierre de su administración y el inicio de la actual.
En el Financial Times, también el viernes, Edward Luce publica un largo texto titulado “The Trump supremacy” (La supremacía Trump), en el que documenta la gran diferencia entre la actual presidencia de Trump y la primera, en la que todavía hubo quién limitara sus instintos.
Acerca de estos, Luce afirma que sólo tiene tres: venganza, codicia y la necesidad de ocupar totalmente la escena pública.
Tampoco creo que sea difícil ver la semejanza con el gobierno anterior, especialmente ahora que se empieza a conocer el tamaño del saqueo propiciado por el entonces presidente y su familia.
Luce describe cómo Trump ha ido destruyendo no sólo contrapesos institucionales, sino a las personas que lo detuvieron en su primera presidencia, y a aquellos a quienes considera responsables de no haber podido ganar en 2020, cuando él fecha su propio mito del fraude electoral.
No contento con ello, ha iniciado la destrucción de las Fuerzas Armadas de su país, no poniéndolos a construir aeropuertos y trenes, como acá, sino convenciéndolos de que el enemigo no está afuera, sino adentro del país, el enemigo es todo aquél que no se subordina a Trump.
Los dos autores mencionados enfatizan el grupo que se ha beneficiado con Trump.
Gobiernos autoritarios que le compran regalos o invierten en sus criptos, subordinados incapaces pero leales, empresarios tecnológicos con fuerte dependencia de la regulación.
Los que acá hemos llamado “capitalistas de compadrazgo”.
Para lo que viene, Noonan usa como metáfora la destrucción del ala este de la Casa Blanca, en la que se construirá un gran salón de baile, hasta el momento financiado por esos empresarios compadres.
Luce, en cambio, está convencido de que, aun cuando los demócratas pudieran ganar la elección intermedia y la Presidencia en 2028, los daños ya causados no serán fácilmente reversibles.
Para que eso ocurra, claro, los demócratas tendrían que convertirse en una alternativa real, algo que hoy no han logrado.
Si además le sumamos la redistritación que impulsa Trump, hay una elevada probabilidad de que, por primera vez, el presidente en funciones, en su segundo periodo, pueda tener mayoría en ambas cámaras.
En ese caso, no tengo duda de que Trump intentará tener un tercer mandato, aunque hoy lo impida la enmienda 22, eso sí sería el fin de la democracia estadounidense, y nuestro espejo estaría completo.
